Cuenta el mexicano Paco Ignacio Taibo II, en su biografía del Ché, un episodio ocurrido el 3 de enero de 1959, tercer día de la triunfante Revolución Cubana.
El ejército de Cuba, que defendió hasta el final, con fuego, represión y tortura a la dictadura de Fulgencio Batista, había sido derrotado por el ejército rebelde. Por primera vez en América Latina un ejército regular sucumbe ante uno irregular (hazaña que luego repetiría en Nicaragua el FSLN, en 1979).
Tres mil soldados batistianos, prisioneros en la fortaleza militar de La Cabaña, escuchan un discurso del comandante Guevara. “Los guerrilleros deben aprender disciplina de ustedes y ustedes deben aprender de los guerrilleros cómo se gana una guerra”, dice.
Luego, en una de las oficinas del cuartel, el Che se topa con un soldado frente a una máquina de escribir. Lleva insignias de sargento. Y se produce el siguiente diálogo entre el comandante guerrillero y el soldado enemigo:
-¿Usted ha salido a combatir?
-No, yo soy oficinista.
-¿Y no ha torturado a nadie?
-No.
-¿Sabe usar esa máquina de escribir?
-Sí.
-Váyase, quítese el uniforme y vuelva para acá.
El sargento se llamaba José Manuel Manresa. Desde ese día se convirtió en el secretario de Ernesto Guevara. Pasó cinco años a su lado.
Orlando Borrego, uno de los colaboradores más cercanos al Che, entrevistado por el periodista argentino Miguel Bonasso, comentó sobre la relación entre aquellos dos hombres de proveniencias encontradas:
“José Manuel Manresa murió hace poco tiempo. Él había sido soldado de Batista y el Che, que calaba a la gente, se olvidó que ese hombre había sido soldado de Batista y lo mantuvo a su lado, primero como mecanógrafo y luego como el hombre de su confianza total que incluso lo inyectaba cuando le daban los ataques de asma. Manresa se manejaba muy bien en el desorden del escritorio y sabía dónde estaba cada cosa. Había tal empatía con el Che que ya se entendían por señas. A veces bastaba un gruñido, un sonido ininteligible y Manresa sabía que debía buscar la carpeta azul”.
Un hombre con el uniforme del ejército enemigo terminó siendo la mano derecha del mítico revolucionario latinoamericano.
No se había disipado el olor a pólvora ni enfriados los cadáveres de los caídos y, aún así, en momento tan crucial, el Che tuvo la sindéresis para discernir entre la conducta individual de aquel sargento y las responsabilidades de su ejército en actos de guerra y tortura. Pudo haber pedido la nómina del ejército batistiano y execrado a todos sus integrantes, incluido Manresa. Pero no se dejó llevar por esa lista, engañosa, como casi todas.
Aquí y ahora
No soy de los que se oponen, y aquí lo he escrito, a que la Asamblea Nacional investigue las denuncias de Eva Golinger sobre el supuesto financiamiento de EEUU a periodistas venezolanos. Al contrario: no creo en tabúes en ninguna parte, mucho menos en el periodismo. Tampoco en el mito de la solidaridad gremial, demolido hace tiempo por los mismos que hoy aprovechan para invocarla. Es más, estoy de acuerdo con que se legisle en materia de becas y programas de intercambio, para darle a esos mecanismos una base legal (como la hay en EEUU) y, sobre todo, transparencia.
Lo que he cuestionado -y me tiene sin cuidado que por ello me llamen escuálido o me entrecomillen el adjetivo “revolucionario”- son las fallas de origen en la presentación de tal denuncia. Entre ellas, el estilo ventilador que de entrada salpica todo y a todos, condenando de antemano sin comprobación ni derecho a la defensa. Un método más propio del mal periodismo con el que viene atacándose a la revolución durante todos estos años, pleno de ligerezas, estigmatizaciones, prejuicios y generalizaciones indebidas. A ese periodismo irresponsable se le contrapone el periodismo de precisión. Y a la denuncia de marras también.
De allí la pertinencia de una investigación rigurosa, que separe, como aquí se ha escrito, la paja del grano.
Disparar primero y averiguar después ha traído, por lo pronto, una gran confusión. Hasta gente seria, como Ivana Cardinale, por citar un ejemplo, escribe en Aporrea sobre los “33 palangristas” -pudieron ser 34, pues yo también fui invitado, aunque no viajé- para referirse a los mencionados en la denuncia.
Como ella, muchos venezolanos de buena fe se hacen eco del veredicto anticipado con que ha arrancado este nuevo escándalo. Y resulta que allí posiblemente no están todos los que son, ni necesariamente son todos los que están.
Puede que sujetos que –con o sin paga- defienden aquí los intereses imperiales, aparezcan allí entremezclados con personas que aceptaron una invitación por razones profesionales. ¿A qué periodista no le gustaría ir a ver la redacción de The New York Times, más allá de las diferencias con la línea editorial de ese periódico y con las políticas del gobierno yanki? Yo tuve mis razones para no asistir, pero no pretendo que todo el mundo las tenga. Meterlos a todos en el mismo saco, sin más prueba ni reflexión, se parece poco al Che frente al sargento Manresa.
Los costos
Vale la pena preguntarse a quién beneficia todo esto. Así como desde Colombia ha llegado algún testigo estrella -mezclando verdades con mentiras y medias verdades- que luego se estrella, y con él la revolución entera, también desde el imperio pueden desclasificar los documentos que a ellos les interese desclasificar, con listas que mezclan peras con manzanas, induciendo a conclusiones escandalosas sobre la base de premisas aún por demostrar (¿un becario es igual que un empleado?), para que al final la revolución vuelva a estrellarse contra un muro. Porque, estemos claros, cuando las cosas se aclaran, y lo que parecía oro se desnuda como gold field, el costo político lo termina pagando alguien que tiene nombre y apellido, Hugo Chávez, aunque no haya tenido vela en esos entierros.
Decía el Che que “no se puede trabajar por la justicia cometiendo injusticias”. Y la paradoja es que, de los 33, hay varios que sin haber viajado tienen ahora que demostrar que ellos -en una insólita inversión de la carga de la prueba- no subieron a ese avión. Y los que viajaron, demostrar que por ese solo hecho no necesariamente son agentes de un gobierno extranjero, aunque algunos de ellos lo defiendan hasta gratis, pues la política no tiene por qué estar siempre ligada a un estipendio. Y todo esto ante una Asamblea que, en su momento, no tuvo los cojones para interpelar a los dueños de los medios sobre su participación en el golpe del 2002. Esos que no necesitan becas para viajar a EEUU y alguno que hasta se reúne con el mismísimo Mr. Danger.
Taquitos
MOVILNET. Jacqueline Faría desplaza por segunda vez a José María De Viana. Primero fue de Hidrocapital y ahora de la presidencia de Movilnet. De Viana se fue de allí a Digitel. Desde el gobierno hubo quejas ante la operadora porque el hombre maneja información privilegiada y un conflicto de intereses le impediría llevársela a la competencia. Oswaldo Cisneros respondió que a De Viana lo tienen en áreas distintas a la operativa. Lo cierto es que ofertas económicamente tentadoras ahora llueven sobre los mejores técnicos de Movilnet, a quienes De Viana conocen bien, para “migrar” de operadora. Por cierto, otro que se pasó de Movilnet a Digitel fue un cliente diplomático: la embajada de EEUU. El argumento fue proteger la confidencialidad de sus llamadas. ADINA. El Comité de Ética del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) desestimó las denuncias contra Adina Bastidas, representante venezolana ante el directorio del organismo, formuladas por un ex asistente suyo. Luego de esto, Bastidas fue nombrada al frente del Comité de Presupuesto y ahora está en el de Recursos Humanos. GIORDANI. Impresiones políticas cotidianas, Impresiones económicas cotidianas e Impresiones de lo cotidiano son los títulos de los libros que este 14 de agosto presenta Jorge Giordani, Ministro del Poder Popular para la Planificación y el Desarrollo. Ellos constituyen la Trilogía de lo cotidiano, cuyos tres prologuistas son, respectivamente, José Vicente Rangel, D.F. Maza Zavala y Eduardo Gasca. El bautizo será “entre el arte y el azar” (Giordani dixit), pues tendrá lugar en la Escuela Venezolana de Planificación, ubicada entre el Museo Alejandro Otero y el hipódromo de La Rinconada, el martes 14 de agosto. CITA. “Todos los humanos somos homo sapiens. Hasta los chavistas… Ja, ja, ja… Hasta los chavistas… Ja, ja, ja”. Rubén Monasterios, en su programa de radio, demostrando que el racismo sigue anidado en esos corazones solitarios.
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