¿Quién va a ganar?

La política no surge del brillo de los líderes frente a las cámaras de televisión. La política, la verdadera, se construye. Se hace día a día en el trabajo infatigable por la organización social en pos del ansiado logro de la justicia y la igualdad. Se hace con propuestas programáticas e ideológicas que se debatan intensivamente en el seno de las bases del poder popular. De allí, del esfuerzo sostenido de gente comprometida con la causa común de los más, de los desposeídos, de los olvidados de siempre, es de donde sale la fuerza popular capaz de obtener triunfos tras triunfos en la contienda electoral de la democracia.

Si al momento de las elecciones se cuenta con el respaldo de esos amplios sectores en los que hoy se reúne el pueblo gracias al impulso de las políticas incluyentes que la Revolución Bolivariana ha logrado avanzar en nuestro país, entonces se dispone de la mejor condición para alcanzar el triunfo. Pero si, además de eso, se dispone de un pueblo consciente, producto del trabajo político, de organización, de acompañamiento permanente y solidario, pues todavía mucho mejor. Y mucho más seguro será el triunfo.

La capacidad de convocatoria de los electores, de movilización hacia las mesas electorales, de conformación de la red de testigos, de logística que todo ello requiere, a partir del trabajo infatigable de una poderosa maquinaria política, no puede ser despreciada alegremente desde los estudios de televisión por los divos de la política mediática.

Dicho de otro modo; no es posible ganar una elección presidencial sin partidos políticos fuertes que aglutinen al grueso del electorado. Y si algo es una realidad hoy en Venezuela, es que el único partido político de masas es el PSUV. Todas las encuestas de opinión, así como la realidad de la presencia hasta en el último rincón del país de manera activa, demuestran que la organización creada por el Comandante Chávez es, desde su fundación hace apenas 4 años, la más grande y la más activa en el trabajo ideológico y organizacional, con un porcentaje que la ubica en el orden del 35 al 40% como partido preferido por los venezolanos. Los partidos de la derecha no superan individualmente, ninguno de ellos, el promedio del 5%. Un dato más que significativo en este sentido, es que para el momento de la última reelección del Presidente Chávez, el PSUV todavía no existía. Su fundación se produce apenas dos años después de eso (coincidiendo con la elección regional de alcaldes y gobernadores del 2008, en las cuales la revolución, con un partido recién nacido, arrasó igualmente).

Por eso la única corriente política que ha crecido en el país en lo que va de siglo XXI es el socialismo. Mientras la derecha ha entregado la labor de la formación ideológica a los medios de comunicación, encargados de vender hasta la saciedad la perversa ilusión del buen vivir en el capitalismo, el comandante ha luchado infatigablemente por profundizar y elevar el nivel del debate político a lo interno de las organizaciones revolucionarias.

Es la reflexión modesta pero contundente y reveladora que nos hiciera esta semana un amigo cuyos logros maravillosos en la vida, su hogar y sus hijos ya universitarios, han sido el fruto de su esfuerzo como mesonero en un restaurante de lujo al que acude a diario lo más granado de la burguesía criolla y de la política de la ultraderecha venezolana. Su mayor diversión es contarme siempre cómo los comensales hablan pestes de Chávez creyendo que quienes les rodean, incluyendo los mesoneros, son todos escuálidos. De ahí mi amistad con todos los mesoneros de Caracas… todos son chavistas, pero los escuálidos, en su profunda estupidez y arrogancia, ni siquiera se lo imaginan. Igual pasa con los barberos, los cajeros de los supermercados, los que lavan carros y pare usted de contar.

Desde su humilde estatura intelectual, de apenas segundo grado de primaria cursado, este señor de origen andino me escribió en una “comanda” , que es como se le dice en buen castellano a la hojita de notas del servicio de mesonero, el que sin lugar a dudas es el gráfico más revelador de cuantos he alcanzado a ver en mi ya dilatada carrera como fisgón de la política, incluidas todas las encuestas y análisis estadísticos habidos y por haber.

Más allá de la gigantesca obra de gobierno llevada a cabo por la Revolución Bolivariana, asociada no solamente a las trascendentales políticas inclusivas orientadas a saldar la inmensa deuda social acumulada durante siglos de opresión, y que colocan por primera vez en la historia al ser humano como eje y centro de su acción, sino también a la profunda transformación del Estado para construir y consolidar el Poder Popular que asegure la participación plena y perdurable del pueblo en la construcción de su propio bienestar, así como a la reversión del modelo económico que colocó por primera vez la riqueza nacional al servicio del país, bajo una clara noción de independencia y soberanía, está la fortaleza que representa el más amplio respaldo popular jamás alcanzado por organización política alguna en toda nuestra historia.

Tal como lo revelan de manera irrefutable los resultados de los últimos quince procesos electorales en el país, los partidos que integran la llamada “unidad democrática” no son sino un enjambre de siglas sin respaldo popular significativo de manera individual. De ahí su empeño en intentar en cada proceso la inalcanzable unidad que tanto pregonan y que nunca llegan a consolidar más allá del compromiso estrictamente electoral.

Basar entonces una campaña como la de Capriles, ya ni siquiera en el candidato sino en un intangible “camino”, vendido hasta la obstinación como el elemento central de la propuesta (evidentemente para resolver la pugnacidad por la figuración de las siglas y de los líderes de cada uno de los partidos involucrados en esa supuesta “unidad”) en vez de estimular la participación activa del militante de sus propias agrupaciones a partir del apego a su ideología, o a sus liderazgos ancestrales, o a sus símbolos, es probablemente la más insensata fórmula jamás asumida por campaña alguna. Peor aún si la misma se presenta como una propuesta contra el “mesianismo” que dicen combatir.

Todo cuanto invirtieron luchando por posicionar la “unidad” en la mente de su militancia como el mayor activo democrático contra Chávez, terminaron arruinándolo en una campaña fatídica orientada a exaltar solo una luz al final del túnel, precisamente en un país donde nadie está padeciendo las penurias que le lleven a implorar al cielo por su redención y donde el bienestar económico y social es cada vez más inocultable.

No hay todavía liderazgo opositor capaz de equipararse con la extraordinaria dimensión del liderazgo nacional e internacional de Hugo Chávez. No lo tienen porque no han construido política sino un discurso contra revolucionario insustancial y fundamentalista, que en su obcecación antichavista solo contribuye a la exaltación de la figura del Comandante.

En términos numéricos el asunto es simple.

Si se considera que Chávez cada vez que participa en elecciones donde lo que está en juego es su propia candidatura incrementa su votación en términos tanto absolutos como porcentuales, se tiene ya un punto importante en la reflexión. La primera de esas elecciones, la de 1998, fueron ganadas por el Comandante con el 56,2% de la votación. Mientras que la de la relegitimación en 2000, el “revocatorio” del 2004 y la reelección del 2006, fueron ganadas con 59,8, 59,1 y 62,8%, respectivamente. Lo que permite establecer una cifra del 6,6% de incremento desde 1998 al 2006.

Para el momento de cada una de esas elecciones el balance de la gestión de Gobierno ha sido significativamente mayor que en el anterior. Esto último es constatable por los informes sobre la reducción de la pobreza en Venezuela presentados por organismos nacionales e internacionales de la mayor credibilidad y prestigio internacional, así como por los crecientes índices de Desarrollo Humano, de felicidad de la población, de incremento en la matrícula estudiantil, de la actividad agro industrial, de la manufactura, procesamiento alimenticio, ensamblaje de maquinaria y vehículos, emprendimiento de programas sociales masivos, como la Gran Misión Vivienda Venezuela, En Amor Mayor, Saber y Trabajo, con los cuales se ha incrementado significativamente la actividad del Gobierno Bolivariano en función del bienestar de todas y todos los venezolanos, particularmente en el último periodo de la revolución.

Si la gente efectivamente elige para vivir mejor, y no para intentar solucionar mágicamente el problema particular de una cloaca desbordada, o satisfacer su ego frente al compadre o la comadre en función de bastardas apuestas de chismorreos, este aspecto, asociado directamente con el proceso de politización de la sociedad del cual hablamos, debe resultar más que determinante el 7 de octubre. La misma clase media, que ha visto recuperar, no sólo sus espacios de bienestar económico en la medida en que la Revolución ha actuado con decisión y coraje frente a los factores especuladores que han atentado contra los intereses de ese importante sector de la sociedad, sino que ha aprendido a disfrutar igual que el resto de la población del gran activo que es el empoderamiento de la política, es decir; el ejercicio pleno de la participación y el protagonismo que hoy le consagra la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, encontrará en buena medida que la opción de Chávez es sin lugar a dudas la más conveniente.

Hoy, con un registro electoral que se ubica en el orden de los 19 millones de inscritos, para una opción como la de un líder de las dimensiones de Chávez, con una hoja inobjetable de servicio al pueblo, que le ha permitido gozar de un crecimiento sostenido en los porcentajes históricos de votación, con una gestión profundamente humanista, basada en la inclusión social como jamás se había experimentado en Venezuela, y unos avances inobjetables en la recuperación económica del país, que nos ha blindado efectivamente contra los embates de la crisis mundial del capitalismo, una votación razonable está en el orden de los 9 millones y medio de electores. Más aún si consideramos que, precisamente a partir de todo lo anterior, los niveles esperables de participación estarán ubicándose en los más altos de la historia.

Para una derecha que no ha construido política, y por ende; no ha construido militancia, que, por el contrario, ha destruido en esta campaña su mayor activo que era la idea de la “unidad”, que ha colocado al candidato con el que pretenden enfrentar al más grande y carismático líder del país en una condición tan disminuida frente a su “promesa básica” que es la de “el camino”, que incluso se le reconoce como “el flaquito”, y que ha renegado de su condición social, de su discurso político y hasta de sus alianzas electorales, una cantidad de votos rondando los 6 millones es más que optimista. Su elección primaria, hace apenas 8 meses, permitió medir el músculo de un sector que se entregó en cuerpo y alma a un evento que nos mostró el mayor esfuerzo jamás aplicado por ellos a una convocatoria electoral. En esa pre-elección, si así pudiera llamársele, la oposición no logró ni siquiera el monto de los 3 millones de votos que declaró públicamente. Todos los escrutinios y análisis determinaron que su caudal jamás pasó de los 2 millones doscientos mil electores confirmados. De ahí su empeño en incinerar cuanto antes los cuadernos electorales que los pondrían en evidencia.

Ciertamente una elección primaria no concita la misma convocatoria que una presidencial. Pero si se considera que en las elecciones del 2006, con Manuel Rosales como candidato, surgido de las filas del más poderoso partido opositor como lo es Acción Democrática, con la unión verdadera de todos los partidos opositores (representados intensivamente en todos los eventos por su más alta dirigencia), sin haber experimentado ninguna de las múltiples deserciones que cuestionaran públicamente el programa de gobierno como las que experimentó Capriles durante su campaña, sin haber sido expuestos al escarnio de hechos reprochables de negociación de sobornos o forja de documentos como fue expuesto Capriles, sin haber tenido enfrente el inmenso avance de la obra de gobierno de Hugo Chávez, la oposición sacó entonces 4 millones doscientos mil votos, se verá que es sumamente difícil esperar que hoy Capriles obtenga el doble de esa votación.

En un REP de 19 millones, menos de 8 es derrota aplastante.

Por eso creo más en la preclaridad del sabio mesonero que me dio esta “comanda”, que en todos los sesudos análisis de las ciencias de la politología.

albertoaranguibel@gmail.com




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Alberto Aranguibel B.

Comunicador social e investigador. Conductor del programa Sin Tapujos, que se transmite por Venezolana de Televisión. Asesor Comunicacional y de Imagen en organismos y empresas públicas y privadas.

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