Resolver definitivamente el disparate inconstitucional de los operativos Pico y Placa debiera ser la primera gran meta que nos pusiéramos los venezolanos, ya no por el simple o frívolo asunto de poder salir o no con el carro para la calle, sino por la arbitrariedad que encierra el insensato argumento de los alcalditos que lo ponen en práctica, como lo es aquél según el cual "lo que consagra la Constitución como derecho inviolable es el libre tránsito de las personas y no de los vehículos". De seguir aceptándose esta barbaridad, habría que aceptar también que se puede robar un banco montado en un burro sin que por ello pueda uno ser penalizado, porque eso tampoco está expresamente prohibido en la Constitución.
Otro asunto que sería digno de asumirse como meta para este nuevo año podría ser el cobro de un monto cualquiera (en bolívares fuertes, por supuesto) a los cientos de desquiciados que han encontrado en el "arte" de rayar cuanta pared o superficie limpia encuentran, con unos garabatos espantosos que denominan "tags", una suerte de realización orgásmica irrefrenable y maravillosa, a medida que contaminan el paisaje visual de la ciudad y deterioran la escasa calidad de vida que todavía puede brindar, muy a duras penas, la misma. El dinero recaudado con esta verdadera multa a la estupidez podría ser destinado a la creación de un sanatorio mental para todos esos idiotas que consideran un derecho muy suyo el dañar la propiedad ajena con sus horrendos y demenciales dibujos (otra parte de esas multas podría destinarse a unos cursos de avispamiento para los alcaldes, que no hacen nada por frenar esta nueva forma de destrucción de los bienes públicos).
Finalmente, una buena meta podría ser la de lograr crear (¡por fin!) un nuevo y muy robusto sector empresarial revolucionario, no con carácter de modesto centro de desarrollo endógeno, sino uno de gran envergadura que permita al país prescindir de esos criminales apátridas que son los empresarios privados de mentalidad capitalista, para ver si de una vez por todas resolvemos el dramático percance de tener que implorarles cada vez que viene una elección para que no escondan los alimentos, ni tener que vernos en la obligación de premiarlos después de cada una de esas elecciones con una fabulosa liberación de precios (como para que no pierdan nada con lo que dejaron de ganar mientras acaparaban).
aaranguibel@msn.com