Afortunadamente,
tenemos gente que en medio de las polémicas más peliagudas tienen el
don de la síntesis y del claro discernimiento. Humildemente, hay que
reconocer la voz de la razón cuando resuena en alguna parte. El
artículo de Antonio Aponte, leído anoche por Mario Silva en la Hojilla,
tiene que ser, por su lucidez incontestable, muy instructivo para
quienes insisten en justificar lo injustificable.
Por mi parte, lo
digo abiertamente: no defiendo para nada las acciones recientes de Lina
Ron. No sólo por haber violado la ley bajo el pretexto que otros
—Globovisión— también la violan, sino porque en sí mismas estas
acciones carecen de sentido político: que alguien me explique cuál es
el beneficio que nuestro proceso puede sacar devolviéndole la patada al
burro.
La "gracia" todavía le está dando la vuelta al mundo. Además, como ya lo dije en un artículo (
Lina y su lindo suicidio),
detrás de esta nada inocente iniciativa de Lina Ron se presiente un
cálculo bien orquestado, de premeditado efecto en la población y de
consonancias personalistas.
Los
c... que tendrá Lina no serán, como probablemente muy pronto lo
veremos, los que hasta ahora muchos le han adjudicado a la singular
heroína. Más bien serán los de repetir en circunstancias completamente
contraproducentes para el proceso las palabras históricas del
Presidente: "Asumo la responsabilidad...".
Aquellos
que no obstante insisten en ver algún tipo de espontaneidad
revolucionaria en el show vacuo y políticamente retrógrado del asalto a
Globovisión, deben saber que la ANARQUÍA como concepto y como
título le queda muy grande a este apenas caótico y torpe acto.
Un acto no
menos torpe y caótico, sin duda, que el de la justicia misma en nuestro
país de cara a los perennes delincuentes de Globovisión.
Sé que a este punto muchos querían llegar. Pero no vayamos tan rápido: aunque que la comparación consiga en un dos por tres a numeroos seguidores a quienes se les agüe la boca, hay que tener dos cosas bien presentes:
1)
que no hay paralelismo alguno que pueda beatificar el caos y la torpeza
eventual de los frentes populares, pues éstos no deben su ética a la
falta de moral del entorno, por próximo que éste sea;
2) que nuestros
colectivos NO pueden darse el lujo, en nuestro proceso, de optar por
estrategias unilaterales, inconsultas y autosuficientes.
Única seducción consentida siempre: unidad, unidad, unidad...