Reflexiones que me dejó la pandemia

"No hay mal que por bien no venga", reza un antiguo refrán de fuente oral y muy utilizado cuando queremos darnos ánimo o elevar nuestro optimismo, ante la adversidad que nos atosiga. Por otro lado, "no hay que por mal no venga" se puede aplicar en diversas circunstancias donde cunda la desmotivación por el fracaso en algún proyecto o plan que hayamos concebido. E inclusive, en algunos casos, se utiliza para darle consuelo a alguien, de manera que pueda reflexionar y superar su estado anímico.

La pandemia que azota a la humanidad, fue declarada como tal el 11 de marzo del 2020, por la OMS, y desde allí en adelante, ha servido para todo. Para arruinar vidas o llévaselas, como el viento hacia las alturas; así como para acabar con negocios, empresas, proyectos y sueños. Pero, sobre todo, ha servido para que reflexionemos sobre los giros que le hemos dado a nuestras vidas. Por ejemplo, ritmo de vida que traíamos ya no es el mismo. Es otro. Se ha reducido o se ha detenido acompañado de una gran incertidumbre. Puedo hablar por mí, modestia aparte. He repensado esa famosa frase "El tiempo es oro", y, en su lugar me aferro intensamente a SER, en lugar de TENER.

Existe una gran diferencia entre tener y ser. La primera pone el énfasis en lo material, en la acumulación de dinero, y su acompáñate, el poder. La segunda, se centra en la esencia del hombre. Es decir, por las personas. Eric Fromm, psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista, se refería en su libro "¿Tener o ser?", que "en la sociedad actual el hombre se ha habituado a vivir sobre una premisa: quien no tiene, no es". En otras palabas, si usted es un "pelagato", es decir, no tiene nada, pues, usted no es nada.

En este orden de ideas, sin apartarme del tema central. El resultado de mi reflexión, producto de la pandemia, es que la misma me ha cambiado, por lo menos en a manera de concebir la vida, como un préstamo de Dios, y concebir mis relaciones con los demás. Incluyendo, como es lógico, a mi familia. Ahora, mis ojos miran diferente, no solo lo infinito e inconmensurable Universo, sino a usted, que está a mi lado, o usted que está lejos, pero lo llevó sembrado en mi corazón. Ese nuevo mirar, me llena de felicidad, y pasa por encima del acorralamiento de mis enfermedades. Siento una elevada paz que me permite creer más y más en Dios, y en su obra.

La pandemia me ha hecho más tolerante con la gente. Inclusive con aquella que por razones políticas me aguijonea con su palabra, cuando no gustan lo que escribo. Tolero todo porque aprenda, en mi segundo encierro, que la vida está por encima de cualquiera discrepancia, por los motivos que sean. La tolerancia es uno de esos valores universales que más me ha acampado durante mis 83 años. La practico desde muy joven, a pesar del rechazo de esa postura por algunos. Se trata de un precepto moral que me ha hecho tratar a los demás con respeto y consideración. Y despido mi reflexión, echando mano a una expresiva y aleccionadora frase de Martin Luther King: "La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad, sólo la luz puede hacer eso. El odio no puede expulsar el odio, sólo el amor puede hacer eso… He decidido vivir con amor…".



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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