Publicado originalmente en Últimas Noticias el Domingo 01 de Febrero de 2004.
En la escuela nos enseñaron que los movimientos independentistas latinoamericanos se iniciaron en América del Sur hacia 1810 aproximadamente.
Si eso es así, ¿Cómo es que la insular Haití arribó al Bicentenario de su Independencia, proclamada el 1° de enero de 1804?
¿Por qué no nos enseñaron a conocer a Haití, y a amarla?
La rica pobre. Siempre nos han vendido a Haití como la nación más pobre del continente, en base a lo que es hoy y no de lo que tuvo que haber sido si nos guiamos por su sorprendente historia de liberación.
Diera la paradójica impresión de que por causa de su tenaz y victoriosa lucha fue echada al olvido por la mayoría de los historiadores.
Como dice Ignacio Ramonet en reciente escrito, “Ese mal ejemplo se lo
hicieron pagar. Nadie ayudó a la república negra; todos la boicotearon... como
si se prolongase el escarmiento a los esclavos por haber osado
liberarse”.
Luis Vitale, profundo historiador nacido en Chile dice en su
texto Haití: primera nación independiente de América Latina lo siguiente:
“Tan honda fue la repercusión de la revolución haitiana que varios precursores de la independencia latinoamericana visitaron la isla para ver en el terreno cómo fue posible que un país tan pequeño venciera a las mejores tropas de Napoleón e instaurara la primera nación independiente de América Latina, que se convirtiera en el primer país negro no monárquico del mundo, y en que por primera vez los esclavos lograran un triunfo definitivo en la historia universal, superando la gesta de Espartaco contra el imperio romano.
Este fenómeno, tan evidente para sus contemporáneos fue posteriormente relegado al olvido por los historiadores.
Es sobradamente conocido por todos que las Historias de las Américas -respaldadas por las Academias Nacionales- abren el capítulo de la Independencia con las revoluciones de 1810, omitiendo deliberadamente a Haití”.
Por eso, más allá de sus nombres, poco sabemos de Touissant L´Ouverture
(quien murió en Francia, preso sin poder ver el fruto de su lucha), Jean Jacques
Dessalines (quien proclamóla independencia), y Alejandro Petión, (el solidario
haitiano que tanto ayudó a Miranda y a Bolívar).
Pedro San Miguel desde
Puerto Rico da otra pista: “Desde la óptica de los sectores hegemónicos, la
rebelión de los esclavos -es decir, de seres humanos sometidos a un despiadado
sistema de explotación económicafue conceptuada como una insurrección de negros
contra blancos, que lo era, por supuesto, pero no era sólo eso.
Un negro es un negro, sólo que en determinadas circunstancias históricas, existe como esclavo” escribió Marx en alguna parte. Para las élites caribeñas éstas eran sutilezas filosóficas difíciles de discernir.
Para ellas un negro era un esclavo; y si no lo era, debería serlo. Pero además, un negro era por definición un salvaje, un bárbaro. Ser negro era no sólo lo opuesto de ser blanco; era también lo contrario de ser civilizado... Las comunidades marginadas por las ‘élites criollas’, incluso por sus sectores mulatos, estaban afincadas en la concepción de que ‘lo blanco’ era una forma de adscripción a una cultura, la ‘occidental’, que era la civilización por antonomasia.
Todo lo que se distanciaba de ese ideal representaba la extinción de la cultura”.
Intento de ‘blanqueamiento’ que perdura.
El ahora. El sociólogo haitiano Gérard Pierre Charles quedó agregado a la lista de nominados al Nobel de la Paz.
¿Los nombres de Martha Jean Claude, Jacques Roumain y René Depestre, qué nos indican? ¿Y la Tumba francesa y el Meringue?
¿Cuántas veces, al hablar de literatura, plástica y de música, se nombra a Haití?
Saque la cuenta y sume la cantidad de temas, de canciones, de músicos haitianos que conoce.
¿A cuántos ha escuchado a través de nuestras ‘amplísimas’ emisoras?
El ostracismo a que somos sometidos los pueblos latinoamericanos con relación a lo que se hace en las naciones hermanas forma parte de esa terrible industria cultural que sigue haciendo su papel depredador en contra de nuestras identidades originales y su vinculación.
Sólo que con la isla que osó devolverse su nombre es todo más duro.
Intentos hay por acercarnos mása Haití, perono son masivos ni multiplicadores. Un esfuerzo mayor debería hacerse en esta hora de reconocimientos.
La epopeya de amor de Haití, la negra, sentido corazón de África en el Caribe
merece algo más que un minuto en los noticieros y un breve en los
impresos.
Conviene recordar el sabio refrán africano: “Si no sabes a
dónde vas, regresa, para saber de dónde vienes”.
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