El presidente Chávez no deja escapar ocasión alguna para abordar el tema de
la burocracia perezosa, lenta y muy dañina que nos legó la IV República y
que aún se mantiene en muchos estamentos del Estado, e igualmente jamás
olvida referirse con mucha mayor agudeza, al morbo de la corrupcción, el
cual pretende mantenerse al acecho de la fácil comisión con cargo a los
dineros públicos, frente a necesidades que día tras día tiene el Estado en
todas sus instancias de contratar servicios o adquirir bienes requeridos
para la acción de gobierno.
Recientemente (16/10/03), en el marco del Trigésimo Segundo Congreso de
FEDEINDUSTRIA, oportunidad esa que le permitió hacer entrega de créditos a
pequeños y medianos industriales, como parte de un ambicioso convenio de
asistencia financiera a tan importante sector productivo del país, así como
condecorar a algunos de sus miembros, por sus aportes innegables a sus
propias empresas y al sector en general, el Presidente Chávez de nuevo
volvió a referirse a tan espinosos temas, reconociendo que, efectivamente,
ambos vicios terribles persisten en el gobierno y que nos corresponde a
todos la mayor vigilancia para erradicarlos o, en todo caso, le agregaríamos
nosotros, disminuirlos a su mínima expresión.
Ciertamente, el Jefe del Estado ha sido reiterativo en la necesidad de que
las acciones de gobierno no solamente deben agilizarse, pues no admite, con
toda razón, que por formalismos burocráticos intrascendentes, las cosas haya
que posponerlas en detrimento de necesidades que se demandan con urgencia,
así como que las mismas deben ser adelandas dentro de la mayor
transparencia, de manera que los resultados de las acciones gubernamentales
no solamente satisfagan las expectativas planteadas, sino que respondan a
procesos objetivamente eficientes, en términos de la más alta calidad, sobre
la base de costos y precios en los niveles normales que evidencia el mercado
de manera abierta, es decir, que ni por asomo pueda surgir la duda de que
frente a cualquier acto administrativo, esté presente la trastada de un
corrupto encubierto y, a lo mejor, muy bien disfrazado de revolucionario,
quien desvió para su propio beneficio una jugosa comisión.
El problema que plantean ambas conductas es, sin duda, grave, pues han sido
aprendidas durante más de 40 años de desgobiernos liderados por una caterva
de políticos corruptos que hicieron con los dineros y bienes públicos lo que
les vino en gana. De simples y muy sencillos ciudadanos de clase media sin
recursos que fueron quienes devinieron en conductores de masas y gerentes
públicos, en su mayoría hoy en día disponen de fortunas incalculables,
mantenidas en muchos casos a buen resguardo en los llamados paraísos
fiscales.
En Venezuela seguimos siendo muy pocos y como aquí todos nos conocemos, un
decir muy repetido que encierra una verdad sin discusión, lo que hemos
afirmado para nadie resulta un secreto. De manera que es lógico entender que
todo ello contaminó a la sociedad en general, al punto de que el "cuanto hay
para eso" llegó a convertirse en algo normal y quien se resistía a aceptarlo
como un mal necesario, simplemente se le calificaba de pendejo...(!)
La tarea para derrotar tales perversiones no es sencilla. En nuestra opinión
ello puede ser posible lograrlo al más corto plazo con la activación de las
contralorías sociales a nivel de todo el país. En ese sentido, las
organizaciones de la sociedad civil en general que han surgido con el mayor
entusiasmo en defensa de este proceso de cambios, como Clase Media en
Positivo, los Círculos Bolivarianos, las Federaciones de Estudiantes y
Trabajadores Bolivarianos, entre otras, perfectamente pueden asumir el
compromiso de poner a funcionar ese extraordinario mecanismo fiscalizador.