“La revolución se hace por amor al que menos tiene, no por odio al que más tiene”. Esta hermosa afirmación nos la regalaron un grupo de activistas de los derechos humanos latinoamericanos durante una reunión organizada para celebrar los 25 años de FUNDALATIN, mientras reflexionaban sobre los procesos que vive nuestra región, especialmente Venezuela. Esta frase nos hizo recordar de inmediato las palabras del Canciller Roy Chaderton al referirse al momento que atraviesa nuestro país: “se trata de un proceso para incluir a los excluidos, sin excluir a los incluidos”.
En efecto, mucho de lo que estamos viviendo y padeciendo en Venezuela tiene sus raíces en el dilema inclusión – exclusión. Decenas de años de abandono social conformaron un colectivo inmenso de personas sin oportunidades para cubrir sus necesidades básicas, no sólo económicas, sino humanas, culturales, intelectuales e incluso espirituales. Pésimos líderes y gobernantes tuvieron la insospechada capacidad de crear una gigantesca exclusión en un país con recursos suficientes para incluir a toda su población y muchos más.
Sin embargo, la revolución que tenemos por delante no se puede concretar sin la necesaria interacción de los “que más tienen y los que menos tienen”. Los llamados incluidos, los que hemos tenido oportunidades diversas, acceso a la educación, al mundo profesional, somos los primeros que estamos llamados a tenderle puentes y manos a nuestros compatriotas. Se trata de una responsabilidad, de un servicio que hemos de ejercer, tal como nos dicen los amigos de FUNDALATIN.
Habrá muchos pragmáticos a quienes la idea de “servir por amor” les parezca cursi, ridícula, poco realista. Allá ellos y su pragmatismo, allá ellos y sus conciencias, allá ellos y su soledad. No se trata además, de servir por lástima, por remordimiento; por el contrario, se trata de la búsqueda de la justicia, la equidad, la igualdad. Se trata de incluir porque jamás debieron ser excluidos. Se trata de ser co-reponsables y saber que si todos tenemos oportunidades semejantes, si todos estamos satisfechos, reinarán entonces la paz, la sabiduría y el progreso integral de los seres humanos y la sociedad.
De la misma forma los llamados excluidos, “los que menos tienen”, deben incorporarse, organizándose y teniendo en cuenta que sí pueden avanzar, que sí pueden mejorar, que sí pueden entrar por la puerta grande de la moral y las luces. La organización social es clave para la inclusión definitiva. Las comunidades organizadas resolverán sus problemas urgentes e importantes. Los estudiantes organizados podrán llegar a ser los mejores profesionales. Los trabajadores organizados podrán mejorar la calidad de su trabajo, sus ingresos y su aporte familiar y nacional. Deben además abrirle espacios en sus corazones y comunidades al Estado y a los ciudadanos “incluidos” que han decidido tenderles una mano voluntariamente.
¿De qué sirve odiar al que más tiene? ¿De qué sirve rechazar al que menos tiene? En ambos caso la respuesta es: DE NADA. Odiarnos o rechazarnos los unos a los otros es el peor servicio que podemos hacerle a la justicia y, en consecuencia, a la paz y a la humanidad. El que más tiene debe abrirle los brazos a sus compatriotas, brindándoles colaboración, ideas, recursos, conocimiento. El que menos tiene, debe estar dispuesto a recibir con la esperanza siempre viva, con ganas de estudiar, de trabajar y de dar lo mejor por Venezuela. Asimismo, es mucho lo que la gente de las zonas populares le pueden ofrecer y enseñar a sus compatriotas: solidaridad, creatividad, capacidad de lucha, perseverancia y entrega sin esperar nada a cambio. Esta fórmula de interacción entre todos los venezolanos será útil para que dentro de pocos años el nuestro sea un país de inclusión. He allí la esencia de nuestra revolución. Y cuando veamos atrás y nos preguntemos cómo lo logramos, todos juntos, podamos contestar: por amor por al que menos tiene.
¡FELIZ NAVIDAD!
Jorge Arreaza M.