He leído recientemente, las declaraciones de un alto vocero gubernamental, quien dijo que "Venezuela no acepta presiones, ni chantajes, ni sobornos, ni injerencias de poder ni país alguno". Supongo que se refiere realmente a que Venezuela rechaza, condena y denuncia las presiones y los chantajes a que el Departamento de Estado la viene sometiendo desde hace ya unos años y que la ha obligado a aceptar imposiciones, que vienen violentando nuestra soberanía en muchas formas, pero sobre todo en relación a la explotación y comercialización de nuestro principal recurso natural: el petróleo. Esta situación sin duda configura una realidad de injerencia en nuestros asuntos internos, que se extiende además al campo de la actividad política.
Que nuestro país tenga que terminar aceptando negociar con una única empresa transnacional: Chevron, en el sector petrolero, es una clara demostración de la existencia de una injerencia y de la aceptación de la misma, por razones de fuerza, por parte del gobierno nacional. Que Venezuela no pueda negociar con cualquier empresa en forma libre la explotación gasífera, es una evidente limitación de su soberanía. Un atropello realizado por una potencia económico militar, que se nos impone por la fuerza y que terminamos por aceptar por no quedarnos otro recurso que la denuncia y la protesta verbal. Haber llegado a esta situación, enervante desde todo punto de vista para quienes defendemos con vehemencia a nuestra Patria, tiene sus causas y sus responsables, que no están restringidas únicamente al campo de la potencia interventora.
Venezuela es un país pequeño, con una población poco numerosa, con muchas zonas de su territorio donde no existe la presencia permanente del Estado, lo que significa incontroladas, desatendidas y a merced de facinerosos de todo tipo. De hecho, nuestros vecinos, a quienes todavía continuamos llamando hermanos, se han aprovechado históricamente para arrebatarnos el 50 por ciento del territorio que nos correspondía… y aún parecen no estar satisfechos. Pero esa lastimosa situación de grave minusvalía no es responsabilidad sólo de las condiciones existentes de país pobre, deshabitado e indefenso, pues las mismas también estuvieron determinadas por la actuación de nuestras clases, grupos e individualidades dirigentes y gobernantes.
Los fracasos sociales y políticos tienen como actores fundamentales a los seres humanos, razón más que suficiente para que éstos no se puedan deslindar de los mismos. Por tanto, son, en primera instancia, los responsables de las situaciones vividas. Y dentro de ellos, la mayor culpa recae en los grupos dirigentes, pues son quienes conducen a las sociedades en determinado sentido. Nuestros grupos dominantes, entre ellos los gubernamentales, son entonces los principales culpables de lo acontecido. La situación que hoy vivimos, tanto de crisis interna de todo tipo como de relaciones externas, es de responsabilidad principal del gobierno de Maduro, pese a todas las excusas que siempre ha dado.
Nunca hemos debido caer en la situación de minusvalía de todo tipo en que nos encontramos. No hemos debido ser dirigidos en ese sentido. La confrontación con el mal llamado imperio nunca ha debido ser buscada, ni mucho menos anhelada, ni tampoco vaciada de contenido político e impulsada sólo por las ansias de figurar internacionalmente, ni de aparecer como los nuevos libertadores de la patria o líderes mundiales de los pueblos oprimidos. Y eso menos ha debido hacerse sin saber cómo hacerlo, con qué hacerlo y cuándo hacerlo. Cuando se va a una contienda, se la busca y se la incita, sin tener cómo ni con qué ejecutarla, se es profundamente irresponsable y mucho más si se trata del gobierno de una nación, pues conduce a todos sus connacionales al despeñadero. El buen guerrero sabe qué batallas dar y cuándo darlas. Elige el escenario de las mismas y se detiene o retira cuando debe.
Una confrontación de este tipo requiere, en primer lugar, un país unido al lado de su gobierno en defensa de la nación, lo cual está muy lejos de ser nuestro caso. Requiere de un claro proyecto nacional, que brilla por su ausencia; de eficacia, eficiencia y honestidad en el manejo de los recursos, cosas que están muy lejos de existir en la conducción actual del país; con dominio territorial total, sin las contradicciones abismales que hoy tenemos. Nada de lo dicho supone una justificación de las agresiones imperialistas, ni llama al inmovilismo, ni a la cobardía, ni a la traición. Tampoco justifica, sino más bien condena, a quienes claramente jugaron y juegan posiciones al lado de las potencias dominantes.