Referéndum obispotorio (o zamuro cuidando carne).

Siendo aún pequeños, y luego adolescentes, íbamos todos los domingos a misa. Auténtico ritual. El sacerdote parecía un hombre perfecto. Hecho a semejanza del Padre. Levántense. Pueden sentarse. Arrodíllense. Persígnense. Recen: Padre Nuestro… Ave María. Por mi culpa, por mi gran culpa… y golpes de pecho. Uno preguntaba: ¿de qué éramos culpables? Todavía esperamos respuesta.
Pantalón corto, zapatos limpios y camisa con corbatín. Alineación total. Mi madre siempre ha sido católica, apostólica y romana. Respetamos su elección. Mi padre fue más precavido. Gracias a él, logramos descubrir a tiempo dónde está el verdadero paraíso y en qué oscura región del ser humano tenemos el infierno.
Pasamos por las aulas de colegios dirigidos por curas y monjas. Castigo corporal y amenazas eran comida diaria en unos niños casi recién nacidos. La letra entra con sangre, dirían estos fieles representantes de la pedagogía represiva de entonces. Salía líquido vital muchas veces, y la letra retardaba su aparición. Menos mal que fueron pocos años de tormento escolar. A pesar de toda esta tragedia llegamos a merecer diplomas por excelencia en religión.
Éramos verdaderos aprendices de santos. Dios, en las presuntas alturas, nos ofrecía su regazo para impedirnos entrar en el camino del mítico pecado original. Pero éste, según los libros sagrados, ya venía incubado en nuestras venas. Nosotros desconocíamos la verdad y, en consecuencia, actuábamos igual a quienes decían tener la razón de su lado. Conveniencia confesa. Todos los domingos en misa.
La primaria y el bachillerato transcurrieron entre homilías. Luego, una ferviente pasión deportiva y los estudios universitarios nos fueron alejando de los sermones pastorales. Una oveja comenzaba a descarriarse. Algunas lecturas y una nueva conciencia abrían espacio para comprender con más claridad al mundo y sus habitantes. La política todavía no nos interesaba. El país tampoco. El rebaño perdía otro seguidor. Mi madre se negaba a creerlo. Mi padre callaba. Nosotros comenzábamos a comprender quién es quién en la viña del Señor.
Durante los gobiernos de la cuarta república pocas veces hubo enfrentamientos entre quienes dicen representar a la Iglesia de Cristo y quienes estaban a la cabeza de las instituciones y organismos oficiales. La Nación corría presurosa al despeñadero, pero los jerarcas católicos maniobraban a espaldas de la feligresía. Todo estaba en calma. No había corrupción ni pobreza ni marginalidad ni exclusión. Los medios transmitían en directo la voz de Dios para nosotros, simples mortales. Los “empresarios” eran ovejas mansas. La CTV defendía -puro corazón- intereses de humildes empleados. Las universidades públicas estaban al servicio de la Patria. PDVSA sembraba el petróleo en bolsillos particulares. Del sistema de salud ni hablar. Una maravilla. ¡Prendámosle otra vela a Caldera! Y que Blanquita no olvide nuestro cheque. Santa Paz. ¡Amén!
Apareció Chávez y desempolvó las ideas de Bolívar, Rodríguez y Zamora. La jerarquía cristiana gritó a los cielos: ¡Holocausto! ¡Apocalipsis! Comunismo. Fin de mundo. Satanás ha regresado. Juicio Final adelantado. ¡Señor, ten piedad de nosotros! A Chávez le sale excomunión. Y el obispo aquél juró, en nombre de todos, acabar con este espíritu maligno. El “bien” debía imponer su hegemonía. Yo, el gran obispo, soy quien trae la buena nueva. Chávez es el caos. No permitiremos otro tirano. Y la Iglesia desmoronándose. Y la CEV acabó transformada en un partido político cualquiera. ¿Por qué este obispo habla en nombre de la mayoría? ¿Quién lo autorizó? ¿No resultaría conveniente, y para el bienestar de la Iglesia en general, que este señor colgara sus hábitos y se dedicara a hacer carrera política o transformarse en agente secreto del Imperio? Porque ya no es pastor, sino dirigente de la extrema derecha. Para aclarar esta situación proponemos un referéndum revocatorio dentro de la Conferencia Episcopal Venezolana, pero tomando en cuenta la opinión de su militancia.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 3005 veces.



Giandomenico Puliti

Nació en Mérida el 10 de abril de 1961. Hijo de inmigrantes italianos, de 43 años de edad para el momento de su deceso. Casado y con dos hijos. Al cumplir un año, su familia se traslada a Tovar. Su padre, Arnaldo Puliti, junto a Giustino Sciamanna y Cósimo Salvemini, funda el ?Taller Roma?; empresa metalúrgica familiar de reconocida trayectoria en el Valle del Mocotíes. Cursó todos sus estudios en Tovar. En el Ciclo Diversificado José Nucete Sardi obtuvo el título de Bachiller en Ciencias. Formó parte de la Selección Nacional Juvenil en Campeonatos Panamericanos y Mundiales de Ciclismo. Estuvo compitiendo en Italia, Colombia, República Dominicana, Uruguay y Norteamérica. En la Universidad de Los Andes obtuvo el título de Licenciado en Letras. Cursó estudios de postgrado en Literatura Iberoamericana.


Visite el perfil de Giandomenico Puliti para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:


Notas relacionadas