EL VIAJE Y SUS NOMBRES
"Me llamo Óscar Lynch, como mi abuelo paterno, y tengo un día del santoral católico cada tres de febrero". Con estas palabras iniciales se nos presenta el narrador de la novela Historia del señor Cody (Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2024; 211 p.), cuyo autor es el venezolano Benito Yrady; para fijar una intención y un destino literario, prefigurado y antedicho, que no oculta ni excluye nada: "Los dioses, los sabios, los amantes, los guerreros, los piratas, los avaros, los incrédulos, los moribundos, los rufianes, todos entrarán aquí. Vamos a hablar sin miedo de la resurrección de las lluvias bajo las horas de la ira. Retornaremos a la caligrafía de los sueños. Es la historia del señor Cody" (Pág. 43). Sólo al final de la obra, en su absoluta catarsis existencial, ese mismo narrador sentencia: "Al principio fue el verbo, al final el mundo sin fin".
Dentro de ese paréntesis están inmersas la realidad y la ficción, la verdad histórica e inverosímiles posibilidades metaliterarias. Todo envuelto y empaquetado como una encomienda, con mucha inteligencia, abundante documentación, cuidada presentación argumental e impecable escritura narrativa; dentro de un formato que bien puede parecer una bitácora de viaje, un diario de abordo con el destino y el tiempo, las memorias de un trashumante de otra vida, pero sin dudas una buena novela, una novela muy singular.
Historia del señor Cody no es una novela de vaqueros. Es un texto complejo porque entreteje el realismo histórico con la narrativa onírica, el color local con lo universal —de América y África, de América y Europa—; con perfiles de desdoblamiento notables entre sus personajes principales, para transfigurar el propio argumento de la obra, cuyo pretexto central gira en torno al origen de la actividad petrolera en Venezuela. En concreto, es un juego de lo literario con lo literario, de lo real con lo fantástico.
Visto desde el doble plano de lo imaginario y lo probable, lo supra imaginario y lo hiperrealista; la trama, el argumento, el tema y los hechos de esta novela expresan el portento de una voluntad de trabajo de escritor, sólo equiparable a la de grandes maestros; entre quienes hay que mencionar acá, al menos cuatro de ellos: Edgar Allan Poe (1809-1849), Walt Whitman (1819-1892), Ernest Hemingway (1899-1961) y James Joyce (1882-1941). Pero no por capricho o excusa, sino por su protagonismo dentro de esta obra.
Cuando se aborda como autor o lector, como crítico literario o ensayista, el género novela, cabe presuponer, y tener en cuenta, aspectos centrales de la misma, que la norma atribuye como características capitales, a saber: los temas o capítulos, la unidad de los acontecimientos y el argumento central, el ritmo y la intensidad necesarios que se planteaba Julio Cortázar como pulsión narrativa; los personajes y atmósferas psicológicas, emocionales, descriptivas, en suma expresivas; el desarrollo y desenlace de la historia, así como el lenguaje y los recursos técnicos que permitan hilar, tejer y destejer las acciones y sus referencias más notables. Y todo esto es necesario, porque una novela es siempre un viaje. Finito o infinito, corto o largo, intenso y profundo, de feliz término o de sorpresa inaudita, del modo que sea, será siempre un viaje desde sí mismo y hacia sí mismo. Y eso nos lleva hacia los otros.
Historia del señor Cody, sustenta una forma de dar cuenta de hechos y relaciones mediante una bitácora de viaje que Benito Yrady —y su alter ego Oscar Lynch—, llama historia. En su interior aparecen aspectos de vida y pensamientos, de hábitos y huellas del señor David Cody, el protagonista; y de Walt Whitman, Ernest Hemingway y James Joyce, quienes fungen como actores de reparto; pero igualmente otros personajes secundarios llamados Molly Malone, Stephen Dedalus, Leopold Bloom, Helen Cook, Sam Sapir y Robert Remington; de modo que el autor de la novela no anda solo en su caminar, en su navegar, en su vagavagar, por cuanto se asiste de lo extraordinario y lo real, de lo objetivo y del surrealismo, en complicidad con el tiempo y el lector.
Esta novela está escrita de adentro hacia afuera, y ahí reside su posibilidad de encuentro. Por ello, se puede argumentar que Benito Yrady deja de narrar por sí mismo, para que narren sus personajes, intercalándose, mediante agudas percepciones de viajes físicos y metafísicos, como si descubrieran el mundo. Es una novela de extranjeros, que se dan a la tarea de perseguir tesoros de la tierra, de las aguas y de la historia literaria.
Esta revelación aparece al final del primer capítulo, tal vez a manera de sinopsis anticipada, cuando el narrador más que el autor, afirma: "Esta relación no es sustrato de memoria, ni biografía, ni crónica, ni novela, ni drama de guerras, ni nada parecido a otra historia. Es un diario de viajes. Mi diario de viajes con James Joyce. James Joyce comparte estas palabras y me anima a seguir hasta el capítulo final" (Pág. 44). Así, sin más, se manifiesta el Leit Motit de la obra.
JAMES JOYCE Y DAVID CODY UN PRETEXTO PARA NOVELAR
Benito Yrady hace notables concesiones, incluso morales, al escritor irlandés James Joyce. "No tuve la oportunidad de hacerlo en los mejores tiempos" (pág. 8), parece confesarnos. En cada tramo de la obra va transida esa dualidad de voces del autor y del narrador apuntando cosas sobre cosas, ladrillos sobre ladrillos, tramas sobre tramas, sin importar las probabilidades ciertas o las inciertas probabilidades. Por esta vía da lo mismo que James Joyce y Carlos Gardel estén junto a Hemingway y Whitman en una cháchara de asados y copas en los campos petroleros del costo Orinoco, o que jamás en la vida se hayan podido reunir los cuatro, siquiera para libar un whisky a las rocas.
Son arteras y comedidas las frases, las revelaciones, del texto, bien en la voz del narrador Óscar Lynch o en las voces de otros personajes, respecto al sentido en sí de la novela. Veamos algunos ejemplos.
Óscar Lynch: "siempre cuando escribo escucho su voz (la de Joyce). No soy un plagiario, ni un untuoso intruso" (Pág. 16); "me asegura el señor Cody que Whitman representa para él lo que para mí representa el gran Joyce, pero en dos tiempos distintos" (Pág. 15); "en Joyce el pensamiento es el pensamiento del pensamiento" (Pág. 15); "siento al señor Cody en lo más íntimo. Fue él quien me condujo al intrincado mundo de la visualización de los sueños" (Pág. 41); "el espíritu del señor Cody me sigue dominando. La vida es duradera otra vez y una sola idea salta de mi cabeza. Explicar en detalles cómo, de este lado del tiempo, un transbordo nos llevó al punto más grande y fantástico de la dimensión de los sueños que no han terminado aún. Ahora sí me atrevo. No importa el número de episodios que surjan. Debemos terminar de escribirlo. Las palabras vendrán amontonadas, con un principio y un final" (Pág. 42). Por otra parte, añade: "La historia es una pesadilla de la cual estamos intentando despertarnos, escribió James Joyce. La inteligencia es memoria" (Pág.20).
Óscar Lynch y el señor Cody se conocen en el Lago de Maracaibo en 1922, justo cuando brotó en éste, el primer chorro de cien mil barriles de petróleo, pero un voraz incendio lo destruye todo. David Cody le confía, entonces, su diario de vida a Lynch. La empresa que laboraba ahí era la Standard de New Jersey (Pág. 15). Ese mismo mes de diciembre, Óscar Lynch termina de leer por quinta vez el Ulysses (1922). Ambos nacen un mes de febrero, pero de "madres diferentes, padres diferentes, lugares diferentes. Descubrimos que éramos hijos únicos, como Leopold Bloom, y que deseábamos jugar cuando niños en presencia de otro hermano." (Pág. 14).
Para Óscar Lynch, James Joyce es un obsequio inesperado de la vida, recibido en su juventud. Para Benito Yrady también, sin dudas. Y hasta llegan a pensar como Joyce "que no hay pasado ni futuro, porque todo fluye en un eterno presente" (Pág. 13).
¿QUIÉN ES DAVID CODY?
En las primeras líneas de la obra, su narrador, Óscar Lynch, y su autor Benito Yrady, hacen una doble confesión: "siempre quise escribir una novela para mostrar la grandeza de mis sueños" (pág.8). Empero, no un sueño cualquiera, sino aquel que les permitiera "seguir sin descanso la pista del petróleo". Para justificar su relato, el narrador Óscar Lynch, confiesa, respecto al señor Cody, "Yo sigo el historial que brota de sus labios" (Pág.88). Cody lo anotaba todo en un cuaderno blanco" (pág.13). Pero no es para nada, un relato de segunda mano, sino de primer nivel, de muy alta calidad literaria.
Este personaje —ciertamente enigmático— es un huérfano nacido un mes de febrero, lo mismo que el narrador Óscar Lynch, que James Joyce y que el personaje de Joyce llamado Leopold Blom. Extraña línea nativa esa, por cierto. Pertenece Cody a un hilo de situaciones narrativas y circunstancias que devienen en historias múltiples y complementarias.
Fue adoptado por el coronel William Cody en los Estados Unidos, pero su verdadero padre fue un extranjero comerciante apodado el 033 (Pág.82). Sin embargo, fue criado por un tío indígena norteamericano llamado Apanco. Conoció a Buffalo Bill y a Pancho Villa. De niño imitó el canto de lo animales, dibujó a Popeye y a Mickey Mouse, pero también hacía mapas y dibujaba a Nueva York. Es el pintor de Kariñakon y de las rocas madres, del paisaje y de las aguas, de las flores y el cielo oriental. Además de geógrafo, un artista en ciernes.
Visitó la escuela de arquitectura Bauhaus, fundada en Alemania en 1919 por Walter Gropius. Vive y estudia en Texas, USA, donde se hace geólogo de renombre, experto en petroleología, capaz de olfatear el petróleo, localizarlo bajo tierra incluso desde los sueños y calcular la edad de las piedras. Representante, por tanto, del trust de William Rockefeller en la competencia contra el Imperio Británico por la naciente industria mundial del bitumen; pero igualmente es hábil jinete, y seguidor contumaz del poeta Walt Whitman, cuya tumba visita en New Jersey, guardando con aquel un parecido físico tal que parecen gemelos.
David Cody y Walt Whitman van de la mano en todo el viaje narrativo de esta obra. Cody tiene en su haber piezas de oro, diamantes en bruto y esmeraldas (Pág. 190). Ante la caída de Juan Vicente Gómez, los milicianos rebeldes vuelven añicos su máquina de escribir y le destruyen el enorme globo terráqueo que le sirve de mapamundi, e intentan lincharlo (Págs. 2004-205). Por tanto, decide escapar del país del petróleo. Una extraña levitación lo sustrae de este mundo y constituye el final de la novela. Como dato curioso, el señor Cody y Juan Vicente Gómez mueren en la misma fecha: "El señor Cody fallece un trágico día de diciembre cargado de sorpresas, y nada tiene que ver con una muerte natural". "El señor Cody se detiene, lanza su voz, reanuda la marcha y cae sobre una hoja de papel al terminar el año mil novecientos treinta y cinco. James Joyce, que parece apenarse, envía la primera tarjeta funeraria: Entonces quienquiera que seas, mira a ese extremo final que es tu muerte y al polvo que prende sobre todo hombre nacido de mujer, porque así desnudo como vino del vientre de su madre así volverá desnudo a su hora para irse como ha venido. James Joyce" (Pág. 40). Extraño e inusual consejo en una novela, por cierto. Parece más un salmo bíblico.
¿QUIÉN ES ÓSCAR LYNCH?
También Óscar Lynch es un reconocido geólogo irlandés, quien arrastra su complejo mundo nativo asistido de la presencia, la voz y el susurro en persona de la figura de otro paisano suyo, llamado James Joyce —A quien califica como su héroe de las letras, (pág. 8)—, el famoso escritor del Ulysses publicado en Dublín en 1922. De algún modo, Historia del señor Cody es un sentido homenaje al centenario de aquel notable libro, que llegó a ser "la novela más perseguida de todas las épocas" (Pág.9). Fama nada gratuita, nada casual durante su aparición, ante aquellas sociedades abigarradas de purismo y formalidades de ultratumba.
James Agustine Aloysius Joyce nació el 2 de febrero de 1882 en Rathgar, Dublín, Irlanda, Día de la Candelaria, y vivió 58 años. Murió como consecuencia de una peritonitis, el 14 de enero de 1941. Era un hombre alto, de un metro ochenta de estatura, ojos azules y cabello castaño, a quien se describe en esta novela de Irady como un hombre pelirrojo, de barba espesa, similar a su personaje Leopold Bloom, nariz larga, espejuelos, cejas arqueadas, labios delgados, pecas y cabellera abundante, peinada hacia atrás (Pág. 12).
En otro pasaje de la novela, Óscar Lynch le confiesa al señor Cody lo siguiente: "le digo que este apellido Lynch, de mi abuelo paterno de Dublín, viene de los siglos. Le menciono unos cuantos Lynch de Irlanda, y le recuerdo que, en su propio país, un tal Thomas Lynch, lejanísima figura de mi sangre, a los veintiséis años es el más joven firmante del Acta de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos" (Pág. 20). Corroboramos este dato, y es cierto. Thomas Lynch, Jr. aparece entre los firmantes de ese documento, al lado de John Adams, Benjamín Franklin, Samuel Adams, Samuel Huntington, Thomas Jefferson, Richard Henry Lee, Francis Lewis, Philip Livingston y Thomas McKean, entre otros; el 28 de junio de 1776.
Como los demás personajes de esta obra, Óscar Lynch medita sobre su propia muerte narrativa y real: "Me voy con sus revelaciones a mi soñada Dublín, donde están los cementerios más hermosos, y se oye caer la nieve sobre todos los vivos y sobre los muertos, por donde anduvo James Joyce" (Pág. 41).
En tanto que James Joyce no sabe lo qué es el petróleo, el narrador Óscar Lynch aparece presto a explicárselo con detalles: "Debo decirle que es una poética idea rosa, luego dorada, luego gris, luego negra. Un chirrido y un grave zumbido en el aire, allá arriba, transformado en fábula, además un muelle, una cosa que sale de las olas, una actualización de lo posible como posible, con un manual de estrategia que no se podrá borrar del pensamiento. Cerca de un millón de barriles, lo mismo de siempre y mucho más. Eso le repito al mismo Joyce, al citar sus propias palabras sobre los lugares más profundos de la tierra" (Pág. 30).
Dado que Joyce es un personaje capital en la novela de Benito Yrady, el narrador Óscar Lynch lo siente de menudo "canturreando está dentro de" sí (Pág. 39); y lo asume como un espejismo constante, una suerte de holograma cinematográfico. "Si James Joyce en realidad estuviera aquí, habría dicho severamente a través de Buck Mulligan:
"—¡De vuelta al cuartel!
"Pero él no está aquí, tampoco está en Irlanda. Seguramente viaja por Suiza o Italia o Alemania, o Francia. Apuesto a que debe estar en la ciudad del Sena, dando la pelea por el Ulysses, como debe ser, para dedicar más ejemplares de la primera edición de las tapas azules, que ha llegado a mis manos con su firma de cortesía en la primera página" (Pág. 30).
Esta percepción fantástica es más aguda y definitiva cuando el narrador sentencia esto: "Después de Ítaca y Dublín, el gran Joyce cruza hacia América por sugestión hipnótica" (Pág. 43). Óscar Lynch sostiene diálogos consigo mismo (al estilo del monólogo interior joyceano) y tiene dudas si él tuvo vida en otras vidas (pág.17. Pero hay momentos en que desaparece de acción y se oculta dentro del texto como una sombra. Alguien más continúa el relato por él, y sospechamos que lo hace Benito Yrady.
UN PAÍS SIN NOMBRE, EL PAÍS DEL PETRÓLEO
Para precisar el nombre de ese "país de petróleo", sin mencionarlo ex profeso; hay que situarse primero en el autor de la obra, el narrador José Benito Irady Arias (23/03/1951), oriundo de El Tigre, Mesa de Guanipa, Anzoátegui, Venezuela. De niño observó en la sabana mechurrios y balancines petroleros, tuberías y camiones de carga, hombres de pantalón de kaki, botas gruesas y cascos de aluminio; mujeres fragorosas en las labores domésticas; y fiestas y jolgorios de pueblos que asumían la irrupción del bitumen como bendición de los dioses.
De esa vivencia y observancia nos dio aguda muestra y notable reflejo en su primera obra narrativa, Zona de tolerancia (Mérida, ULA, 1978 y Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2019), despertando admiración y honoríficas palabras en Augusto Roa Bastos, Gustavo Luis Carrera, Juan Liscano, Alfredo Armas Alfonso y Luis Alberto Crespo, entre otros; mediante una docena de cuentos que terminan por ser un faro en la distancia, cuyo destello nos sigue y nos persigue en la nombradía y el reflejo de la identidad oriental.
Pero no sólo Venezuela es un país sin nombre en esta novela. También lo es el Presidente del país, para el momento, el General Juan Vicente Gómez. "Un bigote largo y tosco, da origen a que popularmente nombraran al General en Jefe como el Bagre, en medio de sus detractores y de sus víctimas, pero era el Benemérito entre los oficiales y los políticos que lo seguían (…) Vestido de sombrero, guantes, blusa militar y largas botas, el Benemérito cargaría siempre en sus manos el bastón de mando con el que apuntaba hacia las más ricas posesiones del país del petróleo. Todas las tierras le pertenecieron, los ríos, las lagunas, las piedras, las montañas (…) el país entero era suyo. Todo el mar de los antepasados indígenas era suyo (…) Junto a los familiares y allegados controlaba las mayores haciendas, las colosales siembras de café, el engorde del ganado" (Pág. 199).
Cuando el James Joyce de Benito Yrady se interesa por la vida de Juan Vicente Gómez, el narrador Óscar Lynch acota en la novela lo siguiente: (Gómez) "A pesar de numerosos alzamientos, y la guerra de guerrillas, y el boicot, sus opositores nunca lograron derrotarlo. Murió anciano y enfermo. Se decía que dejó un total de 74 hijos concebidos por 33 mujeres, con ninguna de las cuales se casó. La cifra y los detalles estaban anotados de su puño y letra en algún cuaderno que se ocultaría por mucho tiempo" (Pág. 200). Y es el Benemérito quien suscribe la concesión del petróleo a los gringos
Si algo tiene de enigma, de misterio, de grandeza oculta, un campamento petrolero, eso es precisamente, el mundo secreto, personal e íntimo de quien vino de otro lugar a otro lugar, con un ser dentro del ser que termina por ser otro ser —al volver, al retirarse, al dividirse en el espacio y el tiempo—; si acaso hay regreso. A veces esa escisión sólo ocurre en la memoria, cuando la vida no da tregua al regreso, o persiste en alguna página no olvidada, cuando un cuaderno de notas (como el que sustenta Óscar Lynch) o algún libro lo convierten en historia, como lo hace esta maravillosa novela de Benito Yrady.
Llama mucho la atención en Historia del señor Cody la presencia de un gran lago de petróleo, llamado Guanoco, de cuya sustancia ancestral se extrajo el asfalto que se puso sobre las calles de Río de Janeiro y Sao Paulo en Brasil; de Nueva York, Washington, Filadelfia y Detroit en los Estados Unidos, pero que no alcanzó para asfaltar las propias calles del pueblo El Pilar —correspondiente al municipio Benítez del estado Sucre—, poblado éste fundado en 1662, siendo además la cuna de nacimiento, el 12 de julio de 1947, del gran cantor de la patria llamado Gualberto Ibarreto.
Fue un ciudadano alegre de los Estados Unidos llamado Horacio Hamilton, quien se hizo dueño de ese tesoro, pero también de madera de ebanistería, plantas medicinales, resinas tintóreas, semillas de los bosques y especies aromáticas, entre otras; que sin dudas eran (y fueron) "los tesoros más grandes del mundo".
El narrador Óscar Lynch, es funcionario del imperio británico en América del Sur para la búsqueda del petróleo, pero también de otras regiones. Por eso le advienen a la memoria las andanzas de los vikingos en aguas del Orinoco y del mar Caribe en el año mil, mientras plantan banderas a lo largo de todo el Atlántico con toda suerte de muerte y despropósitos bandoleros.
En una suerte de auto juicio narrativo, respecto a la función de cada personaje en la trama de la novela, surge esta certera confesión: "Aquí el señor Cody representa intereses de los Estados Unidos de Norteamérica a través del trust de William Rockefeller. Yo en cambio he llegado a Maracaibo por la Corona inglesa desde una filial de la Royal Dutch, en manos de Henri Deterding, el famoso magnate, caballero de la Orden del Imperio Británico, casado con Lydia Pavlovna Koudoyaroff (Pág. 16-17). "Un día se encuentran el país del petróleo y traen su acento irlandés" (Pág. 9).
Hay una locación muy definida, muy marcada, en esta novela, que se convierte en el punto de partida del relato, del viaje narrativo, tanto real como fantástico. Se trata del campamento creado en el occidente del país (presuponemos entorno al Lago de Maracaibo), que resulta destruido por un voraz incendio que duró doce horas. "Es nuestra primera ceremonia el día del nacimiento de West River, que también es nuestro propio día de nacimiento. La caja de bronce, con monedas de plata, y con tierra de Texas, y con señales del vicio de fumar, quedó oculta por los siglos de los siglos, y con el último destello del crepúsculo ondeará siempre la bandera victoriosa tachonada de estrellas. En Dios está nuestra confianza. Entonamos largo rato la balada imperial. La música tiene encantos. El señor Cody escribe entonces una inscripción sobre la arena: Martes 3 de febrero de 1925" (pág.38).
Luego aparece el paisaje propio del oriente del país, donde nacerá el asiento definitivo de esa búsqueda, como hecho innegable de la transformación, entre los indios de la zona: "El señor Cody observa huellas curvas de llantas entre arenales del largo camino. Es el camino de los indios, con sus pozos de agua, y sus plantas silvestres. Mantecos, guamos, chaparros, chaparrillos, alcornoques, mandingos, mapurites, kuseves, y las cinco matas de moriche van quedando atrás" (Pág. 37).
"Yo mismo no lo puedo creer. Justo una década me dediqué a los fabulosos caminos de West River. Compartimos primero entre casas de lona, luego se fue expandiendo el campamento y, definitivamente, cuando avanza mucho más la producción se hizo necesario el trazo ancho de una carretera asfaltada, la carretera negra, con la que el señor Cody soñaba algunas noches, al ver entre muchas cosas raras al astuto y solitario caballo de Buffalo Bill sobre las horas más largas del silencio. Buffalo Bill, el superhombre, eleva su arma hacia el cielo contrariado de West River, y con un largo chiflido somete al animal que intenta huir. Campo Norte es lo primero. A un lado Campo Sur, con la primera cabria que marcó el nuevo hallazgo. Y a prudente distancia, Campo Rojo en la línea de mayor peligro con los aposentos de obreros y ayudantes, y la muchedumbre del trabajo informal multiplicada en miles en un lapso muy breve. Solo hombres y superhombres que soñaban con ser ricos. Más adelante crecería la población de manera asombrosa cuando llegaron las mujeres. Surgió así la ciudad preindustrial embalada en una hoja de dibujos" (Pág.39)
"Ahora se ha creado una nueva filial de la Standard de los Estados Unidos de Norteamérica, con el nombre de Guss Oil Company. Tiene inmensidades de espacios en la cuenca del Orinoco, miles de hectáreas donde existen yacimientos de sobradas riquezas. Ya los sismógrafos han pasado revista y se levantan informes que hablan de millares, decenas de millares, centenas de millares, millones, decenas de millones, centenas de millones, que sumo al lado de James Joyce. Dije barriles, ¿verdad?" (Págs. 32-33)
Bien que el petróleo lo exploten norteamericanos o ingleses, las apetencias imperiales tienen el mismo matiz y el mismo propósito. Venezuela "resulta el más codiciado sitio del petróleo en el planeta. Sostenemos que las grandes reservas siguen estando aquí, en los yacimientos del Orinoco" (Pág. 40). El narrador Óscar Lynch lo revela de un modo taxativo: "Los gobiernos de Washington y Londres compiten por el control del petróleo en el planeta, pero también establecen alianzas a través de consorcios mundiales" (Pág. 17): "Somos las únicas naciones de habla inglesa que dominan la industria del petróleo" (Pág. 18).
En algún pasaje de la novela el señor Cody hace referencia a la condescendencia que hubo en la Conferencia de Paz de La Haya con prédicas a favor de los Estados Unidos de Norteamérica, en perjuicio de Venezuela o del país del petróleo: "Ya lo sabía. Después de encontrar el oro del Yuruari, y el hierro de Imataca, y las minas más productivas del planeta Tierra, se asoma otro escenario. Pacific Railroad, Fitzgerald, Gordon, Morny, Delort, y George Turnbull, se disputarán las vías férreas para mover el oro y el hierro a los mercados de Londres y de Washington a través del río Orinoco. Desde el edificio Phoenix, Número dieciséis, Court Street de Brooklyn, se invita a los colonos a poblar el Orinoco". Pág. 34.
Por esta vía tiene su corolario la llamada Doctrina Monroe (que en su pregón "civilizatorio" sostiene que América es América, y es de los americanos), que permite al presidente Theodore Roosevelt, so excusa de contener los intereses comerciales de entonces de Francia, Holanda, España, Bélgica, Suecia, Noruega. Demandas de Gran Bretaña, Alemania e Italia (Págs. 36-37) aplicar el alicate donde mejor le convenga.
Son empresas del petróleo referidas en la novela, la Asphalt Company of América (Pág. 9), la Standard de New Jersey (Pág. 15), la Guss Oil Company, (pág. 33) y el Trust del Asfalto neoyorkino. Todas con un propósito común y afines intereses, como es de suponer.
MUNDO INDÍGENA, MESTIZAJE Y SINCRETISMO CULTURAL Y RELIGIOSO
En Historia del señor Cody el mestizaje es una huella y la cultura es una invitada. Se mencionan en la obra diversas comunidades y culturas indígenas americanas, como los kariña-kon, los mavares, los tamu, los waraos, los pemones; y representaciones cosmogónicas como Kaputano ("dueño de las lluvias, de las nubes y de las estrellas", pág.57), Ioroska ("el dueño de la tierra", pág.57)), al chaman Puddei Chanco—"dueño de todos los animales de la tierra y de las almas difuntas tiene el máximo poder sobre la noche, y protege a los desamparados" (Pág.52); y es quien salva al señor Cody de la mordedura de dos cascabeles mediante un rito ancestral, págs.46-47)—; a Akodumo ("abuelo que puede viajar por las nubes cuando tiene sed", pág. 53), a Tío Apanko (criador del señor Cody, pág.83), Tatanka Iyokanta (Gran jefe indio norteamericano, diestro en caballos, quien "conoce el secreto de los bosques, el encanto de los ríos, misterios de pájaros y peces. Se hizo profundamente humano y sintió muy cerca la felicidad", pág. 78); el mito pemón sobre los hijos del sol llamado Makunaima (Pág.164), René Chicaya (Jefe de comunidad warao y guía, quien cuenta que tuvo que huir "con niños negros, zambos y mulatos para alejarse del dominio de sus amos", (pág.68); así como la aldea africana de negros esclavizados Nekooro (Pág.64); el misionero Pío de León, pregonero de la paz y el bien (Pág.132), el Piache Alfredito, médico warao y árbitro de la lluvia (Pág. 134); Angosturaña (así llamaban los indígenas a la Ciudad Real de Angostura o Ciudad Bolívar (Pág.148) a cuyas riberas el Orinoco "arrastra vegetales vivos a su paso, y continúa creciendo por las copiosas lluvias" (Pág.148). También le dicen a la ciudad Sultana del Orinoco (Pág.153). No deja de llamar la atención el hallazgo del ancla del barco de Cristóbal Colón y la mención de un pariente de Julio Verne que anduvo por el Orinoco.
La cultura occidental se muestra desde varias vertientes del relato, del viaje y de los encuentros de los personajes. Veamos este pasaje: "Hemingway sigue enunciando más y más nombres, incluidos músicos, poetas, novelistas y pintores: Mark Twain, Flaubert, Stendal, Bach, Mozart, Maupassant, Dante, Virgilio, Chejov, Turguénev, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Goya, Góngora, pero no deja de decir entre gruesas palabras lo que siempre ha pensado:
—La cualidad esencial para un buen escritor es la de poseer un detector de mierda, innato y a prueba de golpes" (Pág.101).
Pero hay muchos más nombres de la cultura universal referidos en esta novela: Picasso y Goya, Shakespeare y Stendal, Rabelais, Rimbaud y Baudelaire; Scott Fitzgerald y Edgar Allan Poe, Ezra Pound y Dostoievski, entre otros. A esto se suman los escritores Johann Wolfang von Goethe y Thomas Mann, los músicos Karl Zelter y Johann Sebastián Bach ("el gigante, el incomparable") aparecen como referencias (Pág. 157); junto a los científicos Alfred Wegener, (que estudió el origen de los continentes y de los océanos, pág. 163) y el barón Alexander von Humboldt (el más célebre de los alemanes, pág. 158). Hasta el epitafio de Jonathan Swift se añade: "Aquí yace, donde la indignación salvaje no puede lacerar su corazón" (Pág. 19).
Del mismo modo, se hace uso del minimalismo a través de papelitos incrustados dentro de las galletas californianas Fortune Cookies que distribuye el chef del señor Cody, Leo Lee —quien a su vez fue chef de Pancho Villa—, reproduciendo supuestos pensamientos de Confucio, a saber: «El silencio es el único amigo que jamás traiciona», «Aprende a vivir y sabrás morir bien», «No importa lo lento que vayas mientras no te detengas», «Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro», «Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad», y «El hombre que mueve montañas, empieza apartando piedrecitas» (Pág. 109).
Mención especial tiene el periódico Correo del Orinoco, constituido como el medio de comunicación de los patriotas, del cual se extrae el párrafo de un aviso que ofrece recompensa por la captura de los cinco negros llamados Tomás, Congo, Sam, King y Jorge, llevándose la goleta inglesa de sus dueños, provisiones de todo orden y de compañía dieciséis portuguesas, (Pág. 158).
Así como la novela revela los excesos mundanos de alcohol y sexo en los cabarets de Maracaibo y las casas de trato o burdeles, en particular, con la presencia de extranjeros de diversas nacionalidades que "disfrutan del ambiente entre artistas, marineros, sastres, abogados, médicos, maestros, obreros, minusválidos (aunque) hay una seguridad extrema para evitar desórdenes" (Pág. 27); es significativo el sincretismo religioso de la obra por cuanto se corresponde con el del país.
Así lo expresa el narrador: "Hay una deidad masculina para los descendientes de esclavos africanos (San Benito de Palermo), y otra deidad femenina para los que se definen herederos de indios y españoles. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá es la virgen que tiene ofrendas de oro, y a la que le dicen familiarmente Chinita (Pág. 27). Otras deidades e iglesias mencionadas son (Pág. 11): Saint John The Baptist en Dublín, Irlanda (Día de San Juan nuestro, pág.11), la Catedral de la Santísima Trinidad y el Castillo de San Patricio (Pág.19), la festividad del 8 de septiembre dedicada al Día de la Santísima Virgen de Margarita (Virgen del Valle de El Tigre y Margarita) que "fue encontrada a la orilla de un río, cerca del botalón de muchas ruinas. Se salvó de los incendios de las guerras, se salvó del olvido, se salvó del desprecio. Su rostro es moreno, con las lágrimas de dolor y la visten con mantas bordadas en plata, y su corona de oro y perlas" (Pág. 197).
Igualmente, se mencionan los ruegos de las embarazas a Nuestra Señora de la Alta Gracia de Dios y acarician la cabeza de San Juan Bautista (Págs. 197-198). Por esta vía, la celebración de la Semana Santa del año 1935 abriga un rito clásico occidental advenido durante la colonia, de modo que James Joyce da fe del inicio de la cuaresma y del misterio de la "transustanciación del día de Corpus Cristi" (Pág.185), con el pan y el vino, el cordero, la sangre y el cuerpo del Hijo de Dios, citando la frase de rigor: Hoc est corpus meum.
Otros aspecto relevante de este sincretismo del mestizaje caribeño lo revela la cambiante arquitectura en medio de aquellos tres escenarios del campo petrolero de West River que se extiende en la sabana, cuyos contrastes son evidentes, a saber: Campo Rojo, sin límites ni normas de crecimiento urbano, con apenas siete calles asfaltadas, engalanadas "con nombres de héroes y combates: Bolívar, Sucre, Miranda, Pichincha, Ayacucho, Carabobo; "las demás son de arena hiriente, como en un principio se trazaron en torcidos caminos" (Pág. 185), barrios de pobres y nidos arrabaleros (Pág.72); Campo Norte, de calles asfaltadas, contorno invariable y muy ordenado, jardines y buzones de correo, estacionamientos con portones y peceras; y Campo Sur, con viviendas similares fabricadas en serie y enjauladas con doble alambrada.
Durante esa transformación urbanística, "Quedó atrás el bahareque, y la palma, y los horcones enterrados. Las tablas se amontonan en taguanes. Hay casas de remodelaciones imprevistas. No es extraño ver el reguero de ladrillos, granza, arena, mezclas de cemento, y filosos vidrios de botellas que rematan paredes. En muy pocos aposentos hay ofertas de venta, mientras en otros, que suman la gran parte, se siente el paso veloz de carpinteros y albañiles derrumbando escombros. Se configuran fachadas que ofrecen una particular fisonomía hacia las calles y hablan de un cambio de lenguaje. Aceras de elegantes pintas, vanidosas ventanas, puertas de arco y lámparas eléctricas encendidas en la noche y en el día, atraen miradas de los visitantes extranjeros" (Pág. 185).
Por otro lado, la fiesta del carnaval en la novela es muy similar a las antiguas festividades carnestolendas de la Mesa de Guanipa y El Callao. Por eso, la gente canta en creole, en inglés, en francófilo y en español. Sólo dejemos que el narrador nos haga ver de qué modo presenta aquella alegre, divertida y consumada festividad: "Ahora sí se desdobla el año treinta y cinco. Miércoles de Ceniza en West River. Lágrimas, carcajadas, canciones, derroche de miradas, gritos, pataleos. Es el momento escogido del entierro del carnaval, con un falso sacerdote armado de un báculo y de un hisopo de asperjar agua bendita. Un enano a su lado, vestido de manera estrafalaria, carga el recipiente metálico que termina en forma de pezón. Hay leche en su interior, y en el fondo tres balas. Las blancas gotas y las cruces de cenizas llegan a las frentes de los hombres pecadores que bromean vestidos de mujer. Sus esposas los rasuran, los maquillan, los envuelven entre perfumes femeninos, les pintan los labios y las cejas, les peinan cabelleras de viudas, y les ciñen un sayal. Llorarán sobre el barnizado ataúd, seguido por un enorme pez, después de tantas diversiones. Domingo, lunes y martes de lupanares. Terminan setenta y dos horas de incomparables travesuras (Pág. 183).
De este modo, el sincretismo religioso, cultural y mestizo puesto de manifiesto en Historia del señor Cody, apunta al rescate y preservación de la identidad del país nuestro, el país del petróleo, de la República Bolivariana de Venezuela. Gracias Benito por tu grande trabajo en ese terreno, dentro y fuera de su extraordinaria novela.
LA HISTORIA REAL Y LA HISTORIA DE FICCIÓN
Diversas referencias de tipo histórico, social, político y económico tienen lugar en Historia del señor Cody Benito Yrady. Si cabe fijar un paréntesis temporal real para precisar los hechos de viaje, las acciones y desarrollo de los acontecimientos dentro de esta novela, hay que presuponer el período que va desde 1882 hasta 1935. Durante se lapso de tiempo ocurren situaciones de innegable veracidad, algunas de los cuales conviene referir. Por ejemplo, las menciones al brote de los primeros pozos petroleros en 1922 en Maracaibo y 1933 en Anzoátegui están datadas como hechos reales. Además, esta irrupción del país del petróleo –Venezuela- ante el escenario mundial ocurre, precisamente, durante el mandato del dictador Juan Vicente Gómez, quien muere en la novela y la vida real, en diciembre de 1935; fecha en que además sirve de cierre a la obra.
De los excesos y violaciones a los derechos humanos de aquella dictadura da cuenta el narrador en los siguientes términos: "En medio del trajín, se conoce la fuga de algunos forasteros que pagaban condena muy cerca de West River. Rompían piedras para el ensanchamiento de las trochas, y aprovecharon la confusión del momento. Tres de ellos fueron abatidos por guardias del Benemérito, en una zona que antiguamente resultaba boscosa. Eran prisioneros sacados de cárceles para abrir nuevos caminos entre las concesiones petroleras" (Pág. 58).
La mención a la Revolución Libertadora (guerra civil de 1901 a 1903, liderada por el banquero Manuel Antonio Matos, para derrocar a Cipriano Castro) es otro hecho creíble: "La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria—se oyó decir" (Pág. 36). "Finalizó en Angostura—dice el narrador—. Cincuenta horas de combate, mil cuatrocientas víctimas. Cadáveres de niños caídos en combate, bestias muertas" (Pág. 166).
También se mencionan las guerras a muerte entre ingleses e irlandeses (Pág.21-22), la segregación racial norteamericana, después de la guerra civil, contra inmigrantes chinos e irlandeses pobres, principalmente en Nueva York (Pág.); las referencias a la fábrica de cervezas irlandesa Guinnes, cuyo producto se elaboraba desde 1759 con vejiga de pescado, lúpulo, cebada tostada sin fermentar, levadura y agua (Pág. 20); la escalera de caracol de la Torre Martello o Torre de James Joyce (en realidad es un museo en Dublín, de entrada gratuita, donde pasó seis noches el famoso escritor en 1904, y que sirve de inicio a la novela Ulysses); las alusiones a los crónicas de indias, y en general la resistencia indígena Caribe, "opuestos al tránsito extranjero sobre las tierras que le han pertenecido de por vida " (Pág.33); las referencias al régimen de Juan Vicente Gómez —"El poder quedó aquí en manos del célebremente famoso General y gran Jefe Benemérito, con su lema en defensa de la patria// -unión, paz y trabajo" (Pág.37)—.
Igualmente, aparecen las referencias y apología a Walter Raleigh y el mito de El Dorado (pág. 122); la riqueza mineral de Guayana y las alusiones a las compañías del oro, como la New Golfields, la Pan Ore Company o la Societé Française (Pág. 130); las descripciones del Delta de Orinoco y los territorios waraos (Pág. 132); las alusiones a los apellidos Welser, Alfinger, Federman, Espira y Hutten, como los dominantes durante la imposición alemana para la naciente industria petrolera en Venezuela (Pág.138), sumados a otros apellidos alemanes que dominaron el comercio en Angostura: Wappaus, Watzalins, Wuppermann, Monch, Krogh, Blohn, y Pashen (Pág. 155).
De igual modo, resultan veraces las menciones que se hacen al varón Alexander von Humboldt y al Macizo Guayanés ("antiguo supercontinente Pangea, cuando África y América formaban parte de un mismo territorio durante el período arcaico", Pág. 157-161); son materia aparte. La descripción a la hambruna de 1817, en plena guerra, es muy realista: "La gente se comía los caballos, mulas, burros, perros, ratas, gatos, hervían cueros de res y suelas de zapatos" (Pá.167). Por otra parte, se hace a la vuelta al mundo en siete días del aviador Wiley Post (1898-1935), el rearme de Alemania y las aclamaciones a Adolf Hitler, así como la marcha de Mao Tsé Tung con el Ejército Rojo en China (Pág. 179); las preocupaciones de Stalin por el suicidio de su esposa y la muerte de Vladimir Lenin (Pág.196); el intento de asesinato del presidente Franklin Roosevelt por parte de Giuseppe Zangara (Pág. 180), el vuelo del estadounidense James Crawford Angel Marshall (1899-1956) —Jimmie Ángel—, sobre el río Caroní en una avioneta para admirar los tepuyes y descubrir la cascada de agua más grande de mundo, el Salto Ángel (Pá.187); la muerte de Carlos Gardel, rey indiscutido del tango argentino, acaecida en Medellín, el 24 de junio de 1935 a las tres de la tarde, descubriéndose "durante la autopsia una bala en su cuerpo" (Pág.191); las primeras luchas sindicales en Venezuela por seguros de vida e indemnizaciones, libre tránsito, aumento de sueldos, protestas y huelgas sin éxito (Pág.196); las pipas Peterson fabricadas en Dublín desde 1865, y los cigarrillos estadounidense Lucky Strike de grandes ventas durante la década de los años treinta (Pág.13).
Otro aspecto ciertamente curioso, no sólo por su realismo, sino por la ironía, sorna y desparpajo con que lo presenta, es la alusión a la figura de Santa Claus en la navidad del campo petrolero, porque llega ataviado de rojo y blanco, con el apogeo de la Coca-Cola (Pág.178). Así mismo, destaca la alusión a la existencia de morocotas, como monedas de pago de la época. "En este país del petróleo le han puesto ese nombre, morocotas, pero son las mismas águilas dobles que Roosevelt prohibió desde hace meses, bajo pena de hasta diez años de cárcel a quien tuviera más de cien dólares en oro. Las nuestras, igual que las demás, llevan las trece estrellas rodeando el perfil de la cabeza femenina de la Libertad. Son pesadas. En la otra cara se define el escudo de los Estados Unidos de Norteamérica" (pág. 180). Valga, pues, esta breve muestra de realismo histórico como trasfondo de las acciones y situaciones de la novela de Benito Yrady.
EL AMOR TIENE NOMBRE DE MUJER
Historia del señor Cody no presenta una historia de amor alterna o suplementaria, a la trama central, como suele ocurrir en la mayoría de las novelas (y para pensar en las nuestras, podemos citar a Doña Bárbara -1929- de Rómulo Gallegos o Casas muertas -1955- de Miguel Otero Silva, como ejemplos), sino un profundo sentido de amor patrio, espiritual, mental e histórico de los personajes por sus respectivos países. Un amor de tierras y destierro, de nostalgia y diáspora, condicionado por las apetencias minerales y los compromisos existenciales que demandan esas empresas; pero no exalta el amor de cuerpos, de sexos opuestos, sino el amor imaginario, de sueños, de literatura y de ficción, que establece el narrador Óscar Lynch con una dama irlandesa de improbable existencia, llamada Molly Malone; quien representa una analogía del amor del personaje Leopold Bloom con su esposa infiel Molly Bloom, en el Ulysses de Joyce.
Están exentas, en esta historia de Benito Yrady, esas relaciones de amor propias de la historia universal, como Sansón y Dalila, Marco Antonio y Cleopatra, Napoleón y Josefina, Bolívar y Manuela Sáenz, Dante y Beatriz, Pancho Villa y Adelita, (o Pancho Villa y Luz Corral), Petrarca y Laura, Akenatón y Nefertiti, Romeo y Julieta, Don Juan y Doña Inés, Hamlet y Ofelia, Otelo y Desdémona, Don Quijote y Dulcinea, Edipo Rey y Yocasta, por decir algunas parejas clásicas de ficción y realidad, y viceversa; tocadas por la literatura de todos los tiempos.
Este vacío intencional, sin dudas, lo llena la figura de un personaje femenino, de ambigua veracidad, llamado Molly Malone; cuya estatua se ubicó en la Grafton Street de Irlanda en 1988, para ser reubicada luego hasta la iglesia de St. Andrews en la Suffolk Street, como un ícono de la ciudad —del mismo modo que la figura de Ana Ozores de la novela La Regenta (1884-1885), de Leopoldo Alas "Clarín", es ícono de la ciudad de Oviedo, en Asturias, España—. Se trata de una hermosa mujer trabajadora del siglo XVII, quien vendía pescados y moluscos como el berberecho, que es muy parecido a nuestros guacucos margariteños; y mejillones, por las calles de Dublín, en su carreta de grandes ruedas y llamativos descotes; ejerciendo de prostituta voluptuosa por las noches —buena y agraciada, capaz de complacer a todo tipo de señores, sin discriminación alguna—. Su historia, recuperada a finales del siglo XIX, por medio de una canción popular que la ha llevado hasta el cine, se le tiene a menudo como himno no oficial de Dublín. De hecho, el día 13 de junio se celebra el Día de Molly Malone, porque alguien con ese mismo nombre murió en esa fecha del siglo diecisiete.
De principio a fin, el narrador Óscar Lynch lleva en su bitácora de viaje el recuerdo y la figura de aquella amada lejana y extraña, que se le convierte en premura en sus soledades y diásporas. "Lo que no llegué a decirle al señor Cody es cómo me duele el alma cuando suenan las guitarras de Molly Malone, y anuncian que murió de fiebre, y nadie la pudo salvar al diluirse la noche", confiesa (Pág. 21). "Llevo muchos años sin volver a mi sufrida ciudad y me persigue el recuerdo de la bella Molly Malone vendiendo pescado por las calles. Entregando su cuerpo en las noches a los hombres sedientos de amor y cargados de lujuria", se le oye decir. (Pág. 22). "Lo que el tiempo no me dejó decirle al señor Cody, como quise, es que, al escuchar la música dedicada a la vida de Molly Malone con su vestido largo y escotado sobre el que silban los vagabundos, al imaginarla a ella tan cerca de mí, entre esos coros familiares, me siento irremediablemente abatido", se lamenta. (Pág. 21).
Molly Mallone no es la única figura femenina en Historia del señor Cody. Hay un universo de figuras igualmente relevantes. Aparece también Carmen Ballesteros, conocida en Maracaibo como Lola, quien regenta un lugar de citas y un cabaret con chicas colombianas, dominicanas y de Santiago de los Caballeros, después de viajar por Florida, La Habana y Cartagena, pero que sueña con su regreso a España (Pág. 26); y Pola Negri (Apolonia Chalupiec, 1897-1987), la actriz polaca, de pelo corto y triunfante en el cine mudo de Hollywood, cuyo romance con el cómico británico Charles Chaplin no pasó desapercibido, aparece igualmente.
Así mismo, Olivia Betty, con su mesa de costura, su colección de muñecas y su muy personal forma de ofrecer el té (Pág. 19), la reina Victoria de Inglaterra (1819-1901), la estatua de la Libertad ("Diosa madre con los veinticinco balcones de su corona. Estatua de mujer donada por los franceses", dice el narrador, pág.23); Annie Oakley, quien "tenía el arte del certero disparo al cigarro" (Pág.77); Izel, la madre de David Cody, quien muere el día del parto (Pág.82); Hellen Cook, la historiadora esposa del geógrafo y arqueólogo Sam Sapir, quien lidera un movimiento progresista de mujeres para la formación política, profesional y laboral (Pág.98); Anna Gibson, en Campo Norte, "prepara un pernil de venado al horno, ensalada de grapefruit, lechuga y papas, para la cena, con dulce de lechosa" (Pág.171). También se menciona la madre de Hemingway, quien "tocaba viola" (Pág. 172).
SOBRE EL ASPECTO CULINARIO
La cocina es nostalgia, rescate y reencuentro en Historia del señor Cody. Basta dejar caer los ingredientes en boca de sus protagonistas para advertir una muy cuidada presentación de los platos, según sean los ánimos y las circunstancias que los ameriten. Estos escapan al simple localismo y revelan costumbres diversas. Como la sabia del árbol, en esta obra permiten florecer los encuentros y el habla de los personajes a medida que desandan sus destinos.
"Logramos desayunar empuñando esa jarra de leche, y consumiendo mucho té, miel, huevos y gruesas rebanadas de pan, sin tocar en los sueños las aguas del puerto de Dublín. Será una comida distinta a las de Maracaibo, donde la gente que sigue y sigue a los borrachos termina degustando patas de ganado sometida al fuego con jugo de limón, cebolla y ajo. Es su plato predilecto después de beber y festejar. Patas de carne sin hueso, raspadas muy bien, caldo de panza con harina, verduras y sofrito en manteca de cerdo, sin ningún remordimiento de conciencia" (Pág. 32).
"Delicias de bacalao, soldaditos de Pavía —fritura de bacalao rebozado andaluz y madrileño—, pimiento rojo y tortillitas de camarones, resulta la primera ofrenda de Carmen Ballesteros, pero también sirve dátiles, altramuces y sangre encebollada. Dice que le basta una hoja de laurel, sal, pimienta negra, aceite de oliva, vino blanco, abundante cebolla y ajos, y la sangre de pollo que corta en pequeños trozos. En pocos minutos tiene lista su invención a la que agrega un poco de brandy. Me convence. Como buena sevillana conserva sus costumbres del hogar. Yo la busco al menos dos veces al mes, y paso noches enteras acariciando las formas de su cuerpo" (Pág.28)
Oscar Lynch afirma: "Empezamos a meditar sobre el nuevo campamento junto al Orinoco. Le digo al señor Cody que allá nos volveremos unos comedores de salchichas, y no habrá que sufrir nueve horas ablandando las paticas de cochino con el hueso quebrado. (…) A los dos nos gusta el chivito asado con mucha pimienta y poco orégano" (Pág.31). Luego sentencia, para no apartarse de su propósito ficcional: "Lo imagino todo, metido en las páginas del Ulysses" (Pág. 32).
"Tendré mi propia barra en homenaje a la cervecería más antigua de Dublín, que ha sido visitada sin interrupción desde el año mil cien hasta el presente. James Joyce llegó a conocerla, como sabemos todos, y se trepó en los altos taburetes, antes de incluir en su novela al ruidoso Mulligan’s de la Poolbeg Street. Ingeniosa idea para entrar al Orinoco. Seré un hombre libre, y rodeado de barcazas con cerveza, bodegas y despensas" (Pág. 32).
"Como todos los años, aparece la lluvia en la espesura de la vida. Hacemos un repaso de los trágicos sucesos de West River. De las personas ausentes, del crecimiento del comercio, de la aparición de los elegantes lupanares, de los bares tranquilos y de los bares ruidosos. No pueden faltar en la enumeración, las veces que el señor Cody y yo elevamos las llamas desde un horno para cocer la masa de las Congress Tarts, el rico postre con almendras molidas, conserva de frambuesa, ralladura de limón y un chorrelito de jerez. Era un aroma insuperable aquel tibio olor del dulce pastel. Forjamos la leyenda que ahora sí podremos escribir" (Pág. 40)
Leo Lee, oriundo de Guang Long (tal vez una inexistente localidad china, pero que alude a un famoso restaurante chino en Madrid), es el chef de la novela. Un personaje que se encarga de recrear el mundo culinario y etílico que aparece en el Ulysses de Joyce, sólo que esta vez matiza su tradición oriental con la tradición norteamericana y caribeña, probando sabores y demostrando habilidades portentosas a sus viandantes.
"Leo Lee ha logrado adquirir truchas. Sabía que eran del gusto de aquel admirado pasajero con predilección por los buenos vinos y los peces. Limpia la carne rosada, la coloca en baño de María, deshoja las cebollas como si fueran cintas, agrega ajo, jengibre, vegetales. Deja que todo hierva al vapor, mientras prepara una salsa de vinagre y azúcar, y sin pérdida de tiempo, sigue en la confección de otros bocados de su lejana tierra cantonesa. Siente orgullo por los aperitivos y los postres del Oriente, que le cautivaron desde niño, y que siempre tendrán agradable sabor, olores, elogios." (Pág.96)
"Es en Texas donde conoce a David Cody, y se transforma en su cocinero y confidente. Le habla de Confucio, de la inmortalidad, de los placeres, de las lágrimas de amapola, de las mujeres malditas y de historias de familias en la pequeña isla de Shamian (*Distrito Liwan de la ciudad de Guangzhou, provincia de Cantón, perteneció a los británicos y franceses) bajo el control de los ingleses, pero también le enseña el misterio de su lengua con palabras que ha tenido siempre, y manchándose los dedos de tinta le muestra los caracteres chinos más antiguos. Cocinaba en sartén wok la gran variedad de platos salteados. Cerdo, pollo, gambas, más aceite de sésamo, cebolletas y brotes de soja, al invocar el genio de su origen asiático. En el barco con rumbo al Orinoco, no podía faltar el wok, ni la vaporera, ni el juego de cuchillas, el tajo, la vajilla completa y cuencos tatuados de paisajes azules. Se agregan envases de té, de aceites, de especias, vinos, vinagres y salsas" (Pág.96).
Leo Lee representa el homenaje de Benito Yrady a su señora madre, en tanto que hijo único de José Manuel Irady y de doña Estilita Genoveva de Irady Arias (1926-2018), destacada cultora gastronómica, oriunda de Ciudad Bolívar. De seguro el amor materno le prodigó manjares de amor y ternura, de gracia y agrado, cómo sólo es posible que lo brinde el regazo de la más amada de las mujeres. Al recordar y reconocer aquellas artes de infancia y de madurez en el hogar familiar, le resultó consustancial ese mundo de la cocina que salpica de no pocas maravillas del sabor, las otras metáforas del relato, las otras magias de las palabras. Por eso el chef Leo Lee es tan cercano al señor Cody, además su confidente, a medida que el viaje hacia los nuevos destinos del petróleo les señala sorpresas y avatares.
DE UN PASADO A OTRO PASADO, EL CAMINO HACIA EL PRESENTE
Historia del señor Cody de Benito Yrady se tutea, no sin asombro, no sin parentesco simbólico, no sin desafíos; con el Ulysses de James Joyce publicado originalmente en 1922; mientras el diario, los cuadernos, los dibujos y las aficiones corporales, biológicas, mundanas del señor Cody, se codean con la obra de Walt Whitman, su arquetipo, su facsímil fantástico.
Por esta vía, la isla de Irlanda y el lago de Maracaibo transitan, en sentidos contrarios del tiempo, como trenes vertiginosos, plenos de portentos narrativos, hacia un fin común. Aquella ciudad europea refresca su pasado de guerras y grandezas, mientras la nuestra ve brotar su futuro desde las entrañas de su mítico lago petrolero. Pero hay otra analogía igualmente relevante, entre los predios secos, áridos y ardientes de la lejana Texas de los Estados Unidos de Norteamérica, y estas otras soledades y sabanas acantonadas también por el misterio subterráneo del bitumen, en las riberas del Orinoco, en unos lugares llamados Guanoco, Kariñakon, Palenque, Los llanos, Tank Farm, Campo Norte, Campo Sur y Campo Rojo. En suma, el señor Cody da cuenta del borbollón o reventón de un enorme flujo de crudo durante el año 1925, que da lugar al nombramiento de un primer pozo o yacimiento, con las iniciales de W.R.1 (West River 1), tal como ocurriera en 1933 en la Mesa de Guanipa con el O.G.1 de la novela Oficina Número Uno (1961) de Miguel Otero Silva. De ahí que el paisaje constituya un elemento a considerar durante todo el trayecto del relato, para decodificar las pistas que añaden los personajes en función de esas memorias, tan pragmáticas cuanto fantásticas, desarrollada por la pluma inteligente y veterana de Benito Yrady.
En esta bitácora novelada, los señores Óscar Lynch, David Cody y Benito Yrady nos llevan por un largo y pausado viaje acuático, que incluye diversos rumbos y escenarios; empezando por los ríos Liffey, Mississipi, Hudson, Misuri, Orinoco y caños del Delta, dejando en referencia otros 49 ríos más (Pág. 24); las islas de Manhattan (pág. 23), Long Island (con forma de pez), Ellis Island, Governors Island, Staten Island, City Island; los mencionados lagos petroleros de Guanoco y Maracaibo; sumando también mares y océanos como el Atlántico Norte, el Atlántico Sur y el Mar Caribe.
Por esta vía, el lago de Maracaibo es un portento y un enigma, del cual se expresa lo siguiente: "entre torres de perforación, remolcadores, gabarras, cascarones y gases encendidos en cada plataforma. El único Lago de aguas dulces y saladas a la vez, con más de cien ríos tributarios, y muchas islas naturales, y una maldición que pesa demasiado por las asombrosas reservas que pueden financiar una nueva guerra planetaria. Es el Lago que todo el mundo quiere poseer" (Pág. 23) (…) "Todos los trabajadores sobresalen en el nado y se sumergen cuerpo a cuerpo burlando la ruta de los peces. Empujan los taladros hasta el fondo más antiguo de los tiempos. Se hace girar el trépano. Se perforan los suelos adormecidos por los siglos. Las tuberías, conectadas a una mano y a otra mano, se desplazan hacia colosales tesoros a más de mil quinientos pies de profundidad" (Pág. 18). "El mismo Lago que caprichosamente Américo Vespucio comparó con Venecia" (Pág. 19).
Igualmente, se revelan los prodigios del relámpago del Catatumbo, las islas más bellas del Caribe, las islas de las perlas Margarita, Coche y Cubagua (Pág.171), las bocas del Orinoco, el misterio del Caroní, el enigma de los tepuyes de nuestra Gran Sabana, el Macizo Guayanés, la horizontalidad de los llanos, entre otros de Venezuela; el Lago de la Brea o Pitch Lake en Trinidad y Tobago (que es un reservorio natural de asfalto), también la isla de Jebu (pág. 121) y aquellos paisajes de Europa y Norteamérica de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que en la imaginación de Benito Yrady alcanzan plenitud de realidad.
En cinco de sus cuentos escritos durante la década de los ochenta se vislumbraba la idea de esta gran novela. Se trata del relato "Traganíquel", en el que aparece una visión de Nueva York hecha de papel, con su gran puente de papel y sus barcos de papel sobre el East River (que en sentido opuesto se cambia por el campamento West River en Historia del señor Cody), todo prefigurado en una barra del Centro Comercial Bellavista de Porlamar; y cuatro relatos muy cortos que transfiguran la idea del petróleo en la génesis de los pueblos de la Mesa de Guanipa, sus sabanas y farallones, su gente, su ecología y su zoología, real e imaginaria, titulados esos cuatros cuentos: "Historia del cielo inexplorado", "Historia de la maraca perforada", "Historia del pájaro de copete escarlata" e "Historia del caballero pudiente" (un tal Mister Story, por cierto).
Para finalizar, dejemos que sea el viejo Hemingway quien nos despida, como si lo oyéramos conversar en un bar citadino, pero esta vez dentro de Historia del señor Cody, cuando nos dice:
—Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer, solo la muerte puede ponerle fin— (Pág. 169).
Sin dudas, así es.