―A ver, niñitos, hoy vamos a estudiar a Ezequiel Zamora y la Guerra Federal.
―!Maestra!
―Dígame, González.
―Ese tal Zapata aparece en esta lista que me dio mi papá.
―Zamora, González. Ezequiel Zamora.
―Ah, perdón. Es que en la línea de abajo también sale un tal Emiliano Zapata.
―Ajá, ¿y entonces?
―Mi papá me dijo que apenas usted nombrara a alguno de los que sale en esta lista le dijera que no. Que yo estoy en desacato.
―¿Qué?
―Eso dijo él. Que por nada del mundo escuchara esa clase.
―No invente, González. Eso no pudo habérselo dicho su papá.
―Sí, maestra. Mi papá dice que ese tal Zapata, perdón, Zamora, bueno, los dos, son unos comunistas. Como todos los de la lista.
―¿Y tú sabes qué es eso de “comunista”?
―Claro que sí, maestra. ¡Chávez es comunista! Mi papá lo dice a cada rato.
―Pero, ¿sabes qué significa eso de ser comunista?
―Bueno… Debe ser muy malo, malísimo. Algo así como evangélico, ateo o magallanero.
―¿Eso fue lo que le explicó su papá, González?
―No exactamente… Pero si él dice que es malo, es malo.
―Claro. Pero permítame continuar con la clase. Ese tema lo veremos más adelante. A menos que ustedes, niños, quieran que lo adelantemos. Lo ideal es que lo estudiemos cuando veamos todos los modos de producción: el esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo…
―No, maestra. Esa palabra también aparece en la lista. Si va a hablar de socialismo, o de Zamora, Zapata o cualquiera de éstos, me tengo que salir del salón.
―No insista, González. No está permitido salir al recreo antes de tiempo.
―Mi papá me dijo que le dijera que usted está obligada a acatar mi desacato.
―¿Y tú sabes qué significa eso de desacato?
―La verdad no, pero mi papá dice que él está en desacato. Y yo también.
―Voy a tener que pedirle a su papá que venga a hablar conmigo.
―Yo sabía, maestra. ¡Le dije que si le decía eso me iban a citar al representante!
―No lo tome como un castigo, González. Es bueno que los papás vengan, que hablen con los maestros, que participen en las actividades de la escuela. Que no la vean como una guardería de muchachos.
―Pero es que mi papá nunca tiene tiempo para venir. Tiene mucho trabajo. La que siempre viene es mi mamá. El año pasado hasta vino al acto del Día del Padre. Para que no me sintiera solo.
―¿Y ella también le dice que está en desacato?
―Bueno, sí, pero por no llevarle la contraria a mi papá. Aunque ese día discutieron cuando él me dijo lo del cacerolazo.
―¿Cacerolazo?
―Sí. Mi mamá se puso brava. Le dijo a mi papá que tampoco así, pero él insistió.
―Pero, ¿cuál cacerolazo, González?
―Bueno, el que tengo que hacer aquí con mis compañeros si usted desacata nuestro desacato. Mire, me puso esta paila y esta cuchara en el bulto.
―¡No puede ser! ¡Esos son inventos suyos!
―No, maestra. Se lo juro. Pero, ande, déjeme salir del salón. Yo me porto bien allá afuera.
―Hagamos algo, González, niñitos. Guarden todos sus útiles y adelantemos el recreo para todos. Yo hablaré con la directora. Y con su papá, González.
―Gracias, maestra. Pero no creo que venga. Él dice que está en desacato.
―Pues tendrá que venir.
―¿Y si se niega? ¿Le hago un cacerolazo?
Taquitos
PERROCALENTEROS. Hay rumores que alguien pone a rodar interesadamente, nadie invierte tiempo en desmentirlos y así van royendo silenciosamente, como el gusanito que poco a poco carcome el árbol hasta dejarlo sin sabia, seco y sin vida. Entre los perrocalenteros de Caracas circula uno que pasa de boca en boca, entre ellos y sus numerosísimos clientes, entre bocado y bocado: “El alcalde de Caracas va a eliminar los puestos de perrocalientes porque somos pitiyanquis”. Tras escucharlo por segunda vez, por boca de dos perreros distintos, pregunté a Jorge Rodríguez si algo había de cierto en esa especie. Pues, no. “Absolutamente falso”, me dijo. El alcalde confesó, además, que de vez en cuando, al final de la jornada, hace un alto en un carrito para devorarse su asquerosito. “Me los como con papitas y sin salsa”, dijo riendo. ÁNTRAX. Este mes se cumplen ocho años de los atentados contra las Torres Gemelas y del pánico global, ya olvidado, en torno al ántrax. ¿Recuerdan? Un polvillo blanco que supuestamente era diseminado en sobres postales a lo largo y ancho del planeta, cuyo solo contacto causaba enfermedad y muerte a los seres humanos. Siempre he pensado que aquello era un miedo creado en algún laboratorio psicológico, quién sabe con qué fines, pues de un día para otro ya nadie habló más del tema y la gente volvió a abrir su correspondencia sin temor alguno. Ahora resulta que un caso de enfermedad por supuesto contacto con ántrax acaba de presentarse en Barquisimeto. Una jovencita menor de edad, quien realizó pasantías en la sala de teatro de la UPEL de Barquisimeto, presentó un cuadro convulsivo agudo y en cuatro horas se descompensó al punto de que se detuvieron las funciones de todos sus órganos (síndrome de disfunción multiorgánica). Requirió ser hospitalizada en terapia intensiva en una clínica privada durante una semana. Por razones económicas (se les acabó el seguro) hubo de ser trasladada al hospital Antonio María Pineda, donde permaneció tres semanas más. Después de múltiples exámenes y tratamientos realizados por un equipo multidisciplinario conformado por los médicos de la Unidad de Agudos del hospital, de la Unidad de Epidemiología del Estado Lara y la colaboración de especialistas y microbiólogos de la UCLA, la joven se recuperó. A los familiares se les informó que el cuadro era consecuencia de exposición a ántrax y que los cultivos, tanto en sus secreciones como el área de la pasantía en la UPEL-Barquisimeto, habían resultado positivos. Se supone que el área habrá sido sometida a profunda limpieza para evitar nuevos casos. Persiste la pregunta: ¿cómo llegó el ántrax hasta allí? CITA. “Lo que no es útil para la colmena no es útil para la abeja (Marco Aurelio, 121-180 d.C., emperador y filósofo romano).