La orden de matar al Che llegó desde Washington. Mantenerlo vivo y hacerle un juicio era un suicidio político. La CIA, el pentágono, los gobiernos de derecha de todo el continente, sus ejércitos, los terratenientes y los obispos sabían que si llevaban al Che a un tribunal serían ellos los que terminarían acusados. Por eso decidieron matarlo utilizando para ello a un pobre sargento boliviano que tuvo que emborracharse para poder cumplir la orden. Pero se equivocaron los que dieron la orden de asesinar y los que descansaron cuando sonó el criminal tiro de gracia contra el herido prisionero de guerra. El estruendo del disparo estremeció la conciencia de la humanidad y el Che Guevara hizo tránsito a la historia. Se convirtió en mito, símbolo, icono, en referente, en ejemplo.
Durante estos cuarenta años han querido destruir y opacar su imagen. Mostrarlo como un aventurero irracional sin ninguna preparación académica ni intelectual. También como un extremista, insensible y brutal. Nada de ello es cierto y las campañas difamatorias se estrellan contra la conciencia de la gente. El Che es cada día más inmenso y es símbolo universal de la rebeldía juvenil, de las utopías y los sueños.
Su figura aún provoca temor en la derecha y los poderosos.
Un joven estudiante bogotano acaba de pasar cuatro meses en la cárcel tras ser detenido por el Ejército en el aeropuerto de Villavicencio. Uno de los cargos más fuertes que figuran en el expediente era la posesión de tres libros del Che Guevara que había comprado en una reconocida librería. En Popayán los paramilitares obligaron a cerrar un puesto de libros dela Feria regional porque estaban exponiendo los libros del Che y en Cúcuta la presencia en la feria local de Ediciones izquierda Viva con una abundante literatura del Che, causó una extraña curiosidad y morbo de la prensa. En la feria Internacional del Libro de Bogotá y en las regionales donde Ediciones izquierda Viva participa con sus libros, llega siempre la mirada inquisidora de los sabuesos de la “inteligencia.” Y siempre las miradas más suspicaces las dirigen hacia los libros del Che.
El temor al Che no es por su viejo llamado a crear, uno, dos, tres Vietnam. Ni por su imagen de guerrillero. Tienen miedo de su transparencia y honestidad en un mundo lleno de ladrones y corruptos. Tienen miedo de su capacidad de entrega desinteresada en un mundo lleno de falsos mesías, de protagonismos rebuscados y caudillismos. La ideología y la propaganda neoliberal que rinde culto al individualismo y la competencia desleal tienen temor del Che solidario, tierno y antiimperialista.
Pero los pueblos de America latina que viven procesos transformadores sienten que el Che está más vivo que nunca. Que allá en El Yuro el Che perdió una batalla, fue preso y ajusticiado. Pero que cuarenta años después está ganando la guerra.
El sargento que debió emborrachase para cumplir la orden de fusilar al Che, perdió la vista. Quedó ciego.. Cuarenta años después médicos cubanos, herederos del humanismo solidario del Che, le operaron gratuitamente los ojos y le devolvieron la vista.. Y el tipo quedó loco. Al mirar las calles después de tantos años de oscuridad se encontró con que el hombre que él había fusilado estaba por todas partes, mirándolo a él con sus profundos ojos desde los afiches, las camisetas de los jóvenes y los viejos. En las librerías, los periódicos, los buses, los taxis. En todas partes.
Entonces comprendió que los que estaban muertos eran otros y que el Che está más vivo que nunca.