Te nos fuiste, Mario…

Y sé que, dondequiera que estés, vas entender y aceptarme que use este tono confianzudo de quien, si bien no tuvo nunca el placer de compartir contigo cara a cara, te conoce sin embargo a través de tus palabras (escritas o dichas) desde hace casi medio siglo, cuando empezaste a ser para mí una referencia de vida. De quien sí te acompañó teniendo también una actitud crítica hacia aquel Uruguay que ya no era más la Suiza de América y que empezaba a chirriar y a colapsarse; y que también compartió contigo, cuando los hombres de los sables tomaron todo por asalto y arrasaron, el amargo viento del exilio.

Tenía dieciséis o diecisiete años cuando, lector omnívoro, me cayó en las manos (prestado por supuesto, en aquella época eran mínimos los libros que podía comprar) un ejemplar de Gracias por el fuego. El impacto al meterme en sus adentros fue tan grande, que todavía hoy mantengo en mi memoria la imagen de la tapa (en fondo blanco, con letras negras y una ilustración en rojo). Con toda la ingenuidad emocional de esa edad y ese momento, me resultaba como monstruoso concebir que en la Montevideo provinciana, alguien (alguien normal) pudiera pensar seriamente en asesinar a su padre. Chocaba tanto con mi pequeña experiencia de la vida, que producía un desencajamiento a quien se había criado en un barrio cualquiera de la tranquila ciudad de ese entonces. Y el final trágico, la muerte al borde de la vereda, era un mazazo definitivo. Finalmente, cuando el shock del la situación se iba atenuando, ir sintiendo como que de entrelíneas, empezaba a mostrarse poco a poco el resquebrajamiento de ese mundo ordenado, institucional y seguro que aparentaba ser la sociedad uruguaya del medio siglo XX.


Después, emocionado por tus letras, conseguí La Tregua. Fue peor, para un optimista visceral como yo. Empezaba triste y vacía, aparecía de repente una luz que cambiaba el mundo, y de golpe la luz se apagaba y todo quedaba igual o peor que antes. Sin salida, como parecía ser en ese momento tu visión del país y el mundo en que estábamos.


Más adelante, los Poemas de la Oficina me hicieron sentirte cerca, desde la familiaridad cotidiana de tu prosa, y de aquellas oficinas públicas por las que todos alguna u otra vez tuvimos que pasar y sufrir el engorroso proceso de la burocracia institucional y su significado en nuestro pequeño país. A partir de ahí empecé a considerarte maestro, mentor, amigo. Ya estabas marcándome con visiones de vida, pedacitos de sabiduría, emoción y nostalgia.


En adelante fuimos compañeros. Y el desborde de tu genio en algún momento le dio al ácrata radical que yo era entonces, un frase magistral que desde entonces hice mía y me acompaña: “quizás mi única noción de patria/ sea esa ansia de decir nosotros”


Te nos fuiste Mario, y a pesar de tu muerte anunciada (hace dos años cuando intentamos invitarte a Venezuela, supimos que ya no viajabas más, que habías decidido no volver a salir del Uruguay por lo precario de tu condición física), el dolor de tu partida es una herida quemante. A pesar de saber muy claramente que estas alturas tu palabra es ya un pedazo fundacional de nuestra Latinoamérica -aún a las generaciones jóvenes, para las cuales tu mensaje sigue siendo conmovedor y fermental- y que por eso vas a seguir estando siempre con nosotros, de todas maneras la ausencia sabida de tu presencia física deja un hueco grande en nuestras almas.


Te nos fuiste Mario, y pensé que el mejor homenaje que podía hacerte era devolverte de alguna manera las experiencias de vida que me ayudaste a tener, uno más de los tantos a los que tu ternura, tu humildad y la claridad de tus visiones les fueron regalando balizas, para ayudar a recorrer el complejo camino de la vida.


Hasta siempre, compañero y amigo


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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

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