Un hombre se dirige con pasos alegres al bar de su casa. En el momento que se sirve el licor y este se estrella contra el hielo, una voz saltó de un rincón: "Que sean dos, hermano. No te asustes. Tu no eres de esos…, además, a ti no te gusta tomar solo".
—¡Carajo!, Víctor, no me jodas, ¿por dónde entraste?
—Entre, por donde entran los amigos.
—Yo no soy tu amigo…
—Pero puedes serlo. Recuerda que el mundo da muchas vueltas. Seria mejor decir, la tierra… ¿Qué te parece, hermano?
—Tampoco soy tu hermano, pendejo. Anda, dime lo que quieres y te largas de mi casa.
—Calma, Peter. No aceleres, pues, no te conviene. La velocidad te puede matar. Yo vine, simple y llanamente a recordarte que aún no has cumplido tu misión. ¿Qué paso con el encargo? La fecha se cumplió ayer, y tú sabes, mejor que yo como es este negocio… ¿Ahora me entiendes, verdad, Víctor? Los de arriba me llamaron. Y tú sabes que "los de arriba" no perdonan. Así que me largo, para complacerte, pero tienes hasta el mediodía de mañana para que cumplas…
El hombre llamado Peter se quedó solo y atormentado. Se sirvió uno triple, y se lo tragó de un jalón. Se alisó el pelo, negro como un azabache, y se hundió sobre un sillón de cuero color negro que formaba parte de la decoración del ambiente. Cuando se paró tenía su decisión tomada.
Eran las 10 de la mañana del siguiente día cuando tres hombres tenían de rodillas a un sujeto en una zona solitaria. Dos apuntaban con largas armas, y el tercero, jugaba con su diestra, en una Beretta 9 milímetros. Después de vociferar groserías, llevó el cañón del arma al cuello del hombre. "Por última vez, dónde está la lista, cochino puerco". Jadeos, nada más jadeos. Hasta que el disparo seco, estalló la nuca del hombre y levanto un mar de sangre que salpico a Peter, quien sonrió. Se limpió, como pudo. Les hizo una señal a los tres hombres, para que recogieran la cámara, el trípode y el resto de los elementos usados de filmación, y se dirigió a su carro. Tomo el celular, presiono y soltó: "Víctor, ok".