El populismo se ampara de las carencias colectivas más comunes y éstas están lejos de ser de orden exclusivamente material. De hecho, las verdaderamente fundamentales y duraderas para el populismo son las de orden psicológico y cultural. Son éstas las que le proporcionan al populismo su alimento primordial y por lo tanto existen antes que él. En realidad, ¡lo crean!
Contrariamente a lo que a priori se piensa, el populismo es más una consecuencia que una causa de la miseria de los pueblos; es un fenómeno reiterativo que surge a partir de ciertas condiciones favorables para su existencia, las cuales el populismo no crea tanto como re-crea y emplea. Si bien el mismo es un mecanismo de manipulación, un agente que actúa sobre la gente y que por lo mismo no tiene nada de pasivo, es ésta, la gente, quien en realidad le proporciona el material necesario para su agenda y quien le sirve de combustible para poner su sistema en marcha (el cual consiste básicamente en abonar esas mismas condiciones de las cuales depende).
El populismo se dedica pues a explotar elementos potenciales que lo preceden. El mesianismo, que es uno de sus rasgos principales, es una figura tan simbólica como real y eficaz que subyace idiosincráticamente en la sociedad antes de materializase en personalidades concretas de carne y hueso. El advenimiento de éstas materializaciones pone de manifiesto una predisposición de la sociedad para el asistencialismo.
El asistencialismo pre-existe como molde y patrón idiosincrático en una cultura profundamente arraigada en los dogmas de fe, en la casuística metafísica de los milagros y en los mitos apocalípticos de nuestra tradición milenaria judeocristiana. Una mente colectiva forjada en dicho contexto forzosamente depara una modernidad fatalmente formateada en torno al paternalismo y la esperanza en figuras salvatrices imposibles, sobrenaturales, creando sistemáticamente a sus héroes míticos cada quinquenio (a expensas de una abstracta convencionalidad democrática), dando lugar así a un nuevo comercio fraudulento de la fe, parasitario de la política.
Es allí donde la sociedad moderna se luce en su producción sistemática de caudillos, los cuales obran, debido a sus misiones redentoras, dentro de una formalidad institucional por defecto (aunque sin jamás someterse realmente a ésta, pues dichos vengadores providenciales encarnan de facto un trascendentalismo que la rebasa). Es así como las instituciones y la institucionalidad son el principal enemigo del populismo (al tiempo que su escudo protector en un comienzo, pues como toda rémora necesita de un vehículo).
Su objetivo más crucial es suplantar a la institucionalidad por la persona misma del caudillo, lo cual el populismo logra eventualmente promoviendo el resentimiento de clase del pueblo contra toda suerte de demonios que pueda proporcionársele a éste, victimizándolo moral y materialmente al máximo y volviéndolo por ende dócil a la oferta asistencial en forma duradera, hasta lograr habituarlo a recibir todo por derecho compensatorio retroactivo y a substituir esfuerzo y responsabilidad personales por apoyo y agradecimiento al líder.