Encontrándome maniatado bajo una nueva y obligante requisición doméstica por parte de mi esclavizante compañera, la cual astutamente argumentaba las irrebatibles razones de carácter ecologista y en la necesidad de ahorrar el 80% de energía eléctrica y de nuestras ya agotadas capacidades visuales, me increpó con escaso margen de tolerancia, la necesidad INMEDIATA de cambiar todas las bombillas de mi casa. Para ser algo más exacto, alrededor de una veintena de ellas, las que a un precio de 14.000Bs. c/u me daba la dolorosa, y poco tenida, cifra de 280.000Bs. Por simple casualidad mi vecino, adeco y gruñón, ya había cambiado todas las de su hogar.
Por razones más de tacañería que ideológicas le recordé la nueva estrategia de ahorro de energía impulsada por el gobierno nacional. Aprovechando su exacerbado chavismo y sin convencerme aun trate de convencerla que el tiempo en que ésta llegaría a nuestros predios realmente sería corto, a pesar que el mismo Presidente reconoce la poca celeridad de los funcionarios públicos a la hora de ponerse las pilas.
Para ser honesto me pude mantener incólume por espacio de dos semanas, día siguiente resignado quedé en que desplumaría mi ya desplumado bolsillo. Resignado y en el umbral de merodear las escasas ofertas del artículo en cuestión, recibí su entusiasmada alegría, no tanto porque las bombillas (incluso de la nevera) habían llegado, sino que comenzábamos a tener, según ella, muestras de eficiencia revolucionaria.
Anoche ya algo cansado y bastante aburrido me encontré parado frente al edificio, visiblemente satisfecho observando extasiado como casi la totalidad de los hogares reinaba una saludable y acogedora luz blanca, brindando al entorno una sensación de armonía y paz la cual nos merecíamos. De más está decir que todo el mundo está visiblemente agradecido, menos mi vecino. Por cierto, no me han robado tampoco la bombilla del pasillo.
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