Escribo estas líneas desde la ciudad de Pau, en el sudoeste de Francia, donde se desarrolla el Festival de América Latina. Es una actividad que viene realizándose en esta localidad francesa cada año, desde 1992, y esta vez su programación incluye, además de una muestra de cine, pintura, teatro y música latinoamericanas, un coloquio internacional universitario llamado “El bolivarianismo: de El Libertador a Hugo Chávez”, en el marco del cual fui invitado por sus organizadores para presentar mi libro Abril, golpe adentro.
El festival contempla muy variadas actividades relativas a América Latina en 18 ciudades de Francia, Por ejemplo, varios conciertos de la venezolana Prisca Dávila –hermosa voz sólo comparable con su virtuosa ejecución del piano-, la exhibición del film Oriana, de la también venezolana Fina Torres, y conferencias de Sergio Loayza, vicepresidente del MAS boliviano, acerca de las transformaciones revolucionarias en su país; la intelectual argentina Isabel Rauber sobre los movimientos sociales en América Latina; Juvenal Arrieta, representante de los pueblos indígenas de Colombia, sobre la realidad de la hermana república; y del invitado de honor, Carlos Humberto Reyes, sindicalista y dirigente de la resistencia de Honduras, acerca de la realidad hondureña tras el golpe contra el presidente Manuel Zelaya.
El coloquio, organizado en las instalaciones de la Universidad de Pau, contará con la participación de Ignacio Ramonet, editor de Le Monde Diplomatique, Alain Rouquié, presidente de la Casa de América Latina y ex embajador de Francia en Brasil; Laurent Tranier, Antonio Scocozza, Paul Estrade, Ana Armenta Lamant, Michel Tollis, Diana Roby, Natacha Vaisset, María F. González, Christian Manso, Janettte Habel, Thomas Posado, Sergio Cáceres, Jean Ortiz, Guy Mazet, Hortense Flores y Maurice Lemoine, además de los embajadores de Venezuela, Jesús Arnaldo Pérez, de Bolivia, Luzmila Carpio, y de Cuba, Orlando Requeijo. Desde Caracas atendimos la invitación Roberto Hernández Montoya, Faustino Torella, Andrés Bansart, Héctor Constant y quien esto escribe. El programa cierra con un espectáculo artístico musical en homenaje a Mario Bendetti.
París bien vale una tumba
Camino a Pau, tuve la ocasión de conocer (mínimamente) esa ciudad deslumbrante –y súper costosa, sobre todo si no se hacen a tiempo los engorrosos trámites de Cadivi- que siempre ha sido París.
Además de sitios impelables como la torre Eiffel y el Arco del Triunfo (para entre otras cosas leer inscrito el apellido de Miranda), me empeñé en conocer el cementerio de Pere-Lachaise, no por un ánimo necrofílico, sino porque allí, según descubrí en Internet, está el Muro de los Comuneros, dedicado a los mártires de la Comuna de París.
Casualmente en marzo se cumplen 139 años de la Comuna, un ensayo de gobierno popular que, pese a sus relativamente tímidas reformas, terminó siendo sofocado a sangre y fuego por la burguesía francesa, que además de exterminar a los comuneros levantó una iglesia, la del Sagrado Corazón, para pedirle perdón a Dios, no por el crimen del exterminio, sino por la osadía cometida por los exterminados al atreverse a levantar un gobierno popular y revolucionario. El templo es ahora sitio de peregrinación turística, así como el cementerio, entre cuyas tumbas –que son panteones de hasta dos siglos de antigüedad al estilo de la más tétrica película de terror, en el cual se inspiró nuestro caraqueño Cementerio General del Sur- suelen pulular rockeros de todas partes del mundo que van a tomarse fotos ante la lápida de Jim Morrison. Mucho más solitarias que la del músico norteamericano son las moradas de Moliére, Edith Piaff, Balzac y Leander Miranda -el hijo de Sebastián Francisco-, entre otras celebridades que allí reposan.
El Muro de los Comuneros está en un área del camposanto cuyo mantenimiento fue asumido por el Partido Comunista Francés. En realidad, se trata del mismo muro que separa al cementerio de una urbanización aledaña, pegado al cual un edificio muestra sus balcones colgados casi sobre los panteones, con una vista no apta para traumatizados por El exorcista. En el área dedicada a los mártires de la Comuna hay una placa de un par de metros de ancho con una breve inscripción en francés, alrededor de la cual se aprecian algunos pequeños ramos de flores ya secas. Un anónimo comunista italiano, en muy personal homenaje, le pegó con teipe una tarjeta telefónica sobre la cual escribió un mensaje en su idioma dedicado a los mártires franceses. La sencillez del monumento contrasta con las tumbas de algunos dirigentes del Partido Comunista Francés, de mármol negro y letras doradas, que son mantenidas relucientes a pesar de las décadas que Marais y otros llevan allí enterrados.
Odio de clase
Cuentan los historiadores, entre ellos Marx, que el odio de la burguesía hacia la Comuna fue desproporcionado en relación con las transformaciones que aquel gobierno revolucionario efectivamente llevó adelante. Su heterogeneidad ideológica, y el temor a que los acusasen de apropiación indebida, hizo que los comuneros, por ejemplo, no tocaran el dinero depositado en las bóvedas del Banco Central para comprar armas y defender París, lo cual permitió a las fuerzas de Versalles utilizarlo para la reconquista de la ciudad. Su reacción, movida por el odio de clase hacia los insubordinados ante el orden social, se tradujo en una implacable carnicería, verdadera inquisición anticomunal, a la que siguieron cinco años de ley marcial.
Algo parecido a lo que en Venezuela habría ocurrido en 2002 si hubiese triunfado el golpe de abril. Por fortuna, en este caso la cosa duró sólo 47 horas.
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