Todos los intentos del gobierno de Bush II por derrocar a Hugo Chávez han resultado infructuosos. Al extremo que aquel se ha visto obligado a aceptar la contienda en el referendo del 15 de agosto próximo, un terreno -la lucha política por las masas- en que la superioridad de Chávez es incuestionable. La consulta en torno a la gestión del presidente venezolano se convierte así, en el duelo más importante -de varios ocurridos hasta la fecha-, entre el movimiento de masas bolivariano (que votará por el no), y el imperialismo yanqui, representado por la contrarrevolución oligárquica y sus adherentes (que votarán por el sí). Los datos disponibles auguran una victoria del no, que significaría una de las más grandes derrotas políticas sufridas en las últimas décadas por el gobierno de Estados Unidos.
Y es que lo que está en marcha en la patria de Simón Bolívar es una gran revolución popular antimperialista, que la ha renovado como escenario decisivo de la lucha de los pueblos latinoamericanos, ahora por su segunda independencia. Esta exige en primer término la reversión de las políticas neoliberales decretadas por el Consenso de Washington, un objetivo en el que Venezuela ha avanzado como ninguna otra nación del continente. Ello explica la obsesión de la Casa Blanca por quitar del medio al presidente constitucional de Venezuela, que la ha llevado a recurrir a una panoplia de medidas desestabilizadoras similares a las que utilizó en el pasado contra otros gobiernos auténticamente democráticos en Irán, Guatemala, República Dominicana y Chile, entre otros. Como telón de fondo, una guerra mediática colosal dentro y fuera del país contra el gobierno venezolano y la dirección política y financiamiento desde Estados Unidos de las actividades subversivas de la oligarquía local y la infantería clasemediera a su servicio.
Lo interesante es por qué Washington no ha podido con Chávez pese a haber desplegado contra él su enorme aparato desestabilizador. La respuesta en sencilla y compleja a la vez en la medida en que el éxito del líder venezolano radica en el apoyo militante de los olvidados de siempre, que hoy se sienten parte del gobierno, en contraste con lo que ocurre casi generalmente en América Latina, donde existe un abismo cada vez más insondable entre gobernantes y gobernados. La fulminante rebelión de la mayoría preterida de Venezuela, apoyada por los militares patriotas, que derrotó el golpe fascista en 2002 después que este había recibido el respaldo público de Bush, Aznar y gobiernos como el chileno se inscribió como un fenómeno nuevo en la historia política mundial. Demostró las insospechadas posibilidades de resistencia de los pueblos contra los designios de los dueños del mundo en la época de la globalización neoliberal unipolar.
Pero todavía el movimiento bolivariano debió enfrentar el paro de los gerentes proyanquis, que paralizó por dos meses a la industria petrolera y asestó un criminal golpe a la economía nacional. Sin embargo, la derrota del paro hizo que las masas retomaran la iniciativa estratégica y permitió a Caracas arrebatar a los gerentes el control de la estratégica industria y apoyarse en sus astronómicos ingresos para ampliar exponencialmente los planes sociales (misiones) de la revolución bolivariana. La Misión Robinson, que se extiende a los más recónditos parajes, permitirá en breve terminar con el analfabetismo. La Misión Barrio Adentro ha llevado más de diez mil médicos y programas de salud a donde nunca hubo ninguno. La Misión Mercal ha propiciado que los sectores más desfavorecidos puedan adquirir los productos de la canasta básica a precios subvencionados. La Misión Vuelvan Caras ha logrado insertar en la vida productiva a muchos jóvenes desempleados. Se han edificado o restaurado miles de escuelas, donde se ofrece a los niños dos comidas diariamente. El gobierno bolivariano ha construido y reparado más viviendas y realizado más obras de infraestructura que ninguno de los anteriores. Ha entregado, además, miles de microcréditos a humildes agricultores y pequeños empresarios. Es la negación, en síntesis, de las inhumanas prácticas neoliberales. Compárese este panorama social con el de la mayoría de nuestros países y, en particular, con el de otras naciones petroleras cuyas poblaciones no han recibido ningún beneficio pese al alza de los precios del crudo y se entenderá por qué Chávez se queda después del 15 de agosto
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