Ah, se me olvidaba

Pensé no escribir más acerca de los resultados del 2 de diciembre; pero, porque me parece que no debe tratarse como una derrota imprevista, decidí agregar unas líneas más sobre aspectos que había olvidado mencionar. En efecto, creo que no perdimos a última hora sino que, por el contrario, acortamos una gran ventaja que nos llevaba la opción contraria, cuando ésta era hija de nadie. Quiero decir: la iniciativa reformadora conllevaba la creación automática de dos bloques: SÍ y NO. El SÍ era el nuestro y, en principio, la dirigencia opositora, con los argumentos de siempre, se manifestaba mayoritariamente en contra del proceso referendario y no a favor de una de las opciones. Pues, para ese momento, estábamos perdiendo por un amplio margen. No teníamos un contendor visible, pero nos tenía contra las cuerdas nuestra propia sombra, conformada por: la desmantelación de los partidos existentes y su sustitución por un boceto de partido único de la revolución y su tribunal disciplinario; la ineficiencia gubernamental y la corrupción exhibida; la inconformidad de gobernadores y alcaldes reelectos porque con la reforma se ratificaba la imposibilidad de una nueva postulación; el desconocimiento de la propuesta, que fue reforzado cuando el presidente permitió que su iniciativa le fuere arrebatada por la Asamblea Nacional, cuyos jerarcas la desfiguraron e impidieron que la propuesta original se difundiera como correspondía, y los demás “aportes” de la derecha endógena revolucionaria.

Es cuando la oposición política, económica y mediática adopta el NO que las fuerzas sociales progresistas comienzan a advertir la trascendencia del referendo popular y, por efecto de la polarización, el SÍ comienza a crecer, pero con las dificultades que implicaba vencer el descontento masivo que había producido “nuestra sombra” y, más aun, batallar contra el triunfalismo disociado de muchos que percibíamos la arrechera popular generalizada, pero considerábamos más que improbable que ésta se tradujera en abstenciones o votos contrarios suficientes como para determinar nuestra derrota.

Visto ese escenario el presidente Chávez intentó transformar el referendo popular en un plebiscito: si hubiésemos estado ganando, si él no hubiese detectado los altos niveles de confusión y de desmovilización, no nos habría dicho que el SÍ era él y el NO era Bush; se habría dedicado, por el contrario, a resaltar los beneficios del proyecto de reforma, y no habría esgrimido la única herramienta de la cual podía disponer para despertar los afectos dormidos y para alertar, tácitamente, contra el triunfalismo. Con ello intentaba corregir los entuertos y retomar la iniciativa que le habían arrebatado. Sin embargo, este recurso táctico comenzó a emplearse el 21 o 22 de noviembre, a escasos días de la celebración del referendo, y por no contar con la maquinaria indispensable para su difusión, para la canalización de la incertidumbre y para contrarrestar la campaña fundada en el terror que prodigó la oposición económico-mediática, no surtió los efectos esperados. La satanización de nuestros propósitos había logrado profundizarse en parte del pueblo, y fue reafirmada por algunos ex aliados que, con premeditación y cálculos precisos, protagonizaron la última embestida. En definitiva, repuntamos, pero tarde.

Y me parece importante destacar este aspecto porque seguir considerando que perdimos la ventaja 62-38 de las elecciones presidenciales nos impide observar a plenitud los vestigios que todavía yacen dispersos en el campo de batalla. El 6 de diciembre de 2006 constituyó para gran parte de nuestra población un borrón y cuenta nueva: nos dio la confianza y, a la vez, nos impuso mayores exigencias. En el pasado nunca fue incondicional, pero ahora es mucho más estricta porque reclama mayores realizaciones, más comunicación con el poder constituido, en fin, más respeto y más tiempo para conversar, reflexionar y convencerse.

Para las próximas confrontaciones debemos partir de cero, recordando que no hay enemigo pequeño -y menos cuando lo fabricamos nosotros mismos.

feolacruz@gmail.com


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Luis Salvador Feo la Cruz P.


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