Lo que voy a relatar es obra de la fábula o ficción, para ser más objetivo; les recuerdo que no soy escritor sino escribidor, no obstante, lo que leerán les puede ser útil para entender cosas que se generan dentro de lo que llamaremos cultura capitalista, por hacer una ubicación sociológica del asunto, aunque, luego de leer el libro 100 horas con Fidel y sus consideraciones sobre el capitalismo, uno no está seguro de seguir nombrando, pero de lo que sí estamos claros es de la existencia de un imperialismo que impone, o trata de imponer y dirigir, la dictadura universal activando sus mecanismo de control económico y muy especialmente el control cultural que, abarca todo el conocimiento y el manejo de la información. Información es poder, y poder requiere del conocimiento para el ejercicio adecuado del mismo.
Desde el nacimiento del lenguaje escrito, independientemente del idioma en que se escriba, la escritura intenta dejar un legado contando el pasado, retratándolo de distintas maneras y con diferentes ángulos de visión, pero el objetivo siempre ha sido transmitir un mensaje que nos despeje el horizonte. Pero desde el mismo momento en que alguien necesita someter al congénere, esta herramienta es convertida en un arma para la mentira y el engaño. Así que escribir se convierte en una especie de acertijo que cada quien le da la interpretación que le da la gana, cada uno lo pinta como quiere, o lo coloca en el envoltorio de su conveniencia, no obstante, la intención del que escribe, salvo que sea un instrumento de los que usan la escritura como arma de dominación y engaño, es la de hacer un retrato, lo más sencillo posible, comprensible y diáfano, que sin rimbombantes pretensiones sea útil para entender lo que los engañadores de oficio hacen sumamente complejo, para que nadie lo entienda; es así y será así mientras las herramientas inventadas por la humanidad no sean usadas en beneficio de la humanidad y no en beneficio de una élite.
Mi amigo el ministro es algo que ocurre todos los días, lo sentimos, lo palpamos, pero no lo enfrentamos. Pues es momento de hacerlo y para que esto sea posible es menester la existencia de un contexto adecuado, objetivo y subjetivo que se combine en lo que Chávez llamó, el minuto táctico dentro de la hora estratégica para poder avanzar. La jodedera también es un arma para la batalla, por ello este pueblo venezolano es especialista en eso de la jodedera y echadera de broma; con humor muy nuestro a todo le buscamos el doble sentido que nos permita reírnos hasta de nosotros mismos. De Bolívar no solo heredamos las grandes proclamas, la enorme tarea de construir un nuevo mundo en el ámbito de casi todo un continente, sino esa capacidad de burlarnos de nosotros mismos, de nuestros tropiezos y dificultades... "he arado en el mar", imaginamos al padre de la patria decir, no con amargura, sino en medio de una buena carcajada, porque así somos, o "Jesucristo, Don Quijote y Yo, los tres más grandes majaderos", no es otra cosa que simplificar lo que falsos historiadores enrevesaron para alejar al héroe de la esencia de su idea, del pueblo.
Chávez jodió a todo el mundo desempolvando a Bolívar y ponerlo de carne y hueso a cabalgar de nuevo..., ya lo avizoraba Alí... "si fuistes mi libertador, primero tuviste que ser mi amigo", cuan clarinada nos lo advertía, un accidente le impidió ver en la realidad aquel sueño en las calles acompañado o precedido de aquel "por ahora" que se convirtió en un "por siempre".
Mi amigo el ministro es una jodedera pero que retrata cosas que no sabemos si arrecharnos, reírnos, o ponernos las pilas y derrumbar los mitos que en torno al poder nos han colocado en un estadio casi inaccesible para los pobres y que solo se corrige como lo dijo Chávez, "dándole poder a los pobres".
Vamos, ahora sí, a la ficción:
El ministro es un hombre de procedencia humilde, exhala generosidad, llegó allí sin estar buscando cambures; las circunstancias, la vida y la lucha lo trajo a esa tarea. Antes de ser nombrado pocos darían medio por él, luego de ser nombrado, a pesar de que sobran los estupefactos, ahora abundan los que dicen a boca de jarro... "yo lo decía, este hombre llegará lejos". En el ministro esto apenas era perceptible, cualquiera hubiera dicho que no le importaba nada, menos el poder, aunque al ser nombrado sintió algo extraño que recorrió su cuerpo; además de la abrazadera y vivas al bajarse de la tarima, incluso de aquellos que ni lo saludaban y lo miraban con cierta arrechera, ahora, para cualquier observador desconocido, podría jurar que eran amigos de muchos años y del entorno más íntimo.
Pero el ministro no tenía nada de eso en mente: ¡quería hacer las cosas y hacerlas bien! El primer chasco es cuando llega a su oficina nueva, amplia y bien decorada. Ya había salido de la reunión con el presidente en la camionetota asignada al ministro, con una caravana de vehículos detrás, y muchos guardaespaldas que se acogían al protocolo de los ministros sin chistar, sin revisar y que si tu les ́ preguntabas ¿Desde cuando existía aquello? Y todos las respuestas eran las mismas... "desde que existen los ministros doctor" ¡A caramba! No puedo llegar aquí desentonando se decía para sus adentros el flamante nuevo ministro y se dispuso a pasar revista a su nueva tarea.
Nunca antes mi amigo el ministro se sentía tan confundido, no obstante, notó a su alrededor muchas personas sonrientes que con palmaditas le decían casi al oído... "ud es el hombre pa' este cargo carajo, ahora si pueden contar conmigo acá, y con mi compadre, y con mi amigo, y con mi amiga, y con mi mujer incluso, no dormiremos para ayudarlo a usted. Se trataba del nuevo buen amigo del hasta ayer llamado Tiburcio Fuentes, ahora, ¡Doctor, ministro, su excelencia, etc. que amablemente se ofrecía para ayudarlo..., además era el único, según Tiburcio, que le había susurrado al oído, "le voy a proponer al presidente que te nombre ministro", por tal razón, cuando nadie en él confiaba, este nuevo amigo le demostraba que era su buen amigo. NI el se lo creía cuando le llamó el presidente, pensó que era un jodedor mamador de gallo que lo quería embromar por teléfono, pero ya ve, heme aquí, se decía Tiburcio, nada más y nada menos que Ministro.
¡Sin ese nuevo buen amigo, qué difícil sería la tarea! Ciertamente Tiburcio se sentía capaz para muchas cosas; se había enrolado en la revolución desde muy jóven, no le gustaba mucho leer, pero su capacidad para las actividades suplían con creces aquella deficiencia. Aunque en la universidad no obtuvo notas de envidia, si pudo sacar la carrera y lo demás había sido actividad y más actividad hasta que otro buen amigo, siempre todo entre amigos, así entendía Norberto la revolución, una cosa de panas, de amigos, de convives. Pues ese otro amigo que milagrosamente le había presentado al nuevo buen amigo que le había susurrado al oído, nada más y nada menos que sería ministro, si sabía de eso de hacer política... siempre andaba armando equipos, tendencias, culo e' metras, como acostumbraba a llamar a sus pupilos. Era uno de los primeros en enterarse, pero anda tan ocupado con su nuevo cargo en el partido que ni ha podido conversar con él en privado, a pesar que sabía que lo nombraran ministro, pero eso no preocupaba a Norberto, pa' eso había un nuevo amigo, amigo de todo el mundo, con enormes relaciones con gente de afuera y de mucho billete; experto en todo pues. Ese sería su salvador y rápidamente le solicitó a su secretaria le hiciera el oficio para nombrarlo asesor general. "Yo lo hago por patriotismo" le respondió, y se mostró tan desprendido que cuando vieron los sueldos, simplemente le dijo, "agarra ese sueldo y se lo regalas a alguien, yo no te voy a cobrar, pa' eso eres mi amigo". ¡Qué buenos amigos tengo!, se repetía el ahora ministro...
Continuará...