El valor de mi mujer

Aprendí desde temprana edad que caerse forma parte de la vida, como levantarse también. Y que las cosas no hay que buscarlas, llegan a uno sin darnos cuenta. Unos cuantos años después, de mi adolescencia, leí esta frase de Enrique Javier Poncela: La mujer y el libro que han de influir tu vida, llegará a las manos sin buscarlas”. Y otra de Eduardo Galeano que dice si me caí es porque estaba caminando. Y caminar vale la pena, aunque te caigas.

Una noche me dormí con un libro abierto sobre mi pecho. Soñé, entonces, que iba caminando mi camino elegido, y después de tanto caminar me sentí exhausto y caí de rodilla sobre la tierra. A medio levantar mi rostro apareció un libro. Saque fuerza y lo tomé con una mano, luego con las dos, y, de pronto me levante. Había sucedido, como arte de magia, un milagro.  Incorporado, seguí caminando. Cuando desperté percibí, a medio poder, que el libro lo sostenía mi esposa, en sus manos, y me animaba a leer. Entonces comprendí el valor del libro, y aprendí que más valor tenía mi compañera de ruta que me instaba a leer y a seguir adelante. Nunca más dejé de asociar la importancia de encontrarse un libro y encontrarse a una mujer que nos impregné de la pasión por leer, pues, ella misma es pasión, es valor y es la estrella que alumbra los caminos que nos toca recorrer. Por eso, amo a mi madre analfabeta, como al libro ilustrado, y amo a todas las mujeres que, como hojas sueltas duermen en silencio, sin que nadie las toque, pero ese valor de ser, nadie se los quita. 

Honro, ante ustedes, el valor incomparable de mi esposa Celina Milagros. Lo hago ahora porque el tiempo corre y no sé si me dará oportunidad para hacerlo después. Ella, vestida de hierro, me encontró un día exhausto en mi caminar, y caído de rodillas sobre la tierra. Me tendió su mano, fuerte y segura, y me ayudó a levantar. Luego, me invito a seguir caminando, con un libro en la mano, una al lado del otro. Y así nos agarró el tiempo sin llegar al final, pero seguros de que llegará como tiene que ser.

Honro, a mi compañera de ruta, y, junto a ella honro a mi madre, así como a todas las mujeres del planeta tierra. Valoraré, por siempre, su calidad humana, su solidaridad y su honestidad. Y me despido de ella con una frase del poeta Pablo Neruda, que dice: “Pero no amo tus pies sino porque anduvieron sobre la tierra y sobre el viento y sobre el agua, hasta que me encontraron”.



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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