En estos tiempos de intensas pasiones desatadas en nuestro país, algunos gladiadores de la confrontación abusan del uso de los argumentos falaces, muchos veces manidos, que develan la falta de creatividad en principalísimos actores de la escena política que a diario presenciamos los venezolanos en estos momentos cruciales de nuestra historia contemporánea. En donde se aprecia con mucha nitidez esta afirmación es en el debate acerca del legado de nuestro libertador Simón Bolívar, quien de verdad, verdad, se ha convertido en el actor fundamental de nuestra actualidad republicana. Es muy cotidiano escuchar y leer las exégesis del pensamiento bolivariano que abundan a granel y por doquier para todos los gustos e intereses desde los más nobles hasta las expresiones más aberrantes de egoísmos.
Para algunos exegetas de la oposición neoliberal la figura del Libertador no pasa más allá de ser una curiosidad decimonónica y, por supuesto, obsoleta, perteneciente a una centuria que se fue hace mucho tiempo y de la cual nos separa una densa nube de humo que no nos permite ver con claridad lo que ocurrió en ese entonces. En esa dirección, lo sucedido en el siglo XIX no tiene nada que ver con lo que está sucediendo en el nuestro, el siglo de los grandes adelantos tecnológicos, el de la aldea global y del fin de la historia. En otras palabras Bolívar está de mode, sólo nos sirve para recordarlo como un personaje de una epopeya romántica a quien hay que cantarle himnos de alabanza por haber logrado de manera sobrehumana la independencia de la Madre Patria. Si, así de sencillo, menospreciando la participación de legiones inmensas de hombres y mujeres de nuestro pueblo que, inexplicablemente para muchos autores del anecdotario oficial del viejo régimen, se dejaban matar por un algo en los campos de batalla que muchos de esos académicos no comprenden o no desean comprender. Y precisamente es ese algo el que siempre han tratado de ocultar los mencionados señores, a quienes les aterra lo volátil de ese combustible para los intereses oligárquicos y antinacionales que defienden no pocas veces por encargo.
En el debate educativo lo antes expuesto presenta caracteres dramáticos por lo estratégico del tema. El centro medular de la discusión se ha concentrado en el papel del Estado. En este sentido todas las respuestas están determinadas por el contenido del Estado que se defiende y/o se trata de imponer. Es allí donde algunos defensores del dogma neoliberal han traído como panacea la llamada Sociedad Educadora y para sostener sus argumentos la exégesis de las sagradas escrituras bolivarianas no se hace esperar: “Si queremos tomarnos en serio nuestro futuro, tenemos que responsabilizarnos todos de nuestra educación, tal como lo señaló Simón Bolívar al indicar que la educación era el “primer deber” de la sociedad”, si, aunque usted amigo lector no lo crea, esta es una cita textual del proyecto de Ley Orgánica de Educación introducido por el combo de Leonardo Carvajal (Uno de los ministros de Educación de la breve dictadura fascista que echó al cesto de la basura el cuadro de Bolívar del Palacio de Miraflores el 12 abril del 2002) hace dos años a la Asamblea Nacional. A primera vista se ve lindo ¿verdad? pero cuando le metemos la lupa para observar más detalladamente salta la liebre de la adulteración y si no estamos preparados nos intoxicamos; ese proyecto formó parte de la ofensiva contrarrevolucionaria de ese entonces para enfrentar a las posiciones bolivarianas. No hay duda que esa es una interpretación interesada de unas ideas de un hombre que en toda su vida luchó por la posición contraria y que sus escritos han sido víctimas de todo tipo de manipulaciones utilizando el viejo subterfugio de sacarlas del contexto original para justificar cualquier bellaquería. Es lamentable que el proyecto de ley de educación que espera por la segunda discusión en la Asamblea Nacional, ese que llaman el del consenso, no es más que una capitulación ante las apetencias de los enemigos de la educación pública gratuita, obligatoria y de calidad que sirva de instrumento para la emancipación de nuestro pueblo y de esa manera lograr el objetivo supremo de completar la obra del Padre de la Patria.
Es probable que algún interlocutor neoliberal nos diga que el pensamiento político del Libertador se guiaba por las ideas del liberalismo y de esa manera busque anotarse un punto a su favor antes de comenzar cualquier debate sobre este tema. Evidentemente que eso es verdad, pero es una verdad a medias como gustan ellos presentarla para poder dar rienda suelta a sus manipulaciones.
Ubiquémonos en el contexto histórico y recordemos que en el tiempo de la lucha por la independencia y en la construcción de repúblicas en la “América antes española” el liberalismo era la concepción más avanzada de ese momento histórico. Es en ese contexto donde brilla la originalidad de Bolívar quien logró trascender sobre el individualismo liberal a partir de su interpretación, de manera exacta, de la realidad en donde le tocó comandar la batalla transformadora por nuestra liberación nacional. Dos demostraciones de sus esfuerzos por interpretar esa realidad se expresan en una car ta dirigida al general Páez en 1829 donde le decía que un gobierno de la nueva “República debe estar fundado sobre nuestras costumbres, sobre nuestra religión y sobre nuestras inclinaciones y, últimamente, sobre nuestro origen y sobre nuestra historia”, y en 1812, en el Manifiesto de Cartagena, donde dejó escrito que “Es preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres”. Con esa claridad desarrolló la tesis nada neoliberal del “espíritu Nacional” expuesta en el discurso ante el Congreso de Angostura: “Para formar un gobierno estable se requiere la base de un espíritu Nacional, que tenga una inclinación uniforme hacia dos puntos capitales, modelar la voluntad general, y limitar la autoridad pública”. Como puede deducirse fácilmente esta concepción está estrechamente ligada a la educación y así lo proclamaba por todas partes. Es por esa razón, y no otra, por la que le imprime al proceso revolucionario independentista una orientación social como proyecto republicano y, obrando en consecuencia, lo empujó casi siempre contra viento y marea haciendo todo el tiempo meritos de ser “el hombre de las dificultades” como una vez le comento al mariscal Sucre.
En la amplia visión que sobre la educación tuvo Bolívar podemos encontrar su concepción original del Estado Docente. Para entenderla mejor se puede hacer el siguiente ejercicio de contraste: para el liberalismo fue una herramienta en el nacimiento de los estados nacionales, con el Estado Docente el Estado asume la obligación de establecer, organizar y dirigir la Escuela y por extensión, otras instituciones educativas (Molins); para Bolívar la concepción del Estado Docente era mucho más amplia en donde el estado en su totalidad debía constituirse en instancia educativa suprema, en lo que se conoce como el estado-educador. Toda la actividad de sus órganos y de sus magistrados sería una acción educativa. Así buscaba lograr una “cultura política necesaria para vivir en democracia y para dar seguridad y estabilidad a la República” (Molins). Esa visión bolivariana sobre la educación se refleja muy bien en su Discurso ante el Congreso de Angostura donde dijo las muy conocidas palabras: “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”. El libertador pensó en la educación como cuestión pública y deseaba desarrollarla de manera orgánica y para ello pensó en la creación de la Cámara de Censores y el Poder Moral quienes serían los órganos del Estado para establecer, dirigir y supervisar el proceso de educación social. Su concepción educativa se perfilaba mucho más allá de lo meramente instruccional, su objetivo fundamental era el de formar ciudadanos para la construcción de las nuevas repúblicas y, coherente con esa misma concepción, asume que la educación le compete a la naturaleza misma del Estado y eso no lo discute, eso era el derecho natural. Estas ideas fueron sistemáticamente rechazadas con el argumento de que eran irrealizables porque coartaba la muy liberal libertad individual. Por la e levada importancia que el libertador le daba a la Educación del pueblo en esa misma medida era partidario del Estado Docente del cual encontramos referencias en innumerables escritos, decretos y proclamas: Proyecto de Constitución presentado en Angostura (1819), Proyecto de Constitución para la República Boliviana (1826), decreto de 1820 en El Rosario en el cual estableció la potestad del Estado en materia educativa, el decreto dictado en Chuquisaca el 11 de diciembre de 1825 etc. Podríamos decir que el Estado Docente bolivariano era bastante cercano al de los liberales avanzados de la época que a la vez impulsaban el de la educación popular; recordemos la importante presencia en Venezuela en calidad de preso político del jefe de la conspiración de San Blas, la cual se proponía derrocar la monarquía e instaurar una república en la España de finales del siglo XVIII, Juan Bautista Picornell, quien después de fugarse de las mazmorras de La Guaira junto con otros de sus compañeros fueron muy activos por estas tierras. Pero el Estado Docente Bolivariano llega a niveles más avanzados de la mano de las ideas y la acción educativa de su maestro y compañero de lucha Don Simón Rodríguez.
El proceso revolucionario que impulsamos actualmente los venezolanos forma parte de un proceso de lucha único que ha tenido varias etapas: Primero, resistencia contra la invasión europea cuando perdimos la soberanía como pueblo al chocar con los primeros conquistadores que vinieron a ocupar a sangre y fuego nuestra tierra; segunda, resistencia contra el colonialismo; tercera, lucha cruenta en la guerra de la independencia y por el rescate de la soberanía; cuarta, resistencia en contra de la república oligárquica luego de la traición de los enemigos de Bolívar, y quinta, Revolución Bolivariana. Es el mismo proceso que vivió y sufrió Bolívar y sus compañeros, es el que hoy empujamos con todas nuestras energías partiendo de la Constitución Bolivariana que es el programa del pueblo para ejercer la soberanía rescatada, es el mismo que debemos empujar con un Proyecto Educativo Nacional Bolivariano y que debemos plasmar en el nuevo proyecto de Ley Orgánica de Educación en dond e hay reforzar lo establecido en la Constitución para que la educación llegue a ser fundamentalmente un derecho social y no sólo un derecho civil o un derecho individual. Es proponernos con nuestra Constitución vigente como guía: lograr un estado de bien común pero con democracia, en otras palabras, un Estado social de derecho pero que a su vez sea un Estado donde impere la justicia, la igualdad y el humanismo. Ese es aporte doctrinal del Libertador que se recoge en la CRBV. Es un acto originalidad brillante que no dejó de ser también una acción de audacia del caraqueño más universal que hace suya la máxima de su maestro Simón Rodríguez: “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Original han de ser sus instituciones y su gobierno. Y Originales los medios de fundar unas y otro. O inventamos o erramos”.