Cuando el 2003 estaba boqueando, mi suegra empezó a comerse las doce uvas del tiempo que su hija le había colocado elegantemente en una copa de vidrio italiano. Todavía el año 2003 seguía ahí, y mi suegra empezó a pedir más uvas. Se comió setenta y seis uvas hasta que el año reventó, ella también estuvo a punto de reventar pero se aguantó.
Después le pregunté porqué se comió tantas uvas, y me explicó:
- Las doce primeras fueron para pedir salud, dinero y amor, y que mi familia, donde, lamentablemente estás tú, viva siempre queriéndose y amándose y otra vez queriéndose.
Y uno, en vez de quedarse calladito, como quién no quiere la cosa, viene y pregunta, y ¿qué pasó con las otras?
- Las otras sesenta y cuatro uvas fue para pedir que Chávez se vaya.
Estaba como esperando la pregunta. Ella es antichavista. Y sobre todo, es perecista.
Lo único malo es que mi suegra descubrió que cada vez que habla mal de Chávez aumenta de peso. Ya está pesando ciento ochenta kilos y se come un lechón entero. En cambio, cuando habla de Carlos Andrés Pérez, siente que baja de peso, pero son más las veces que habla de Chávez y no ha podido controlar ese desequilibrio hormonal.
Así que, una vez que deglutió las setenta y tantas uvas del buen tiempo, se arrodilló y se puso a ver el cielo full de estrellitas navideñas que relampagueaban en la noche, y comenzó a hacer sus promesas de fin de año en alta voz:
1.- No hablo más de Chávez.
2.- Mañana empiezo la dieta.
3.- Este año me voy definitivamente para Italia.
4.- Mañana comienzo a ahorrar.
5.- Si mi hija deja de ser chavista, voy de rodillas hasta la iglesia de Pompey a pagar una promesa a San Domenico.
6.- Si mi yerno salta la talanquera, juro que le voy a cocinar hasta que me muera, incluso, si llegase a divorciarse.
Tuvo un rato pensando en otra posible promesa y, como no recordó ninguna otra, nos pidió a todos, sus hijas, sus nietos (Alekos y Oriana) y yo, que la ayudáramos a levantarse. Todos fuimos como un solo hombre, y después de sacar fuerza de donde no teníamos, logramos ponerla de pie.
- Los chavistas siempre están levantando a los caídos.- le dije para provocarla.
- No me hagas romper las promesas que acabo de hacer. – me dijo, y se dirigió pausadamente a la mesa, dónde la esperaba, derrochando grasa, una apetitosa pierna de cochino, que su hija, sus nietos y yo, le preparamos con mucho cariño para que la deglutiera antes de entrar de lleno a la dieta.
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