Una vuelta hacia Espartaco

 Recordar a Espartaco es como volver la vista atrás y reconstruir esa imagen de un régimen tan doloroso y brutal en que el rico, valiéndose de la extrema pobreza del hombre, sólo aprecia de éste, como esclavo (jurídicamente no-hombre) lo que posee de instrumentum vocale –herramienta que habla-, para que de esa manera se diferencie del instrumentum semi-vocale (herramienta que relincha como el caballo, por ejemplo); y ambos, esclavo y bestia, se diferencien del instrumentum mutum (simplemente herramienta como el azadón, por ejemplo), sin que pudiera apreciarse quién tenía más apariencia humana: ¿el esclavo o la bestia?

 La historia recuerda la Esclavitud como el régimen en que los pobres (esclavos), los explotados y oprimidos, carecían de derechos e incluso el de su vida dependía del estado anímico del rico (esclavista), y no pocas veces se le respetaba más a la cabra que a la del esclavo. Un perro, tal como también se hizo en manos de un señor feudal y ahora de un burgués, vestido con traje de levita del amo y no con el delantal de la sirvienta posee más derechos humanos que el obrero. Roma daba y Roma quitaba la vida del esclavo como si ésta hubiese sido la razón primordial de la filosofía del Imperio romano para “civilizar” el mundo bajo los pies con solo la cabeza del emperador, su familia y sus hipócritas senadores y generales por encima.

 Espartaco fue el símbolo de la vida juntada a la esperanza de liberación del esclavo; fue el dolor de cabeza más intenso de generales que sin nunca haberlo visto lo tenían por un enigma cierto y tan peligroso para el imperio, que órgano por órgano tuvieron que componer su cuerpo entero para identificarlo antes de asesinarlo y volver a descomponerlo. Espartaco representa en una biografía o radiografía la historia de la resistencia del esclavo contra las atrocidades del esclavista y por un mundo donde no hubieran ni amos ni esclavos.  

 El general Graso, vencedor de Espartaco, decía que éste: “cuando luchaba con sus propios brazos, era así, una furia, una cólera…” Era el tiempo en que Antonio Cayo no azotaba a sus esclavos, pero cuando había alguna dificultad asesinaba a uno para que los demás volviesen a la disciplina que el esclavo debía a su amo y no se produjera desmoralización. Dicen que era mucho más fácil tratar al hombre que al esclavo y al caballo. Los gobernantes, menos Cicerón, olvidaban que eran los esclavos los que hacían a los romanos… y también al imperio. Definitivamente, éste no es nada sin esclavos como tampoco lo sería el capitalismo sin proletarios, que son los esclavos modernos.

 La esclavitud, sin duda, fue un salto cualitativo en la historia humana en su tiempo y cuando dejó de serlo y se convirtió en un estorbo para el progreso y desarrollo histórico, sencillamente fue derrumbado por una revolución que sólo estaba dado dirigir por los señores feudales y no por los esclavos. Es en esto donde debe buscarse la razón esencial de la derrota de  Espartaco y no en la compra de información por el general Craso a Baciato el negociante de esclavos. Pero la esclavitud, como progreso o brutalidad de la historia, se sustentó en un nivel de sufrimiento humano que ningún cristiano de corazón sensible sabe el por qué Dios lo permitió, teniendo éste todos los poderes divinos concentrados en sus manos. Sufrimiento que simbolizó una trilogía antes nunca imaginada por la mente humana: plantación-bestia-esclavo como la misma cosa por el uso que le daban los romanos. Por eso, para Cicerón, Roma (solamente Roma la que daba y quitaba la vida del esclavo) tuvo en su historia a un Espartaco.

 Espartaco no fue solamente los ojos, el alma y el corazón de los huesos y los músculos de la rebelión de los esclavos tracios. No, así la epopeya o la odisea o la gran obra de Espartaco y los esclavos hubiese quedado reducida a Capua. Espartaco fue la rebelión de los esclavos galos, judíos, griegos, egipcios, tracios, nubienses, sudaneses, libios, persas, asirios, samarios, germanos, eslavos, búlgaros, macedonios, españoles, italianos; es decir, de ese mundo que estaba harto de Roma, tal como bien lo decía el mismo Espartaco. De esa manera todos los esclavos se trasformaron en un solo esclavo en lucha por su liberación, y se llamó: Espartaco.

 Espartaco, por su manera de pensar y de actuar, nunca debió compartir ese oportunista concepto de las tres aptitudes de Graco sobre la política, pero tal vez sí cuando el senador, afectado por alguna dificultad, lanzaba al viento que la política es una mentira y que la historia era el registro de esa mentira. Espartaco era justo todo lo que no eran los romanos. Para el Imperio, incluyendo a Cicerón, Espartaco no era más que un criminal, pero aun así luego de muerto seguía siendo un enigma de profunda preocupación, por lo menos, psicológica para senadores y generales. Roma, como estigmatizada de tantas simbolizaciones de castigos con esclavos asesinados en cruces, parecía andar tal como andaban los caminos. Y éstos, piedra por piedra, fueron estremecidos por Espartaco, aunque no haya podido darle la vuelta al mundo como lo quería Gannico. Espartaco sabía que en lo único que se parecía el esclavo a los esclavistas era que la vida no decía cuando morirá.

 Dicen que un hombre debe ser un poco loco para ser un gran general. Tal vez, Espartaco tuvo algo de cuerdo para ser un gran loco desafiando durante cuatro años todo el poder de Roma venciéndole sus poderosos ejércitos. Que no haya ganado la guerra, no importa, no estaban facultados los esclavos por la historia para hacer cambiar un mundo que había embrionado en la entraña de los señores feudales, pero Espartaco fue una señal del destino de la futura humanidad que se levantaría sobre la sangre, el sudor y el dolor de los esclavos. ¿Acaso Prometeo en persona no había robado el fuego sagrado del cielo y se lo había dado como el más precioso de los presentes a la humanidad? Como lo preguntó Howard Fast.

 Quizá, como un honor de Espartaco, valga la pena al recordarlo no olvidar, mientras el mundo ande patas arriba y haya esclavos, aquel mensaje que envió al Senado de Roma con el único soldado sobreviviente de un combate ganado por el gladiador tracio al comandante Varinio Glabro, el legado. Espartaco, adolorido por el asesinato de unos esclavos inocentes y más por la violación de que fue víctima una esclava por todos los soldados de la Segunda Cohorte, le dijo al soldado sobreviviente: “Vuelve al Senado y entrégales el bastón de marfil. Te hago a ti legado. Vuelve y díles lo que has visto aquí. Díles que ellos enviaron contra nosotros sus cohortes y que nosotros los hemos destruido. Díles que somos esclavos, lo que ellos llaman instrumentum vocale. La herramienta con voz. Cuéntales lo que nuestras voces dicen. Decimos que el mundo está cansado de ellos, cansado de vuestro podrido Senado y de vuestra podrida Roma. El mundo está cansado de la riqueza y el esplendor que vosotros habéis succionado de nuestra carne y de nuestros huesos. El mundo está cansado de la canción del látigo. Esa es la única canción que conocen los romanos. Pero nosotros no queremos oír más esa canción. En los comienzos, todos los hombres eran iguales y vivían en paz y compartían lo que tenían. Pero ahora hay dos clases de hombres: los amos y los esclavos. Pero hay más de los nuestros que de los vuestros, mucho más. Y somos más fuertes que ustedes, mejores que ustedes. Todo anda bien en la parte de la humanidad que nos pertenece. Cuidamos a nuestras mujeres y ellas permanecen a nuestro lado y nosotros combatimos junto a ellas. Pero ustedes hacen prostitutas a sus mujeres y convierten a las nuestras en ganado. Nosotros lloramos cuando nos son arrebatados nuestros hijos y los ocultamos entre las ovejas, de modo de poder tenerlos un poco más con nosotros; pero ustedes crían a sus hijos como crían ganado.  Ustedes tienen hijos con nuestras mujeres y los venden al mejor postor en el mercado de esclavos. Ustedes convierten a los hombres en perros y los envían al circo a que se despedacen, para vuestro placer, y vuestras nobles damas romanas presencian cómo se matan entre ellos, mientras acarician perros en la falda y los alimentan con deliciosas golosinas. ¡Qué detestable pandilla son ustedes, y qué infecta mugre han hecho de la vida! Se han burlado de los sueños acariciados por el hombre, del trabajo de la mano del hombre y del sudor de la frente del hombre. Vuestros propios ciudadanos viven de las dádivas y se pasan los días en el circo y en la arena. Ustedes han hecho una parodia de la vida humana y la han despojado de todo su valor. Ustedes matan por matar, y vuestra más fina distracción es ver correr sangre. Ustedes ponen a trabajar en las minas a pequeñas criaturas y en pocos meses las matan trabajando. Y ustedes han construido la grandeza robándole al mundo entero. Bueno, eso se ha terminado. Díle al Senado que todo eso ha terminado. Esta es la voz de la herramienta. Díle a tu Senado que envíe sus ejércitos contra nosotros y que los destruiremos como hemos destruido éste, y que nos armaremos con las mismas armas que ustedes envían contra nosotros. El mundo entero oirá la voz de la herramienta; y a los esclavos del mundo les gritaremos: ¡Levantaos y romped vuestras cadenas! Avanzaremos por Italia y allí donde vayamos los esclavos se nos unirán, y entonces llegará el día en que marcharemos sobre vuestra ciudad entera. Y entonces ya no será eterna. Díle eso a tu Senado. Díles que le haremos saber cuando vayamos. Y entonces derribaremos las murallas de Roma. E iremos a la casa donde se reúne el Senado y los sacaremos de sus elevados y poderosos sitiales y los despojaremos de sus ropas, de modo que queden desnudos y sean juzgados al igual que siempre se nos juzgó a nosotros. Pero los juzgaremos imparcialmente y les daremos una completa medida de la justicia. Cada crimen que hayan cometido les será incriminado y tendrán que rendir cuenta de todo. Díles eso, de modo que tengan tiempo de prepararse y de autoexaminarse. Se los llamará a prestar declaración y nosotros tenemos muy buena memoria. Entonces, cuando se haya hecho justicia, construiremos ciudades mejores, limpias, ciudades sin muros, donde la humanidad pueda vivir unida, en paz y felizmente. Eso es todo nuestro mensaje para tu Senado. Transmíteselo. Díles que proviene de un esclavo llamado Espartaco”. Para que Espartaco pronunciase tal mensaje para el Senado de Roma hubo de ver, sobre su propia miseria y la de sus hermanos esclavos, un sol y un mundo nuevos, como contrariando a Mefistófeles.

  Para los romanos, Roma era grande porque Roma existía, pero Espartaco era despreciable porque Espartaco no fue más que un símbolo de castigo, aunque hubiese ganado cinco batallas en que barrió de la faz de la tierra a las fuerzas del imperio sin contar los movimientos en que hizo retroceder o poner en fuga legiones enteras de soldados romanos. Nunca Roma, mientras no fue verdaderamente cristiana, dejó de ser la danza de la muerte de esclavos. Con la muerte de Espartaco se apagó casi un fuego entero, pero quedó una chispa que lo hizo inextinguible, porque el nombre de Espartaco era susurrado en algunos establos, gritado en algunos combates, y bendecido por la historia humana soñadora de justicia y libertad. Fue el tiempo en que las salchichas se hacían utilizando los cuerpos muertos de los esclavos. ¡Qué barbaridad!



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Freddy Yépez


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