En el paso firme de los que llevan las buenas noticias, en los que se despiertan y por encima de sus circunstancias agradecen un nuevo día, en los que no retroceden, en ellos la victoria.
La paz como victoria nos obliga a soñarla, buscarla, a doblegar nuestro orgullo y a no maldecir nunca más al contrario, a no pisarlo al caer, a no humillarlo si acaso hay ocasión.
Para que sea posible hay que esforzarse por lograrla, negándose a si mismo incluso si es que acaso hace falta; sostener la paz como bandera es mantener los principios incluso con el viento en contra, sin negociarlos, sin venderlos, sin regatearle un poquito al odio cuando venga a querer tranzar.
En la paz posible la victoria es la sonrisa del otro más que la propia, así como el corazón transformado del que daño un día te hizo. Entonces se convierte en la más poderosa herramienta para ganarle el juego a la maldad, a la mezquindad y al ego; cuando nuestra victoria trasciende las apariencias y exteriores entonces es verdadera.
Y lo verdadero es eterno tanto como invencible, hagamos pues de la paz nuestra nueva manera de ser, de actuar, de obrar, deteniéndonos las veces que sean necesarias para evitar la contienda, caminando con paso firme ante la meta que nos espera, reconociendo que es un camino difícil pero hermoso para construir juntos y juntas siempre.