Lo que se juega en Venezuela en el referendo del 15 de agosto es mucho más que otro ejercicio electoral para que todo siga igual no importa quien gane. La instauración de la figura del referendo expresa por sí misma el cambio operado en el país suramericano de la corrupta democracia formal y elitista predominante en América Latina hacia un régimen profundamente popular y participativo, que reconoce el derecho de los ciudadanos a revocar a sus gobernantes. Paradójicamente, la oposición -que ofreció la mayor resistencia a incluir esa figura en la Constitución- se empleó a fondo en activarla al verse derrotada en sus intentos golpistas y desestabilizadores. No la animaba la intención suicida de medirse con el chavismo en las urnas, sino el calculo erróneo de que lo haría caer en una trampa insuperable. Suponía que aquel no aceptaría un resultado logrado fraudulentamente con la bendición del imperialismo vía la OEA y el Centro Carter y que así quedaría abierto el camino para armar un gran escándalo mediático internacional por la conducta supuestamente antidemocrática del presidente. Por eso la anonadó su decisión de ir al referendo.
Y es que Chávez ha demostrado reunir excepcionales condiciones de líder revolucionario, entre ellas una poco común visión de estadista y la capacidad de crecerse ante situaciones difíciles depositando una confianza total en las masas. Nadie percibe como él su estado de ánimo y la autoestima y conciencia política que han alcanzado en el duro enfrentamiento de clases que se da en Venezuela.
De modo que el referendo no será una competencia entre partidos políticos del sistema dominante y ni siquiera entre estos y una eventual opción de izquierda de signo incierto. No. Se trata de una batalla política frontal entre la ideología guerrerista y fascista del gobierno de Bush hijo –representado por la oligarquía local y sectores subordinados- y el desbordado torrente popular inserto en el movimiento bolivariano.
En la consulta se decidirán derechos fundamentales no sólo del pueblo venezolano, sino de los de América Latina y el mundo entero. A darse la forma de gobierno que deseen, a usar sus recursos naturales para el desarrollo, a impedir la privatización de las empresas públicas y crear nuevas cuando lo demande el interés social. A optar entre el neoliberalismo o una alternativa auténticamente democrática que provea educación, trabajo, educación, vivienda, seguridad social y salud para todos. A que les sean consultadas decisiones tan graves como el ingreso al ALCA. A hacer una política incluyente que respete y reconozca los derechos de los pueblos indígenas, de los negros, de los mestizos, de las mujeres, de los diferentes. A practicar la solidaridad internacionalista y la amistad entre los pueblos en lugar del individualismo feroz. A reivindicar las mejores raíces nacionales y de la Patria Grande. A poner la integración latinoamericana y caribeña en el centro de las acciones del Estado. A sostener relaciones fraternas con la Cuba revolucionaria. A que sean los seres humanos y no las transnacionales los principales beneficiarios de la política económica. A defender los principios de no intervención, soberanía, paz y cooperación en las relaciones internacionales. A rechazar guerras de conquista como las de Afganistán e Irak. En suma, a que las decisiones de gobierno no se basen en el cálculo costo-beneficio sino en la realización plena de los ciudadanos del país y de la humanidad toda.
Estos derechos y esta perspectiva de vida alternativa a la que ofrecen los dueños del mundo están contenidos en la obra de gobierno de Chávez. Tan es así, que el llamado Plan Consenso, programa de gobierno presentado por la oposición estipula precisamente todo lo contrario. Qué otra cosa podía esperarse de algo financiado por el National Endowment for Democracy, organización de fachada de la CIA.
El presidente sabe que cuenta con un creciente apoyo popular a tenor de la pujante obra social en marcha y de la recuperación de la economía pese al hostigamiento y al sabotaje opositor. Sectores de capas medias arrastrados anteriormente por la oligarquía, hoy se le suman o cuando menos desisten de su postura anterior. Pero hace muy bien en no cantar victoria antes de tiempo porque puede ser desmovilizador. Al contrario, ha llamado a los activistas y a todos sus seguidores a no descansar un instante hasta ganar esta batalla. Como él augura, por nocaut.
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