Si algo es común a los militantes de a pie de la oposición, entre ellos mismos, es la extraordinaria capacidad para el odio. A falta de precisiones clínicas al respecto, hay que decir que el rostro desencajado de la maldad, convertida en la horrenda expresión de rabia, es lo que define el perfil y la personalidad del escuálido promedio, de una manera en que ningún otro rasgo fisonómico puede alcanzar a hacerlo.
Incluso en los escasos momento en que pretenden expresar felicidad, cosa que por lo general sucede cuando persiguen engatusar o estafar a alguien con una pose amable que jamás les corresponderá con autenticidad, el rictus tétrico de la ira y el encono sobresale en cada una de sus repugnantes comisuras faciales, como si de una piel de cadáver corroído por la gusanera se tratara. Su equivalente a lo que en los seres humanos correctos, amables y respetuosos del prójimo, vendría a ser la ternura y el amor, en ellos, los escuálidos, es un vomitivo y putrefacto emanar de pestilencias indeseables que solamente puede ser digerida con verdadera complacencia entre ellos mismos, entre sus madres y sus cachorros, a los que entrenan desde la más temprana edad en la doctrina del más puro y brutal fascismo, como en una lógica de catecismo edificante.
Todos, sin excepción, son estirpe de una raza abominable en la que el factor constante es la perversión y el ensañamiento contra los que no son de su “clase”, principalmente los sectores humildes de la población, sobre quienes consideran poseer la potestad de la humillación y la vejación por derecho divino y a quienes insultan y vejan indiscriminadamente según su complacencia, porque de ahí surge el asqueroso alimento de sus cloacales almas.
Lo otro que les define de manera más exacta e irrefutable, es la capacidad para el fracaso. Solo en el extremo de la imbecilidad más profunda se logra alcanzar tal recurrencia en el fracaso como en la condición de escuálido de cualquier naturaleza o nivel.
Existiendo las infinitas posibilidades o alternativas de elección en la vida para evadir la tragedia que signa tan genéticamente a los opositores como fracasados, no existe explicación razonable que permita deducir con propiedad de dónde surge tan estrecha relación del factor opositor con la derrota, como si de un mismo e indivisible componente atómico se tratara.
La persistencia en el fracaso, así como el regocijo en la repugnancia y en el odio, hace de la oposición una especie animal salvaje cuya salvación es absolutamente improbable, en virtud del carácter cancerigeno, es decir; lacerante e irreversible.
Una condición lamentable si se considera la simpleza de la posibilidad de superación de tan terrible tragedia, que no es otra que la de orientar su visión de la vida hacia el estadio del bienestar, del regocijo del alma, del crecimiento de la espiritualidad que surge de la simple disposición a ser auténticamente felices.
Si un escuálido cualquiera, dentro de su dolorosa ignorancia y estupidez, entrara tan sólo por un segundo en contacto con la maravillosa experiencia del triunfo verdadero, de la gloriosa emoción de ganar y de infligirle derrotas tras derrotas al enemigo perverso que se esconde con toda su maldad tras el disfraz del cordero displicente y cariñoso tras el cual se oculta en medio de su inmensa cobardía, su vida sería una experiencia completamente distinta, plena de sensaciones exquisitas como las que sentimos los chavistas en cada proceso electoral, donde nuestro líder, el más grande líder de la historia de la República y quizás del continente, como jamás ha logrado tener la oposición en toda su existencia, es eje fundamental de inspiración y de guía, a través del más amplio y profundo ejercicio de amor conocido en suelo venezolano.
Tal es la simpleza de la felicidad… ser chavistas es no perder jamás una elección presidencial. Es gozar a plenitud el disfrute total de la alegría más infinita frente al desastre impenitente de la derrota recurrente que marca tan a fondo al alma escuálida y que les hunde en el pantano de las ratas y de las lombrices más horrendas de la tierra con las cuales ellos tan perfectamente conviven. Es el placer de ver la miseria humana que caracteriza a esos pobres seres de la derecha arrastrarse de rabia en el lodo del fascismo que les carcome las putrefactas entrañas y les engrasa el pútrido cerebro que por lo general poseen.
¡Qué viva Chávez, carajo! ¡Y que viva para siempre la capacidad chavista de triunfar sobre la maldad y sobre el odio de los miserables opositores venezolanos y del mundo!
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