[... el Libertador Simón Bolívar, más que anti-estadounidense, era, sobre todo, y por encima de cualquier cosa, un antiimperialista militante. De hecho, lo combatió con todas sus fuerzas, no solamente como un enemigo externo, sino, además, como una estructura de dominación a escala mundial. Y decir hoy anti-imperialismo, es afirmarse y ratificarse anticapitalista y viceversa...]
Una carta circular recorrió todo el continente. El motivo, reunirse en Panamá para viabilizar la utopía, el gran sueño de Simón Bolívar: formar una nación de repúblicas. Sin duda, que ese proyecto libertario tuvo enormes posibilidades de concreción; la sola convocatoria a la reunión del istmo americano, así lo confirma. Aunque ayer la traición pudo más, hoy, como nunca antes, la conciencia latinoamericana está madura y es más que esperanza para comenzar a caminar libres por el sendero luminoso de José Carlos Mariátegui.
Conducidos de la mano del filósofo mexicano Leopoldo Zea, quien considera que la Historia es parte irreductible de un proyecto americano de liberación, vamos a tratar de aproximarnos a la utopía de Simón Bolívar y cargarnos en ella de su inteligencia y de su coraje para enfrentar los anuncios del amo del mundo; en momentos en que los venezolanos estamos soportando una provocación sistemática; en momentos en que la conspiración se hace perenne; en momentos en que el desafío es manifiesto por parte de los EE.UU., es de verdad, muy serio.
¿Qué hacer, entonces? Lo que estamos haciendo: ¡Recurrir a Bolívar! Tenemos que encender nuestra conciencia con los ideales de Simón Bolívar. Es obligatorio que todo venezolano, toda venezolana, todos los latinoamericanos y latinoamericanas concientes de su pasado, de su identidad, comprendan y profundicen las enseñanzas del Libertador para dar respuestas a los peligros presentes y futuros.
Estudiar y sacar las mejores lecciones del Congreso Anfictiónico de Panamá, por ejemplo, es fundamental para entender la ideología de los estadounidenses; para comprender el porqué de su fijación con Venezuela, o con cualquier otro pueblo de la América Latina. Pero, especialmente con Venezuela.
¡Unidad! ¡Unidad! ¡Unidad! Esa debe ser la divisa... Unidad de nuestros pueblos. Solos, seremos derrotados una y mil veces. En ese orden de ideas, el Maestro del Libertador, Simón Rodríguez, nos aporta la luz de sus cerillas para iniciar el camino: “La América no debe imitar modelos, sino ser original. O inventamos o erramos”. Vamos, pues, a inventar con Leopoldo Zea, la posibilidad bolivariana de ser libres en América Latina.
La clave para hacernos independientes de los dictámenes de George W. Bush y el Pentágono, nos la suministra el pensador azteca, inspirado por espíritu bolivariano: “De la unidad dependerá el respeto y la atención que le darán a esta América las potencias modernas. Sin este respeto y atención positiva, dichas potencias no verán en los fragmentados pueblos de esta América sino ‘vacíos de poder’ que han de ser ocupados”
En 1819 Bolívar expresaba en un escrito: “La falta de unidad y condiciones, la falta de acuerdo y armonía y, sobre todo, la falta de medios que producía necesariamente la separación de las repúblicas, es, repito, la causa verdadera de ningún interés que han tomado hasta ahora nuestros vecinos y europeos en nuestra suerte. Secciones, fragmentos que, aunque de gran extensión, no tienen ni la población ni los medios, no podían inspirar ni interés ni seguridad a los que deseen establecer relaciones con ellos”.
En 1813 le dice en una carta al patriota colombiano Nariño: “Si unimos todo en una misma masa de nación, al paso que extinguimos el fomento de los disturbios, consolidamos más nuestras fuerzas y facilitamos la mutua cooperación de los pueblos a sostener su causa natural. Divididos, seremos más débiles, menos respetados de enemigos y neutrales. La unión bajo un solo gobierno supremo, hará nuestras fuerzas, y nos hará formidables a todos”.
Será, también, en relación con esta necesaria unidad de pueblos de origen y metas semejantes, que Bolívar se oponga a cualquier relación bilateral con cualquiera de las grandes potencias de esos días. Lo mismo da Inglaterra a los Estados Unidos. Formando, “una vez el pacto con el fuerte, —dice— ya es eterna la obligación del débil. Todo bien considerado, tendremos tutores en la juventud, amos en la madurez y en la vejez seremos libertos.
En relación con Inglaterra, cree que una asociación con ella puede ser favorable en principio para los fines de las naciones americanas. “Por ahora —subraya Bolívar— me parece que nos dará una gran importancia y mucha respetabilidad la alianza con la Gran Bretaña, porque bajo su sombra podremos crecer, hacernos hombres, instruirnos y fortalecernos para presentarnos entre las naciones en el grado de civilización y de poder, que son necesarios a un gran pueblo. Pero estas ventajas no disipan los temores de que esa poderosa nación sea en lo futuro soberana de los consejos y decisiones de la asamblea: que su voz sea la más penetrante, y que su voluntad y sus intereses sean el alma de la confederación, que no se atreverá a disgustarla por no buscar echarse encima un enemigo irresistible. Este es, en mi concepto, el mayor peligro que hay en mezclar a una nación tan fuerte con otras tan débiles”.
En lo tocante a los Estados Unidos, ya conocemos lo que pensaba en cuanto a imitar sus instituciones, o pretender ligar la suerte de estas repúblicas a la de ese nuevo coloso. “Nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte”, afirma en el discurso de Angostura. Lo enfatiza cuando dice: “Pero sea lo que fuere de este gobierno con respecto a la nación americana, debo decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y naturaleza de los Estados, tan distintos como el inglés americano y el americano español”.
Los Estados Unidos han luchado y alcanzado la libertad, pero es su libertad, no la libertad de otros pueblos. Los intereses de esta nación no son los intereses de estos otros pueblos. La América Latina ha iniciado la lucha por la independencia cuando ya los Estados Unidos han afianzado la suya y sólo buscan su fortalecimiento.
Discutiendo lo referente a las invitaciones para la reunión de Panamá, en 1825, Bolívar encuentra difícil mezclar ciertos pueblos en una reunión que es sólo el punto de partida de reuniones más amplias. En este sentido se resiste a que sean invitados los Estados Unidos. No creo que los Estados Unidos deban entrar al congreso del Istmo, le refiere a Santander. Se trata de un pueblo heterogéneo. “Por lo mismo jamás seré de la opinión —reclama— de que los convidemos para nuestros arreglos americanos”. Los españoles derrotados, considera Bolívar, no son ya un peligro. El peligro está en otros lugares, frente a otras naciones fuertes y poderosas. “Los españoles ya no son peligrosos —le dice, además, a Santander— en tanto que los ingleses lo son mucho, porque son omnipotentes”.
En Panamá debería ser realizado el sueño de una nueva forma de unidad de la América ya libre de la tiranía ibera. Vencida la tiranía, la unidad bajo la dominación colonial debería de transformarse en unidad bajo la libertad. La unidad que había hecho posible el triunfo final en Ayacucho. La reunión se realizará dos años después de la victoria de Sucre. Se reunirá en el Convento de San Francisco, de la ciudad de Panamá, a partir del 22 de junio de 1826. Sin embargo, dicha reunión, estaba ya destinada al fracaso desde varios meses antes. La integración bajo la libertad era sólo un sueño. La división entre los pueblos latinoamericanos, y dentro de las naciones que formaban estos pueblos, se había iniciado. Tres siglos de integración bajo el coloniaje, se disolvían en unos cuantos años al ser roto el instrumento de esa integración, la dependencia.
En la Carta de Jamaica, Bolívar hacía ya expreso el temor de este fracaso. Iba a ser difícil que pueblos formados en la servidumbre, un buen día, se pudiesen dar a sí mismos los instrumentos para una integración dentro de la libertad. Pasados sólo unos cuantos meses del triunfo de Ayacucho, las ambiciones de los caudillos y una serie de intereses extraños se habían hecho de inmediato patentes, anulando así la posibilidad de una integración que pudiese satisfacer a tan encontrados intereses. Más que la creación de un nuevo orden bajo el signo de la libertad, lo que se buscaba ya era la manera de ocupar el “vació de poder” que dejaba la metrópoli.
De esta situación habla Bolívar, cuando sólo faltan unos meses para la reunión de Panamá. Inglaterra ya manipula al Brasil para que éste se lance sobre la Argentina. La Argentina, a su vez, busca ligas para enfrentar al Brasil y a otros pueblos. En carta escrita al general Francisco de Paula Santander le informa de las noticias que ha recibido sobre esta situación. “El Paraguay se ha ligado al Brasil, y Bolivia tiene que temer de esta nueva liga. El Río de la Plata tiene que temer al Emperador, y a la anarquía que se ha aumentado con la variación del gobierno de Buenos Aires. Chile tiene el corazón conmigo, y su gobierno está aliado a Rivadavia. Córdoba me convida para que sea el protector de la federación entre Buenos Aires, Chile y Bolivia. Tampoco es nada halagüeño lo que sucede ya entre los pueblos que Bolívar mismo ha liberado con su espada.
En este sentido le comunica al héroe de Ayacucho, al mariscal Antonio José de Sucre lo siguiente: Me aseguran, dice, “que Colombia está en un estado de no poder marchar, y que todo amenaza ruina: primero por los partidos; segundo por la hacienda; tercero, por la organización civil; cuarto, porque las leyes son tantas que ahogan a la república”. “...de suerte que Quito está envidiando el estado del Perú... Me dicen “que Quito no se ha levantado contra el gobierno por respeto a mí.” “La municipalidad de Bogotá se queja de que ya no puede soportar el peso de las leyes.”
“En Venezuela todo va peor, porque el ejército tiene un partido y el pueblo otro.” “Colombia presenta el cuadro más lamentable por una superabundancia de fuerza liberal mal empleada.” Hombres a los que se ha dado la libertad, no encuentran ya satisfacción en ella y claman por gobiernos de fuerza, claman, inclusive, por un Imperio”. “...los pueblos aguerridos en la anarquía —dice Bolívar— y veteranos en la revolución, están todos clamando por un imperio, porque nuestras reformas han probado su incapacidad para hacer el bien y su incompatibilidad con nuestros pueblos.”
Bolívar mismo se sabe ya combatido, y hostilizado, por los mismos hombres con quienes luchó por la libertad. Por ello lanza esta amarga profecía: “que muchos tiranos van a levantarse sobre mi sepulcro y que estos tiranos serán otros Silas, otros Marios que anegarán en sangre sus guerras civiles.
Inconformes con lo que él ha hecho, se pretende dar soluciones ajenas a la realidad. Por ello, agrega el Libertador: “Yo doy a los pueblos que el ejército ha libertado un código de salud que reúne la permanencia a la libertad, al grado más eminente que se conoce en el gobierno de los hombres; y que si aspiran a lo perfecto alcanzarán lo ruinoso.
El Congreso Anfictiónico, después del retardo respecto a la fecha que había pensado el Libertador, en la circular, de acuerdo con la victoria de Ayacucho, se reúne el 22 de junio de 1826. Los asistentes, que fueron pocos, llegaron llenos de reticencias, y sólo dispuestos a compromisos muy generales. No fue como se ha pretendido fuesen después reuniones semejantes, un Congreso Panamericano.
El Congreso de Panamá fue siempre pensado en función con los intereses de los países que fueron dominio de España, pero también de Portugal. En Brasil, donde fue recibida con simpatía la invitación, José Bonifacio, patriarca de la emancipación brasileña expresó que deseaba una unión como la propuesta. Sin embargo, como ya tenia noticias Bolívar, el Brasil actuaba ya en función con sus propios intereses y se enfrentaba a las Provincias del Rió de la Plata, de acuerdo también, con los intereses de Inglaterra.
Respecto a los Estados Unidos, fue la insistencia de Santander la que originó la invitación. Pero uno de los delegados murió antes de llegar a Panamá y el otro, llegó tarde. Sin embargo, como ya lo temía el Libertador, los Estados Unidos iban a estar presentes, pero sólo en función con sus intereses. El presidente John Quincey Adams había recibido y aceptado la invitación, pero el Congreso obstaculiza esta aceptación poniendo condiciones. Los Estados Unidos en Panamá sólo estarían como observadores sin aceptar compromiso alguno. Pero sus delegados llevaban instrucciones de evitar la formación de una confederación que, llegando a ser poderosa, limitase para un futuro inmediato, los intereses de los Estados Unidos. Tampoco aceptarían legislación alguna que pudiese limitar esta futura acción y desde luego, y de acuerdo con este mismo o, se opondrían a cualquier proyecto que significase cambiar status político del Caribe, con referencia concreta a las posiciones que aún tenía España allí. Había que mantener el status colonial de Cuba y Puerto Rico y oponerse al reconocimiento de Haití. Tales fueron las indicaciones dadas a los fallidos representantes estadounidenses en la reunión de Panamá. En otras palabras, los Estados Unidos eran abiertamente opuestos al ideal bolivariano. Se le admiraba, decía el secretario de Estado Henry Clay, pero no se iba permitir su posibilidad, ya que la misma impediría el desarrollo del ya proyectado nuevo imperio. Se pediría, sí una declaración de apoyo a la Doctrina Monroe, para que ningún país extraño al Continente interviniese en América. América para los americanos, pero sólo pensando en los americanos que, en el norte, se preparaban a realizar lo que el mismo Bolívar temía, una nueva forma de dominación, contraria a la de las potencias europeas.
Por lo que se refiere a Hispanoamérica hubo representaciones de México, de las Provincias Unidas del Centro de América, la Gran Colombia y Perú. Ausentes, estuvieron Bolivia, por razones de tiempo; pero por negativas y debido a suspicacias, Chile y la futura República Argentina. Pero el gran ausente lo fue el propio Libertador, Simón Bolívar. Ausencia a la que se han dado diversas explicaciones, entre ellas las de tiempo para llegar, o el hecho de que su personalidad hubiese impedido una mayor libertad de los asistentes. Lo cierto es que el autor del Congreso Anfictiónico, era ya consciente de lo que iba a suceder. La América, su América, se encontraba ya dividida y las grandes potencias utilizaban y manipulaban estas divisiones en su favor.
Los resultados de la reunión fueron pobres, nada tenían que ver con lo que Bolívar había esperado de ella. Definitivamente los pueblos de ésta nuestra América no estaban maduros para integrarse por la libertad. Nuevos amos se hacían ya presentes e incitaban a los libertados hombres de esta América a aceptar, libremente, nueva dependencia. Los temores de Bolívar se realizaban.
Bolívar, desde Lima carteaba al general José Antonio Páez expresándole su desencanto sobre lo que estaba sucediendo. No tenía aún noticias de los acuerdos de Panamá cuando ya decía refiriéndose al Congreso que acababa de terminar: “El Congreso de Panamá, institución que debiera ser admirable si tuviera más eficacia, no es otra cosa que aquél loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder sería una sombra y sus decretos meros consejos: nada más.” Ninguna fuerza podían ya tener pueblos que entraban en el caos, en la anarquía.
Hablando de Venezuela dice: “Los elementos del mal se han desarrollado con una celeridad extraordinaria. Diez y seis años de acumular combustibles van a dar el incendio que quizás devorará nuestras victorias, nuestra gloria, la dicha del pueblo y la libertad de todos. Yo creo que bien pronto no tendremos más que cenizas de lo quo hemos hecho”. Crea usted mi querido general, que un inmenso volcán está a nuestros pies, cuyos síntomas no son poéticos sino físicos y harto verdaderos.” “La esclavitud romperá el yugo; cada color querrá el dominio y los demás combatirán hasta la extinción o el triunfo. Los odios apagados entre las diferentes secciones volverán al galope, como todas las cosas violentas comprimidas. Cada pensamiento querrá ser soberano, cada mano empuñar el bastón, cada toga la vestirá el más turbulento. Los gritos de sedición resonarán por todas partes. Y lo que todavía es más horrible que todo esto, es que cuanto digo es verdad.
Ya informado de los acuerdos en Panamá, expresa su inconformidad con algunos puntos y su deseo de que no sean aceptados hasta que sean bien discutidos en Bogotá. Entre estos puntos está el acuerdo para que continúe en México la reunión. La Reunión de Tacubaya que, después de varias dificultades se celebrará dos años después, y que sería como la puntilla del sueño anfictiónico de Bolívar. “La traslación de la asamblea a México va a ponerla bajo el inmediato influjo de aquella potencia —dice Bolívar—, ya demasiado preponderante, y también bajo el de los Estados Unidos del Norte”. Respecto a los acuerdos para la integración encuentra que los aprobados, lejos de servir a las metas que se había propuesto las van a impedir. “El de unión, liga, confederación, contiene artículos cuya admisión puede embarazar la ejecución de proyectos que he concebido, en mi concepto muy útiles y de gran magnitud.” Ya en 1827 la anarquía ha crecido.
Santander mismo se enfrenta al Libertador. Es en este sentido que el Libertador le precisa al general Rafael Urdaneta: “Se ha pretendido destruirlo todo por una traición... Y espero los sucesos y la conducta de Bogotá. Entonces veremos lo que debemos hacer... En vano se esforzará Santander en perseguirme: el universo entero debe vengarme... Si los traidores triunfan, la América meridional no será más que un caos.
El caos, en efecto, se extiende a la América que fuera colonia unida de España. Al mismo Urdaneta vuelve a escribir el Libertador hablando del caos que ya es total: “Ya usted sabrá que el gobierno del Perú no quiere cumplir con el convenio de Girón y que no lo concluyó sino para salvarse y violarlo.” “Yo quiero la paz a todo trance, mas nuestros enemigos nos desesperan con su cruel obstinación. El gobierno de Bolivia se declaró por la liga del Perú como era natural y aún nos amenazan con Chile”. “Buenos Aires ha tenido varias revoluciones y el mando ha pasado a otras manos. Bolivia ha tenido en cinco días tres presidentes, habiendo matado dos de ellos. Chile está en unas manos muy ineptas y vacilantes. México ha dado el mayor escándalo y ha cometido los mayores crímenes. Guatemala aumenta sus dificultades.” Bolívar piensa que, acaso la única solución pueda serlo una intervención extraña. “Somos tan desgraciados, que no tenemos otras esperanzas del Perú sino que nazca de su propio desorden y revoluciones”.
En si mismos los americanos meridionales no parecen encontrar salida alguna a sus problemas. En otro lugar dice Bolívar, “Quedo enterado de la opinión que hay en los Estados Unidos sobre mi conducta política. Es desgracia que no podamos lograr la felicidad de Colombia con leyes y costumbres de los americanos. Usted sabe que esto es imposible: lo mismo que parecerse la España a la Inglaterra.
Bolívar mismo se ve ya compelido a proponer la división de lo que en vano había tratado de unir. Duélese de tener que proponer una acción semejante, pero sabe que la realidad, la tremenda realidad, no permite otra cosa. Así sugiere la separación de Venezuela y de la Nueva Granada.
“La fuerza de los sucesos y de las cosas —escribe— impele a nuestro país a este sacudimiento, o llámese mudanza política. Yo no soy inmortal; nuestro gobierno es democrático y electivo”. “Todos sabemos que la reunión de la Nueva Granada y Venezuela existe ligada únicamente por mi autoridad, la cual debe faltar ahora o luego, cuando quiera la providencia, o los hombres. No hay nada tan frágil como la vida de un hombre”. “Muerto yo ¿qué bien haría a esta república? Entonces se conocería la utilidad de haber anticipado la separación de estas dos secciones durante mi vida; entonces no habría mediador ni amigo ni consejero común. Todo sería discordia, encono, división.”
No quedan, en su opinión, sino dos opciones: la división o un gobierno fuerte capaz de mantener la unidad. “La división de la Nueva Granada y Venezuela”. “La creación de un gobierno vitalicio y fuerte”. Y hecha la división, ¿quién mandaría? “¿Será granadino o venezolano? ¿Militar o civil?” Bolívar tiene ya noticia de una expedición española de reconquista. Sabe de la gravedad de esta noticia, pero aún más grave para Bolívar es el creciente caos de esta América.
“Es muy desagradable volver a entrar en luchas con la España —subraya— siendo lo peor que la Europa irritada por nuestras revoluciones diarias y nuestro detestable sistema de gobierno, que a la verdad no es más que una anarquía pura”.
“Nada hay más horrible que la conducta de nuestros paisanos de este continente. Esto aflige el alma porque, ¿quién puede curar un mundo entero?” Y hace nueva referencia a los Estados Unidos los cuales, insisto, no actuarán sino en función con sus intereses. “Los Estados Unidos son los peores y son los más fuertes al mismo tiempo”. Europa, lejos de apoyar la independencia alcanzada, parece inclinarse a permitir la reconquista para así poner fin a la anarquía. Anarquía que ha conducido, a los liberados hombres de esta América, a atentar contra su mismo libertador.
“Aseguran que la Inglaterra y la Francia esta de acuerdo con España para que nos haga la guerra”. Escribe Bolívar. “Además, nuestras relaciones han irritado mucho a los ingleses y franceses. Dicen que nada se puede esperar de un pueblo que ha querido asesinar en su lecho al Libertador.” Ya no tenemos amigos. “Vea usted lo que nos aman los americanos y europeos”. “Esta patria no tiene remedio: el hombre no quiere más que absoluto: ni en la república ni en nada hará sino impedir. Divídase el país y salgamos de compromisos: ¡nunca seremos dichosos, nunca!” “...no espero salud para mi patria”. “Yo creo todo perdido para siempre y la patria y mis amigos sumergidos en un piélago de calamidades”. Haría cualquier sacrificio por esa patria, pero sabe que todo es inútil. “... y porque soy incapaz de hacer la felicidad de mi país me deniego a mandarlo. Hay más aún, los tiranos de mi país me lo han quitado y yo estoy proscrito; así no tengo patria a quien hacer el sacrificio”.
“La situación de América —escribe nuevamente a Urdaneta— es tan singular y tan horrible, que no es posible que ningún hombre se lisonjee conservar el orden largo tiempo ni siquiera en una ciudad. Creo más, que la Europa entera no podría hacer este milagro sino después de haber extinguido la raza de los americanos, o por lo menos la parte agente del pueblo, sin quedarse más que con seres pasivos. Nunca he considerado un peligro tan universal como el que ahora amenaza a los americanos... la posteridad no vio jamás un cuadro tan espantoso como el que ofrece la América, más para lo futuro que para lo presente, porque dónde se ha imaginado nadie que un mundo entero cayera en frenesí y devorase su propia raza como antropófagos?... esto es lo único en los anales de los crímenes y, lo que es peor, irremediable”.
Despojado de todo mando. Marchando hacia el destierro, que evitará su muerte, Bolívar aumenta su desconsuelo ante la noticia del asesinato del Mariscal de Ayacucho. El joven héroe de la gloriosa jornada liberadora ha sido asesinado por los mismos liberados que son ya simples libertos. El mundo entero se estremece ante este asesinato. Asesinato que no es sino expresión del parricidio que los americanos cometen contra sus libertadores.
El proyecto libertario no ha contado con la voluntad de los libertos que se han entregado a la anarquía. Una anarquía que sólo parece tendría término cuando desaparezca toda una raza, la raza de estos americanos. Los herederos de los libertadores se disponen a ejecutar la sentencia que ya se hace expresa en Bolívar. Habrá que extinguir a toda una raza. Habrá que repoblar la América. El sueño se ha transformado en pesadilla para el propio Libertador.
La “muerte de Sucre —da cuenta Bolívar— es la manera más negra e indeleble de la historia del Nuevo Mundo, y que en el antiguo no había sucedido una cosa semejante en muchos siglos atrás”. De este hecho deduce Bolívar el fracaso de su propia obra.
Semanas antes de su muerte, que acaece el 17 de diciembre de 1830, resume toda su acción en las siguientes y pesimistas palabras: “Primero, la América es ingobernable para nosotros; segundo, el que sirve a una revolución ara en el mar; tercero, la única cosa que puede hacerse en América es emigrar; cuarto, este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas; quinto, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; sexto, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América”.
El Libertador, en su tragedia, trata de ver lo más lejos en una historia que considera extraña a la voluntad de los mismos americanos. Una historia de la que estos hombres no parecen sino marionetas. Fantoches de ideologías extrañas, ajenas a la realidad americana. Son las ideologías en nombre de las cuales se han precipitado a la anarquía.
En otro momento advierte: “Los jóvenes demagogos van a imitar la conducta sanguinaria de los godos o de los jacobinos para hacerse temer y seguir por toda la canalla”. “... los demagogos se van a esparcir por todas partes para asestar cuantos tiros puedan... alegando para esto razones, pretextos, y localidades; lograrán sus tiros infaliblemente, porque somos pocos, y después dominarán el resto del país”.
La guerra civil, godos contra jacobinos, la elección exterminadora está ya presente en la amarga visión de Simón Bolívar. “La primera revolución francesa hizo degollar a las Antillas, y la segunda causará el mismo efecto en este vasto continente —dice comentando la muerte de Sucre—. La súbita reacción de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban o más bien los van a completar. Usted verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia y desgraciados de los pueblos! y desgraciados de los gobiernos!” “He sacrificado mi salud y fortuna por asegurar la libertad y felicidad de mi Patria. He hecho por ella cuanto he podido —dice también— más no he logrado contentarla y hacerla feliz”. Pese a todo no he logrado lo que anhelaba. “Mis mejores intenciones se han convertido en los más perversos motivos, y en los Estados Unidos, en donde esperaba se me hiciese justicia, he sido también calumniado”. “¿Qué es lo que he hecho para haber merecido este trato?”
“En esta última pregunta —precisa, finalmente, Leopoldo Zea— quedará expresado el sentido de toda una historia. No sólo de la historia del Libertador, sino la historia de ésta nuestra América, que pretende trascender la dependencia, la esclavitud y la servidumbre, pero hace de la libertad como anarquía el punto de partida para nuevas dependencias, coloniajes y servidumbres”.
Entonces, podemos concluir diciendo que el Libertador Simón Bolívar, más que anti-estadounidense, era, sobre todo, y por encima de cualquier cosa, un antiimperialista militante. De hecho, lo combatió con todas sus fuerzas, no solamente como un enemigo externo, sino, además, como una estructura de dominación a escala mundial. Y decir hoy anti-imperialismo, es afirmarse y ratificarse anticapitalista y viceversa. Por eso es que la lucha que se está librando en Venezuela busca la superación del sistema que hoy rige las relaciones entre los seres humanos.
A eso debe, a su carácter antiimperialista, que el nombre del gran héroe caraqueño sea considerado subversivo por el Departamento de Estado (ya las películas de Hollywood lo están asociando con el terrorismo). Pues, si ser bolivarianos, es ser antiimperialistas; ni modo, seremos bolivarianos y antiimperialistas.
En la efectividad de la estrategia anti-imperialista anidan hoy las sociedades su futuro, incluida la nuestra. Un modelo humanista y autogestionario versus un modelo liberal individualista y egoísta, o sea, democracia neoliberal versus democracia participativa. Las cartas están echadas en Venezuela. ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!
Los Guayos, 05 de octubre de 2003