Entramos al 2008 y la oposición no da tregua. Ataca sin cesar. Cuando observa alguna reacción adversa apela al tema de la reconciliación, pero apenas ve una ventaja, suelta una andanada de golpes como para fulminar al presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, de un solo derechazo al mentón.
Ahora mismo está crecida en el cuadrilátero. Hay una perfecta sincronización entre los opositores que hacen su trabajo en el ámbito internacional con los lacayos internos, que siguen como perrito faldero las directrices del imperio.
Desde el referendo del 2 de diciembre, los adversarios del proceso agreden como los boxeadores cuando logran conectar al campeón un derechazo noble y tienen que arremeter antes que reaccione y tome el segundo aire. El objetivo es dejarlo tendido sobre la lona.
Cuando Chávez admitió el revés de la consulta popular acerca de la reforma constitucional lo pretendieron hacer ver como un político derrotado y cabizbajo.
Pero al tener una reacción propia de la convulsionada situación política actual, lo contrarrestaron con los epítetos acostumbrados: monstruo, dictador, fascista…
En fin, la oposición tiene un discurso para cada comportamiento y acción del Presidente, que manejan de acuerdo con sus intereses y circunstancias, en tanto conservan debajo de la manga el tema de la reconciliación.
Una reconciliación inviable, que es lo que ellos no explican. No dicen que ese entendimiento que pretenden está sustentado en el reparto, el negocio, las prebendas, en la reedición del Pacto de Punto Fijo.
Y es que como he mantenido ante mis lectores, esta oposición no le importa el país, sino recuperar los intereses perdidos con el proceso revolucionario.
Su único objetivo es Chávez y con tal de agredirlo son capaces de lo peor: allí está el caso de la “Operación Enmanuel”. Llegaron al colmo de olvidarse de tres seres humanos como tal y concentraron el esfuerzo en golpear al comandante, conscientes de la resonancia mundial del ataque.
Les duele que la Farc tomara esa decisión como medida de desagravio al presidente Chávez, luego que el mandatario de Colombia Alvaro Uribe, lo inhabilitara como facilitador del canje de 45 secuestrados por un grupo de guerrilleros presos.
El fin está claro. Torpedear cualquier acción que represente méritos para el gobernante venezolano como líder, político, impulsor de la integración latinoamericana y su proceso revolucionario.
Mientras tanto, en el país los lacayos internos hacen lo suyo, son capaces, por ejemplo, de cuestionar la amnistía decretada por el Presidente. Como es poco lo que pueden decir al respecto, aducen que no haya discriminación, que se indulte también a los golpistas fugitivos…siempre tienen un pero en contra de las decisiones de Chávez, por eso no prosperan y se pone en evidencia la falta de seriedad que los caracteriza.
Pero bueno, hacen lo propio. Chávez lo dijo en su oportunidad: administren bien su triunfo. Saben que deben sacar el mayor provecho de la derrota de esa consulta popular acerca de la reforma.
Tiene conciencia de que el proceso que lidera se encuentra más vivo que nunca. Jamás ha estado en mal momento, además conocen de la capacidad de nuestro líder revolucionario para retomar el rumbo, de hecho, ya asomó lo de las tres “R”: revisión, rectificación y reimpulso revolucionario.
Por eso, los ataques descabellados, insensibles, inhumanos, como los lanzados a la operación de rescate del pequeño Enmanuel, Clara Rojas y la congresista Consuelo González, son signos evidentes de temor a la reacción del Mandatario Nacional y del pueblo revolucionario de Venezuela.
Actualmente, hacen creer que tienen al comandante contra las cuerdas. Le lanzan golpes arriba, abajo, a los lados, pero saben que el hombre está lejos de un nocaut. Pasa los golpes, tiene fuerza en las piernas, no ha perdido los reflejos y eso los tiene al borde de la desesperación.
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