En Venezuela, una bandera política importante de la oposición es el reclamo por el aumento de la inseguridad ciudadana. Curiosamente he leído, visto y oído, tanto a través de los medios masivos de comunicación como por boca de la propia gente, este mismo reclamo en muchos otros lugares del continente. Por ejemplo en Buenos Aires, Montevideo, Ciudad de México, San Pablo y hasta en Santiago de Chile (considerada paradójicamente por sus propios habitantes como una ciudad “segura”). ¿Qué sucede entonces con este tema? Pareciera ser que no se trata de un problema local, sino que estamos ante un fenómeno que se repite sistemáticamente en las grandes ciudades (en principio en las de nuestra periferia). Para poder analizarlo y realizar algunas reflexiones, será conveniente entonces considerarlo como un problema general de nuestra sociedad y mirar más allá de las circunstancias locales específicas.
A partir de allí, intento definir algunas variables comunes a las ciudades actuales, para poder encarar el fenómeno en forma global.
1. Crecimiento poblacional: Lo primero a tener en cuenta es el fenómeno del crecimiento exponencial del número de habitantes en las urbes contemporáneas. Este fenómeno comenzó en la Europa del siglo XIX acompañando a la Revolución Industrial, continuó en forma progresiva en todo el mundo durante el siglo XX y nos acompaña explosivamente en el presente. A fines de los años 60 del siglo pasado, el historiador Arnold Toynbee -cuya visión histórica ha sido en muchos casos profética- encaró el problema del crecimiento urbano de la sociedad occidental, que ya en ese entonces se perfilaba como global, y escribió: “El interrogante que se plantea no es si Ecumenópolis [la gran ciudad que cubrirá el planeta] va a surgir a la vida; es si su creadora, la humanidad, va a ser su amo o su víctima”.1 Todas las cifras disponibles, para prácticamente todas las grandes ciudades del mundo indican desproporcionados crecimientos en el número de sus habitantes. En algunos casos el crecimiento coincide con una cierta expansión del área urbana, que nunca llega a ser proporcional, pero en muchos otros las propias características geográficas particulares lo impiden, propiciando la aparición de ciudades-satélites o ciudades-dormitorio. El mayor aumento de población en las ciudades lo constituye la migración campo-ciudad, que convierte a los campesinos pobres ya sin tierra, en habitantes de los cinturones periféricos de miseria de los grandes conglomerados urbanos. El año pasado, un anuncio muy importante de la UNESCO al respecto, reseñado por los medios masivos, pasó completamente desapercibido. A partir de esa fecha, por primera vez en la historia de la humanidad, viven más personas en las ciudades que fuera de ellas.
2. Densidad poblacional: Acompaña al fenómeno del crecimiento numérico el aumento en la densidad poblacional. Más y más personas por metro cuadrado, ante la imposibilidad de incrementar las áreas habitables al mismo ritmo que el crecimiento de habitantes, provocan un progresivo hacinamiento en las metrópolis (sobre todo en las zonas más pobres).
3. Crisis de servicios: El crecimiento expansivo coloca a los Estados Nacionales en una constante lucha para suministrar los servicios básicos en las ciudades. Esta es una pelea, sobre todo en los países periféricos, que los estados van perdiendo sistemáticamente. El crecimiento poblacional es siempre mayor que la capacidad de las naciones para proporcionar servicios. Un caso particular es el del transporte. El flujo de personas en las grandes urbes genera un déficit constante en la capacidad de transporte urbano. El caso de Japón es significativo. El esfuerzo del estado japonés para mantener un eficiente servicio de transporte público (sobre todo la red ferroviaria) ha venido significando un costo tan alto, que constituye una de las variables más claramente reflejadas cuantitativamente en la crisis económica que están viviendo. No hablemos de los problemas de transporte en ciudades como Los Ángeles, Ciudad de México o Caracas, donde los congestionamientos del tráfico automotor a toda hora son una maldición cotidiana en la vida de sus habitantes, que agrega todos los días horas extra y tensión a la jornada laboral.
4. Producción de marginalidad y exclusión: El sistema económico capitalista, y sobre todo el neocapitalismo corporativo que tuvo su época dorada en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado, se ha caracterizado por el creciente alejamiento entre los niveles de vida de sus clases sociales y la producción de pobreza y exclusión en forma sistemática y creciente, no sólo en la periferia, sino también en los propios países centrales. Cuando hace unos años, los marginales incendiaron París (marginales que eran ciudadanos franceses con un color de piel diferente, hijos de las culturas oriundas de las excolonias), Francia descubrió con asombro que su Ciudad Luz no estaba libre de la marginalidad y de la exclusión. El sistema general y la propia ciudad las producen constantemente, alimentando en forma permanente los inmensos cinturones de miseria.
5. Hostilidad creciente del entorno: Otras variables generales y locales producen en las megalópolis un acelerado deterioro en la calidad de vida. Y en este caso no estamos hablando de calidad de vida solamente como un fenómeno determinado por el lugar de vivienda, las posesiones materiales o la capacidad de acceso a los servicios de los habitantes. La creciente contaminación atmosférica, la acumulación de desechos (una ciudad como Caracas produce diariamente entre 8.000 y 10.000 toneladas de basura), el smog, la contaminación de las aguas blancas, la lluvia ácida, son algunos de los múltiples factores ambientales de las ciudades que generan este deterioro relacionado con la progresiva hostilidad física del propio entorno urbano.
6. Aceleración del ritmo de vida: Las demandas generadas por el tipo de vida que se ha ido institucionalizando en las urbes, provocan una constante aceleración del ritmo cotidiano. El propio tiempo subjetivo se vuelve apremiante para el habitante de la gran ciudad. El nivel de tensión emocional cotidiana aumenta y provoca una ansiedad generalizada (stress) en las grandes poblaciones
7. Delincuencia organizada y Narcotráfico: En la medida que las ciudades crecen, crece también el nivel de la delincuencia. Sumado a la creciente marginalización de grandes masas de población, el índice del incremento de la delincuencia, incluyendo a la organizada, es mayor aún que el del propio crecimiento urbano. En las últimas décadas ha venido a agregarse un nuevo factor muy determinante, el narcotráfico. La “industria” de producción y distribución de drogas está hoy considerada como una de las que genera más ingresos a nivel planetario. Ingresos en su mayoría fuera de la legalidad, aunque el consumo de drogas legales sea una parte importante del mismo problema. El poder y el dinero que esta “industria” maneja, genera cambios sociales importantes. En las grandes zonas marginales de nuestras ciudades, el narcotráfico opera grandes capitales en efectivo, produce masivamente empleos de supervivencia para la distribución de su mercancía, organiza la vida cotidiana de los barrios, favelas, villas miseria, cantegriles y demás zonas de exclusión de nuestras urbes y se sitúa como un factor de poder que supera incluso el propio poder de los estados. Hace poco tiempo, en las favelas de Río de Janeiro, una banda de narcotraficantes derribó con misiles un helicóptero de la Policía Militar. En esas zonas, el narcotráfico organiza convoyes militares y contrata mercenarios angoleños.2 El consumo de los productos de esta “industria” provoca alteraciones en las conductas personales. El consumo masivo (sobre todo los grandes incrementos en los sectores más jóvenes de la sociedad) produce que esos cambios conductuales individuales se conviertan en variables sociales (la conducta por ejemplo, de un asaltante drogado con alcohol, cocaína o crack, es muy diferente a la de un asaltante profesional, sobre todo en el terreno del cálculo de consecuencias de sus acciones).
8. Crisis económica: Para las mayorías marginales de las ciudades, la crisis económica es una constante dentro del sistema de producción capitalista. Si ahora le agregamos la crisis económica general del sistema que estamos viviendo, que se proyecta y se hace sentir a más corto o largo plazo y en mayor o menor intensidad, sobre cada habitante del planeta, tenemos otro factor común que afecta a todos sus habitantes urbanos.
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Éstas y otras variables generales operan así en todas nuestras grandes ciudades, a las que se agregan variables locales específicas. Su interrelación e interacción generan un cóctel explosivo que se trasluce sobre todo en un síntoma determinante: el incremento de la violencia urbana.
Allí parece estar el quid del problema. Nuestras ciudades están sufriendo un constante incremento en el nivel de violencia cotidiana. Esto que es muy fácil de percibir, no es tan fácil de probar cuantitativamente. Las cifras que más o menos podrían reflejar este fenómeno están generalmente demasiado contaminadas por la defensa de los intereses de quienes las anuncian o quienes se les oponen. En Venezuela por ejemplo, la oposición desestima todas las cifras oficiales respecto a hechos de violencia, y presenta otras muy diferentes (aunque generalmente no citan fuentes confiables). Cuando llegan a obtenerse algunas cifras en la que hay acuerdo por todas las partes, ellas pueden ser escalofriantes. Como un ejemplo, citemos que en el año 2006, en Miami, condado Dade (un muy controlado y vigilado sector urbano de un país central) el porcentaje de asesinatos resueltos sobre los asesinatos registrados ¡era apenas del 25%! 3.
El problema entonces parece ser estructural, más que coyuntural. Está intrínsecamente relacionado con la forma de vida urbana de la sociedad occidental, con el modo de producir, vivir y ver el mundo propuesto por el status quo (o el establishment si se prefiere). Las propias características generales de nuestra propuesta civilizatoria actual parecen estar produciendo como remanente inevitable, un incremento constante de la violencia en los centros urbanos.
Cabría agregar además que el fenómeno de la globalización parece traer como consecuencia el aceleramiento de la estandarización y generalización de estas variables a todas las urbes del planeta. Ciudades no tan grandes ni tan pobladas como Montevideo, sufren los mismos síntomas de violencia que las grandes metrópolis. Los medios de comunicación masivos y el Internet difunden las modalidades de violencia con gran rapidez (los secuestros express por ej.). Aún en una ciudad tan mencionada como “modelo a seguir” como Estocolmo, vivimos la tragedia cercana de la hija de un amigo que fue secuestrada, violada y lastimada, de la misma manera que hubiera podido suceder en cualquiera de nuestras “subdesarrolladas” ciudades.
¿Y la Inseguridad?
El concepto de “inseguridad” manejado constantemente por los medios de comunicación masivos, refleja de alguna manera ese incremento de la violencia que analizamos. Sin embargo, si hilamos más fino vemos que este concepto de “inseguridad” se parece más a una “matriz de opinión” de connotaciones socio-políticas, que a un término descriptivo de un grave fenómeno social. Varias características nos lo pueden mostrar.
1. No abarca completamente el fenómeno de la violencia urbana. Parece referirse fundamentalmente a aquellos delitos que constituyen ataques a la propiedad privada.
2. Es usado sobre todo por los medios de comunicación y por las clases medias o medias-altas. Las clases altas en general no hablan ni se quejan de inseguridad, ya que viven en zonas altamente protegidas y se mueven en circuitos urbanos exclusivos, es decir que disponen del poder y los medios para obviar esa violencia urbana cotidiana. Cuando ella las llega a afectar, siempre es producto de alguna forma de delincuencia sofisticada, tan de elite como esa clase a la cual ataca. Las clases bajas, los marginales y excluidos, en general tampoco se quejan por la inseguridad, viven cotidianamente en sus comunidades la mayor violencia urbana y sobreviven a ella o perecen, y sus referencias están siempre orientadas hacia esa sobrevivencia.
3. Este concepto se usa sobre todo como ataque a gestión de gobiernos. Se considera que es la incapacidad, o la corrupción, o la indefinición de un gobierno, quien no resuelve el problema de la inseguridad. Esto es bien curioso, ya que cuando se habla de esa “inseguridad”, nunca se contemplan las variables generales que enumeramos anteriormente. Siempre se hace referencia al problema como estrictamente local, de orden meramente político-administrativo.
Las alternativas a la violencia urbana
¿Cómo puede enfrentarse esta situación?
Los medios de comunicación masivos y los estratos medios y medios altos claman siempre a los gobiernos por el aumento de las medidas represivas. Más policía, más armas, más patrullas, más vigilancia, más tecnología de punta. “Tolerancia cero” y “mano dura” son políticas propuestas recurrentemente para “resolver” el problema de la violencia.
Sin embargo, si lo vemos en detalle, el incremento de la violencia del Estado para combatir la violencia social, no parece ser realmente una solución efectiva al problema. Sin entrar a considerar los términos éticos de la situación, suceden cosas concretas como las siguientes:
* En sistemas sociales cerrados como las urbes, todo factor que contribuya al aumento de la violencia, genera el incremento y la aceleración de un sistema en espiral. El Mahatma Gandhi decía: “Ojo por ojo, nos deja a todos ciegos”. Cuando el estado aporta más violencia, crece únicamente el número de muertos y heridos, pero el problema no se soluciona. Como vimos, este asunto tiene causas estructurales. Cualesquiera medidas coyunturales de este tipo, serán sólo una forma de “correr la arruga” o poner “paños tibios” a un problema grave que afecta la vida cotidiana de todos.
* ¿Qué sucede en aquellos lugares dónde se aplican exclusivamente las políticas represivas para combatir la violencia urbana? El resultado real es que la violencia no desaparece, sino que se desplaza geográficamente. Disminuye en las áreas más vigiladas y atendidas, pero se incrementa en aquellas que no tienen ese tipo de atención (que casualmente, en todos los casos, son las zonas más pobres y excluidas de las ciudades): Podemos ilustrar esto con abundantes ejemplos: Cuando algunos amigos me explican por ejemplo, que Nueva York es una ciudad mucho más segura que las nuestras, generalmente quedan sin respuesta cuando pregunto si han caminado después de las seis de la tarde por zonas como Harlem o el Bronx, o si sus desplazamientos habituales se hacen solamente en las zonas céntricas. Si se quiere apreciar como suceden las cosas en Los Ángeles, véase una película que tuvo notoriedad hace unos años, “Crash”, que mostraba en forma muy documental como la violencia es una constante cotidiana en esa ciudad y afecta a todos sus estratos sociales. En general, las grandes ciudades norteamericanas tienen cuerpos policiales numerosos, entrenados y muy bien equipados con la mejor tecnología, y sin embargo basta ver cualquiera de las numerosas series policiales de la televisión que producen, para percibir los niveles y el tipo de violencia que viven. Son varios los guionistas de estas series que han confesado que sus historias parten más de las referencias policiales reales, que de su imaginación. Y si nos referimos a nuestra periferia, las cifras oficiales hablan (para una ciudad de población estimada en el orden de los ocho millones de habitantes como Río de Janeiro) de 50 asesinatos diarios, localizados en su gran mayoría en las zonas marginales (favelas). Río es una ciudad que cuenta con un gran despliegue de fuerzas policiales, entrenadas en un criterio de “dureza” que viene desde los años de dictadura, y mantiene sin embargo este nivel de violencia, sobre todo en sus áreas más pobres. En México tenemos otro ejemplo. El incremento de la represión policial, que ha llegado a incluir a las Fuerzas Armadas en esa labor, no sólo no ha frenado la violencia urbana, sino que ha sido un factor que ha echado leña al fuego para empeorar la situación de prácticamente guerra interna que están viviendo.
En general podemos señalar que el uso de políticas represivas para combatir la violencia urbana, puede dejar superficialmente conformes a quienes las solicitan, pero no hace más que “despejar” algunas zonas urbanas e incrementar la violencia en otras.
Con esto no queremos decir que estamos en contra de desarrollar cuerpos policiales eficientes y adecuados a las necesidades de cada ciudad. Esto es de sentido común, la tarea policial parece ser necesaria para mantener algún tipo de control en toda gran aglomeración humana Lo que sí es claro es que estas medidas no atacan ni resuelven el problema de la violencia urbana, porque no afectan las causas estructurales de la misma, aunque sirvan políticamente para aplacar los reclamos de los medios masivos de comunicación y los sectores medios.
Parece claro que las soluciones al problema son de otro orden. Deben ir más allá de ser meras políticas administrativas. Implican la generación de mecanismos de cambio social, que sean capaces de alterar esas variables que vimos al principio. Y por supuesto estas soluciones -que exigen cambios sociales y culturales de fondo- sólo pueden desarrollarse en el mediano y largo plazo, a partir de políticas y medidas sistemáticas y consecuentes, mantenidas en el tiempo y con la participación de toda la sociedad. No existen soluciones mágicas instantáneas a un fenómeno que es consecuencia de los propios patrones de nuestra cultura y de sus modos de vida.
El gobierno venezolano parece haber entendido el problema, y realiza esfuerzos, tanto con la promoción de la recién aprobada y constituida Policía Nacional (concebida como un proyecto más allá de lo represivo) como con la creación de mecanismos sociales que vinculen y permitan el protagonismo de las comunidades en la tarea de enfrentar la violencia urbana. A esto se le suma su intención general de proporcionar, sobre todo a los habitantes de las zonas marginales, mejoras en los servicios públicos y sociales así como mayor oportunidad de ingresos, medidas todas que tienden a alterar esas variables generadoras de la violencia urbana que vimos al principio.
No es una tarea fácil. Enfrentar el factor de la violencia urbana está directamente relacionado con la creación de una sociedad mejor y más sana, una tarea en la cual muchos estamos empeñados, con la conciencia de que se trata de una batalla dura, difícil y de soluciones a largo plazo.
Tenemos que luchar contra muchos años de locura institucionalizada y creciente, pero cada vez somos más los que ya, no sólo resistimos, sino que estamos pasando a la ofensiva en la defensa de la humanidad y la vida.
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