Si uno aplica al atentado de Riad, Arabia Saudita, la pregunta clásica de las novelas policiacas: ¿a quién beneficia el crimen?, la respuesta conduce al grupo que usurpa la Casa Blanca gracias al fraude electoral montado por la mafia (anti)cubana de Miami. En efecto, entre más terrorismo de los desesperados -preferiblemente "islámicos", ese adjetivo satanizador- y más áreas de tensión en el mundo, más argumentos para que George W. Bush y su pandilla justifiquen ante la opinión pública estadounidense el estado de guerra permanente, punto esencial para continuar con su proyecto nazi de hegemonía mundial absoluta mediante el uso ilegal e indiscriminado de la fuerza. Los manufactureros del consenso interno inventan el jingle apropiado al momento -ora ponen énfasis en la lucha contra el terrorismo, en la que siempre "hay avances", pero queda mucho "por hacer"; ora en atacar al país en turno, ya sea porque posee "armas de destrucción masiva" o simplemente porque Washington decide "liberarlo". Además, el clima de pánico colectivo inducido en la población estadounidense por los serviles medios de comunicación es indispensable para asegurar la relección de Bush en 2004. Unicamente el batir de los tambores bélicos y la histeria patriotera podrán desviar la atención doméstica de asuntos tan serios como el desempleo creciente, los exangües sistemas de salud y educación, la quiebra de estados, municipios y fondos de pensión; en suma, la cada vez más injusta distribución de la riqueza cuando la economía atraviesa por el peor momento desde 1929.
No importa quiénes hayan planificado el atentado de Riad, lo sustantivo es que la irracional vendetta emprendida por los ultrahalcones de Washington después del 11 de septiembre de 2001 ha exacerbado los sentimientos antiestadounidenses hace tiempo arraigados en el mundo islámico y estimulado la reproducción de los suicidas. Crece geométricamente el número de jóvenes reclutas de la jihad dispuestos a inmolarse arrasando con todo lo que se asocie a Estados Unidos y a Occidente, responsables ante sus ojos -y ante todos los ojos que quieran ver- del martirio frío y calculado del pueblo palestino llevado a cabo con el respaldo irrestricto de Bush, del sostenimiento de represivos regímenes desde el Magreb hasta el Pacífico, la matanza de civiles inocentes y la ocupación de Afganistán e Irak, la destrucción y saqueo del patrimonio cultural y despojo del petróleo de este último, la ocupación militar por los infieles de los lugares sagrados del Islam, la amenaza a Siria e Irán. Nadie decente y medianamente informado puede tragarse que haya ninguna intención seria de paz tras el grotesco mapa de ruta llevado por el recadero Colin Powell a la consideración de Sharon, quien no vaciló en rechazar las pocas y miserables migajas que ofrece a los palestinos.
El grupo usurpador de Washington se complace con atentados como el de Riad, que parecen dar la razón a la pesadilla racista del "choque de civilizaciones" como supuesto motor de la historia contemporánea, en lugar de la real y omnipresente lucha de clases. Por consiguiente, en su agenda está la creación de nuevos focos de tensión y la agudización de los ya existentes, como ocurre en Palestina, o en el Irak ocupado por la inconformidad de chiítas, sunitas, kurdos y caldeos con la ocupación yanqui. De la misma manera, alienta la peligrosísima tirantez en la península coreana o el caldeado diferendo indio-paquistaní, que puede llevar a un enfrentamiento con armas nucleares.
Lo mismo ocurre en América Latina, donde no es menor el peligro de que, a instancias de la agresividad estadounidense, estalle un gran conflicto armado. La vietnamización avanza en Colombia, y en Venezuela se experimentan los nuevos planes desestabilizadores contra todo intento de soberanía en la región. A la vez, prosigue la escalada estadounidense hacia Cuba, ahora con la provocadora expulsión de 14 diplomáticos isleños, supuestamente por realizar actividades "incompatibles con su condición diplomática". De seguro, ninguno conspiraba para derrocar el sistema político estadounidense, como sí lo hacen descaradamente los representantes de Estados Unidos en La Habana. El equipo de Bush, instigado por sus amigos de Miami, busca un conflicto con Cuba porque su ejemplo de independencia y libertad es un obstáculo formidable al proyecto fascista de aquél y, para someterla, sólo le queda probar el recurso de una invasión directa. En contraste, Cuba ha trabajado infatigablemente por una relación respetuosa y en pie de igualdad entre los dos gobiernos y pueblos. Un enfrentamiento militar que Cuba no desea, pero no teme, haría trizas el mermado prestigio internacional de Estados Unidos contra la tenaz resistencia que le opondrían los cubanos y la solidaridad que levantaría en el mundo. Por descontado, llevaría al final político de Bush y asociados y, tal vez para siempre, de las ínfulas yanquis de hegemonía mundial.
guca@laneta.apc.org