¡No me mates, Tuqueque!

Una vez estaba yo en un café en el centro comercial "Orinokia Mall" en Puerto Ordaz, estado Bolívar. Era un viernes por el anochecer, cuando se me acercó un conocido lejano y me dijo que me tenía una historia que contar. "Usted no me conoce, pero yo a usted sí", me dijo de entrada. "Usted escribe historias porque yo las he leído en un periódico local. Y me gusta su estilo. Un estilo directo en un lenguaje popular que llega a cualquiera persona, incluido yo que no leo nada, o mejor dicho, casi nada. En fin, yo no sé si usted las inventa o se la soplan al oído. Pero me gustaría echarle una", acabó por señalar.

Aunque le dije, después de darle las gracias, que la hora me parecía inapropiada para oír historias, el hombre insistió y se sentó a mi lado. "¿Puede brindarme un café?", me dijo a secas. Me dispuse a oír la historia que se le salía por la boca. "Está bien, amigo, soy todo oído".

"Mire, usted sabe que hoy es viernes. Como dicen por allí, es un sábado pequeño. Además, fue día de cobro. Yo salí de la empresa fui a la casa y entregué el sobre a mi mujer. Ese es el acuerdo a que llegamos hace tiempo. Y ha funcionado de maravillas. Pero, el pasado viernes pasó lo que no tenía que pasar. Rompí el sobre. Extraje un dinerito y me puse, con unos amigos, a tomar cerveza. Las horas se alargaron, y de pronto, no sé cómo se armó la sampablera. Golpes venían e iban sin dirección alguna. Las sillas volaban de un lado a otro… Hasta que llegó la policía. Y fui a parar, aunque usted no lo crea, a un cuartucho oscuro de la prefectura. Pasaron las horas y mi estado de ánimo estaba por el suelo. De pronto, oí algo al lado. Agudicé mis oídos, y he aquí la historia que le ofrecí hace un rato.

"Ciudadano, su nombre completo, su fecha de nacimiento, estado civil, y dirección de su residencia, y alias", dijo el oficial. El hombre respondió todo. "¿Haber, por qué mataste al hombre y a la mujer?". El hombre guardo silencio. Y fue cuando más atención puse en mi escucha. Porque sabía que lo bueno se avecinaba. "Señor agente…". "Agente, no ciudadano, oficial. Soy oficial, no se le olvide, proceda".

"Bueno, yo lo supe por el "Cangrejo". Él me dijo: "Mira, el "Tuqueque", le está respirando en la nuca a tu mujer". Eso me cayó como un balde de agua fría. Pero me resistía a creer que mi mujer me estuviera "montando cacho". Pasaron los días y mi cabeza parecía que me iba a estallar. Así que busqué al "Cangrejo" y le pedí que me diera más información. "No puedo decirte más nada. Sólo que el gozón es alguien de tus panas, más nada, "Tuque".

"El Tuqueque", o mejor dicho, Pablo Liston Azcárate, se sumergió en una depresión sin fronteras. Se dedicó a beber aguardiente, del tipo que fuera, mientras su mente seguía el comportamiento de un chimpancé. Pasó tres días con sus noches sin ir a la vivienda. Y Tany, que así se llamaba su mujer, no encontraba que pensar sobre la ausencia de su marido. Pero, no dejo de preocuparle el "secreto" que guardaba bajo la almohada. Al cuarto día comenzó la vigilancia.

Rápidamente, El Tuqueque comprobó que las citas entre su mujer y "El Perico", eran los viernes en la noche, cuando él estaba de parranda con sus amigos. "El Perico", nunca duraba más de dos horas con su mujer. Así que le bastó tres noches de observación para tomar su decisión. Fue entonces cuando, se dijo para sus adentros: "Esta noche, se acaba esta traición". Y se dedicó a esperar con paciencia. Ya no había depresión, ni confusión, ni siquiera rencor contra Tany. Eso era asunto del pasado. Ahora le tocaba al presente. Y así, entre pensamientos cortos y largos, llegó la hora. "El Perico", hizo su entrada, sin prestar atención a una sombra que se ocultaba y que le tenia guardado una sorpresa.

La puerta no estaba totalmente cerrada. Así que le fue fácil empujar con el pie izquierdo, y luego introducir el resto de su cuerpo. Sigilosamente, se movió hacia el cuarto que servía de dormitorio, busco el interruptor, y lo accionó. allí estaban los dos, uno sobre la otra, y, tan pronto vieron al "Tuqueque", se protegieron. "No es lo que piensas, Tuque, aquí no ha pasado nada", dijo atropelladamente "El Perico". La mujer, no sé cómo voló y se arrodilló en un rincón, cubriendo, hasta donde podía, su cuerpo con una sábana.

"Aquí, como dice el pana burda, no ha pasado nada. Puedes irte por donde entraste", vociferó "El Tuqueque". "El Perico" se confió, se terminó de vestir y busco la puerta. De pronto sintió el pinchado, profundo, hasta más no poder. Después, otro, y otro. Hasta que su cuerpo se despidió de su vida, a la par que cayó ensangrentado a los pies de su asesino. La sangre mancho la ropa del atacante. Y después de verle bien los ojos al muerto, volteo, y buscó a la mujer. Sus ojos estaban tan rojos como un tizón, su rostro desfigurado y su boca abierta, en la búsqueda de más aire. Camino unos pasos hacia Tany, y está, llorosa le dijo: "Por favor, Tuqueque, no me mates". Y comenzó a hablar atropelladamente.

"Has memoria, mi amor, fue un viernes, en una fiesta de la loca Tania, cuando nos conocimos. Yo terminaba de cumplir 16 años. Era un viernes de carnaval… ¿Te acuerdas? Y en medio de la música de Celia Cruz, me sacaste a bailar. Y después vino un bolero y tu me apretaste contra tu pecho. Y me entregue a tus movimientos. Fue cuando sentí que tu mano hurgaba en mi oscuridad, y te sentí toda yo. Te adueñaste de mi cuerpo y de mis emociones. Y nos fuimos de allí a darle rienda suelta a nuestra pasión. Eras el único hombre que me tocaba, y a ti te entregué, sin mezquindad, mi virginidad. Yo ten sentí en la profundidad de mi alma, y tu me anotaste en tu récord… ¿Te acuerdas de eso, ¿verdad? Por eso y por mucho más, te pido que no me mates. Lo mío con "El Perico" no significó nada. Sólo que tu me tenias olvidada por tus parrandeadera y mi carne flaqueó. Eso fue lo que pasó, mi amor. Y "El Tuqueque", se hundió en el infierno.

"Ahora usted me dice que le asesté 24 puñaladas. Ese no fui yo, señor oficial, ese fue el Diablo. Los jueces que me den 30 años por "El Perico", pero por mi mujer, ni uno solo. A ella la llevo en un rincón de mi corazón, y estoy seguro que cuando pague mi condena me estará esperando. Uno no puede matar a lo que más quiere. Eso se lo aseguro. No tengo más nada que decirle".

 



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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