Quienes creemos en los espíritus del bosque, la casa de Yacuruna, Omai, Periporiwe, Amaru y Ataguchu, que ellos se empeñan en llamar Amazonas, fuimos considerados bestias herejes por los invasores que llegaron en barcos por el océano.
Dijeron que eran Cristianos Europeos Civilizados.
Torturaron a nuestros niños para obligarnos a creer en su dios, en su infierno, en su barbarie.
Violaron a nuestras mujeres, quemaron los animales del bosque y se robaron nuestro oro, nuestra plata y nuestros conocimientos. Hasta se robaron nuestra sangre.
Nos esclavizaron a todos. Dijeron que no teníamos alma, que éramos como animales.
Así nos trataron, por siglos.
Unos 80 millones de nosotros fueron masacrados por sus espadas y sus enfermedades, el genocidio mas grande en la historia de la humanidad.
Hace muchos años, tantos que ya no recuerdo, cuando no era mas que un mocoso barrigón, mis abuelos contaban que un guerrero blanco, chiquito y flacuchento, muy rico, amamantado por una negra, bueno de corazón y cargado de coraje, con muchos guerreros indios y negro logró expulsar a los Cristianos Europeos Civilizados que tanto daño nos hicieron. Lo mentaban Simón.
Aquí estamos ahora, los pocos sobrevivientes, entristecidos por el sufrimiento que nos impusieron, con fuego, espadas y sangre. Las cicatrices que nos dejaron, en el cuerpo y en el alma, han pasado de generación en generación, por muchos años.
Ahora han regresado.
Esta vez nos dicen que están aquí para ayudarnos, para protegernos, para proteger nuestro bosque, y a todos los animales que aquí viven con nosotros. Hasta las hormigas y los gusanos, dicen.
Han regresado, para protegernos, dicen.
Le enseñamos a nuestros niños que no confíen en el silbido de la serpiente. Nosotros tampoco podemos hacerlo.
Por 300 años esclavizaron a nuestros niños, violaron nuestras mujeres, quemaron vivos a nuestros guerreros atados a unos palos cruzados, todo en nombre de su dios, por nuestro propio bien.
Por 300 años aterrorizaron a nuestros niños con su infierno, sus castigos y su vengativo dios.
Por 300 años llenaros sus barcos con nuestro oro, nuestra plata, nuestras perlas, nuestros diamantes, para surcar los mares.
Ni un solo grano regresó jamás.
Regrésennos nuestras almas y creeré que están aquí de buena fe.
Regrésennos nuestro oro y nuestra plata como muestra del significado de sus palabras.
Pídanle perdón a nuestros niños por lo que le hicieron a nuestros ancestros, y les creeré lo que dicen.
Ahora no cargan espadas ni arcabuces, sino computadoras y cámaras. Graban todo lo que hacemos, todo lo que decimos. Cuál planta sirve para curar cuál dolor, cuál pájaro canta cuál alegría. Guardan hojas y huesos, plumas y flores, conocimientos y cuentos de nuestras ceremonias y ritos.
Siempre en las sombras, babosos, resbaladizos y traicioneros, como la serpiente terciopelo.