Traducción de Alma Allende
25-03-2011
Gabriele del Grande, nacido en 1982, se licenció en Estudios Orientales en la Universidad de Bolonia. Escribe en L'Unitá y Peacereporter,
pero en realidad se dedica desde hace años a contar, como periodista
atento, comprometido y riguroso, la historia de la verdadera “clase
universal” del siglo XXI: los emigrantes. En 2006 fundó el observatorio
de las víctimas de la emigración Fortress Europe,
donde registra nombres y cifras del “genocidio estructural” derivado de
las políticas migratorias europeas. Es autor de dos libros
fundamentales sobre el tema: Mamadou va a morir, del que hay traducción española (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2008) e Il mare di mezzo,
cuyos capítulos sobre Túnez y Libia son de obligada lectura para el que
quiera abordar la situación actual en los dos países. Desde hace dos
meses viene cubriendo sobre el terreno -desde Túnez, Egipto y ahora
Libia- los acontecimientos del mundo árabe. Desde hace veinte días se
encuentra en Bengasi y desde allí ha respondido a nuestras preguntas.
Ahora
que se ha decidido la intervención de la ONU y que las bombas “aliadas”
caen sobre Libia, numerosas voces anti-imperialistas tratan de
demostrar que la revuelta libia fue desde el principio un montaje de las
potencias occidentales. ¿Qué piensas al respecto? ¿Ha habido un diseño
exterior o han sido levantamientos populares espontáneos como en Túnez y
Egipto?
No estoy en absoluto de acuerdo con los que
denuncian un complot. En Libia, como en Túnez, Egipto, Yemen y ahora
también en Siria, las revueltas han sido espontáneas y populares y no el
resultado de complots estadounidenses, sino más bien la respuesta más
natural que podíamos esperar tras décadas de dictaduras apoyadas por las
grandes potencias en nombre de la estabilidad y de los buenos negocios.
Asombra que ciertas teorías conspiratorias procedan del campo de la
izquierda. Pero eso ocurre también quizás porque estas revoluciones
trascienden y superan las categorías de la izquierda. Es interesante
analizar esta paradoja. En las calles de El Cairo, como en Túnez y en
Bengasi, están sobre todo los pobres. Pero los pobres no piden salarios,
no gritan contra los patrones, no se identifican como clase obrera. O
por lo menos no todavía. Antes que nada reclaman libertad y antes que
nada se identifican como ciudadanos. Y uno de los instrumentos
principales que les permite organizarse es un objeto de consumo. Tal vez
el símbolo más fútil de los bienes de consumo: el ordenador con el que
conectarse a la red, y los vídeoteléfonos para grabar lo que sucede en
la calle. Hay, en fin, un elemento generacional. Se trata de países muy
jóvenes, al contrario que Italia o España, cuyos ciudadanos medios han
crecido durante la Guerra Fría. Aquí la mayor parte de la población
tiene menos de 25 años y empuja por el cambio. Un cambio que en la
orilla norte (del Mediterráneo) no sabemos comprender, también a causa
de un prejuicio racista y colonial del que no logramos liberarnos.
Europa se considera la única posible depositaria de democracia. Como si
fuese un concepto que puede pertenecer sólo a algunos y no a todos. Y
considera imposible que un país musulmán pueda aspirar a la libertad en
lugar de el oscurantismo religioso. Esta es la razón por la que
prosperan las tesis conspiratorias. No aceptar la idea de que a
“nuestra” decadencia corresponda “su” resurgimiento.
¿Por qué
crees que los EEUU, la UE e incluso Italia, con intereses tan fuertes
en Libia, se han decidido por una intervención “humanitaria” contra un
amigo y aliado?
Creo fundamentalmente que por un error de
cálculo. Me explico. En un primer momento parecía que el régimen de
Gadafi iba a implosionar sobre sí mismo en el curso de pocos días. Así
sucedió en Túnez y en Egipto. Y en esos días las potencias mundiales se
precipitaron a condenar la dictadura libia y a mandar señales de
apertura a los rebeldes con el fin de garantizar la continuidad de los
contratos petroleros y de las concesiones millonarias que Libia ofrece y
ofrecerá en los próximos años. Después se demostró que Gadafi era un
hueso más duro de roer de lo previsto y ganó terreno gracias a la
parsimonia de la ONU y a la entrada en Libia de mercenarios
profesionales de la guerra, llegados de otros países africanos, y
utilizados en campañas ofensivas contra las ciudades de los rebeldes.
Llegados a este punto, las potencias internacionales tuvieron que tomar
una decisión para proteger sus intereses en Libia. O apostar por los
rebeldes y preparar las armas; o volver sobre los propios pasos con el
riesgo muy alto de que un personaje como Gadafi, resentido por la
afrenta, cancelase los contratos con las compañías occidentales, con
arreglo a su conocida gestión personal y lunática del sistema Libia.
¿Quiénes forman parte del Consejo Nacional Libio? ¿Son agentes del imperialismo, bravos revolucionarios, una mezcla de todo?
Se
trata de personajes de extracción muy variada. Sobre todo abogados,
jueces, hombres de negocios y alguna que otra cara lavada del régimen
que ha abandonado a tiempo a Gadafi y que no tienen las manos sucias de
sangre. Algunos han vuelto a Libia tras años de exilio en el exterior,
sobre todo de los EEUU. De sus declaraciones se deduce que ambicionan
una Libia unida, con capital en Trípoli, regida por un sistema
constitucional, parlamentario y de partidos, que respete los viejos
contratos petroleros y que reconozca la libertad de expresión,
asociación, empresa y pensamiento. El trabajo que tienen por delante es
larguísimo, porque desde hace 42 años la sociedad civil en Libia ha sido
aniquilada. No existen asociaciones. No existen sindicatos. No existen
partidos políticos. No existen instituciones. Existe únicamente la red
de Comités Populares de Gadafi, sus fuerzas especiales de seguridad, un
ejército que no cuenta para nada y la mano larga del gran jefe que
decide todo según su humor.
¿Hay una izquierda más o menos organizada en Bengasi? ¿Qué papel han jugado los jóvenes?
La
izquierda no existe y si existe no es visible. Repito que no hay ni ha
habido partidos en los últimos cuarenta años. Se ha reprimido toda forma
de disidencia. La única fuerza de oposición interna en las últimas
décadas ha sido la del islam político. Reprimido durísimamente durante
la dictadura. Basta pensar en los 1.200 islamistas fusilados en una sola
noche en la cárcel de Abu Slim en Trípoli en 1996. También la
revolución del 17 de febrero estalló a partir de la chispa de una
protesta suya, cuando el 15 de febrero los familiares de las víctimas
salieron a la calle para exigir justicia. Por lo demás, se trata de un
movimiento espontáneo, formado sobre todo por jóvenes, incluso ingenuo
si quieres, pero en el sentido positivo del término. En el sentido de
que hay toda una generación que sin hacerse demasiados sofismas ha
decidido que vale la pena luchar por la libertad y ha resuelto poner fin
al régimen de Gadafi, incluso al precio de la propia vida.
¿Cuál
era la situación social y económica en la Cirenaica antes de las
revueltas? ¿Libia no es un país rico? Entonces, ¿por qué protesta?
Esta
es otra cosa interesante. A diferencia de Túnez y Egipto, Libia es un
país rico. Incluso estos días se ven por todas partes grandes coches
nuevos y las casas donde he entrado son casas de clase media. Los pobres
en la ciudad son sobre todo los extranjeros: egipcios, sudaneses,
chadianos, tunecinos, marroquíes, nigerianos, que emigraron a Libia para
buscar fortuna y se vieron obligados a hacer los trabajos más humildes y
peor pagados. Una cosa muy distinta sucede en el campo y en el mundo
rural, que vive muy por debajo del nivel de vida de la ciudad. Pero una
vez más aquí no se protesta por los salarios. Nunca he oído pronunciar
la palabra “salario” en las protestas. Claro, se grita contra el
escándalo de la corrupción, pero el punto principal es la libertad y el
fin de la dictadura y del terrorismo de Estado. Por supuesto, es
evidente que todos creen que una gestión del petróleo orientada al bien
público proporcionará una gran riqueza al país, más instrucción y mayor
calidad de vida. Pero el punto principal, de nuevo, es la libertad.
Los
habitantes de Bengasi, ¿han pedido realmente la intervención? ¿No temen
perder el control de su revolución? ¿Perder credibilidad a nivel
internacional, incluso entre los pueblos árabes vecinos?
Los
habitantes de Bengasi tienen las ideas claras sobre dos puntos. Quieren
la zona de exclusión aérea y los bombardeaos aliados sobre la aviación
de Gadafi y sobre el armamento pesado que amenaza a los civiles. Y al
mismo tiempo no quieren la entrada de las tropas extranjeras ni la
ocupación militar. Lo dice el pueblo en la calle y lo subraya el Consejo
transitorio nacional.
Los anti-imperialistas que hablan de
conspiración se preguntan cómo es posible que los rebeldes se hayan
armado tan deprisa, desde los primeros días. ¿De dónde han salido las
armas? ¿Quién ha abastecido de armamento a los rebeldes?
Lo
extraño es que no se pregunten en cambio quién ha armado a Gadafi y de
dónde ha sacado todos esos tanques y todos esos lanzamisiles con los que
está aterrorizando a los civiles. Pero volviendo a la pregunta, la
dinámica es muy simple. El día 15 de febrero comienzan las protestas en
Bengasi. El ejército, como en Túnez y en El Cairo, se niega a disparar
sobre el pueblo. Pero lo hacen en su lugar las fuerzas especiales de
seguridad de Gadafi. En pocos días hay una masacre, al menos 300
muertos. En este momento el ejército, bajo la presión del pueblo, abre
los cuarteles y deja que los jóvenes cojan los viejos kalashnikov y los
pocos lanzacohetes que se encuentran en los depósitos. Gracias a esas
armas logran expulsar de la ciudad a las fuerzas especiales de Gadafi. Y
con esas mismas armas defienden la ciudad de Bengasi y liberan las
ciudades de Ijdabiya, Brega y Ras Lanuf. Hasta que Gadafi lanza contra
ellos unidades especiales y mercenarios armados de tanques y
lanzamisiles apoyados por la aviación militar, que siembra el pánico
entre las filas de los rebeldes bombardeando el frente. Luego, es
cierto, en los días posteriores a las primeras derrotas militares contra
el ejército de Gadafi, llegaron a la ciudad nuevas armas y nuevas
municiones. Una vez más viejos kalashnikov y un poco de artillería
antiaérea. Alguien logró hacer funcionar tres helicópteros y dos aviones
militares Mirage, ambos luego abatidos, uno por fuego amigo y otro por
una explosión del motor. En todo caso, si es un misterio de dónde han
llegado las nuevas armas, lo que es cierto es que se trata de armas
ligeras y de pésima calidad. En cuanto a los presuntos instructores
militares sobre los que se ha especulado tanto, a juzgar por el caos del
frente se diría que nunca llegaron.
¿Cómo crees que puede influir la intervención occidental en el curso de las revoluciones libia y árabe?
Todo
depende de las decisiones que se tomen. Por el momento, el bombardeo
sobre la artillería pesada de Gadafi simplemente ha evitado una masacre.
Es verdad que han muerto decenas y quizás centenares de soldados y
mercenarios libios. Es verdad que se podía haber evitado interviniendo
antes con la diplomacia, quizás diez años antes, en lugar de dedicarse a
cortejar al dictador desde los tiempos del fin del embargo, en 2004.
Pero estando así las cosas, el bombardeo evitó que treinta tanques y
veinte lanzamisiles entraran en Bengasi, cuando estaban ya a sus
puertas, y después de que un solo día de batalla en la ciudad provocase
94 muertos. Nos guste o no la guerra, y a mí no me gusta, es de esto de
lo que estamos hablando. Ahora, sin embargo, es necesario que la
intervención militar se detenga y que el resto del trabajo lo hagan los
libios. Porque el problema no es “guerra sí o guerra no”. La guerra ya
existe. Y es una guerra de liberación. De un pueblo contra el régimen,
sus fantoches y sus mercenarios. Y no debe convertirse en una guerra
colonial contra un gobierno enemigo de los propios intereses
particulares. Pero por lo que he visto en estos días, estoy convencido
de que hay que apoyar al pueblo libio. En la mejor de las hipótesis
surgirá una república constitucional basada en un sistema económico
liberal. Puede no gustarnos, pero es lo que les gusta a los libios y
tienen también el derecho de elegir su propio futuro. Apoyar a Gadafi en
nombre de su máscara socialista y tercermundista no es sólo sólo una
estupidez sino que nos convierte en cómplices de un criminal de guerra.
"A
Gadafi no le falta razón, las fotos de su casa bombardeada me hacen
sentir mal”, dice Berlusconi. Dice también que querría hacer
personalmente un blitz a Trípoli para negociar con el rais “una salida de escena honorable”. ¿Por qué dice estas cosas?
Berlusconi
dice eso un poco por su su delirio de omnipotencia y su continua
búsqueda de un puesto entre los grandes estadistas de la historia de
Italia. Y un poco también para distraer a la opinión pública italiana e
internacional de la imagen de putañero que no puede sacudirse de encima
después de los últimos escándalos sexuales tan morbosamente investigados
por la magistratura y la prensa italiana.
Hablemos de
Lampedusa. 11.000 emigrantes desembarcados, de los cuales hay todavía
3.000 en la isla; otros 2.000 han sido expulsados. Faltan entre 5.000 y
8.000 que el ministerio del Interior asegura haber “distribuido” en el
territorio, como si el número de plazas disponible en los CIE y en los
CARA no fuese un dato público. La fábrica de la clandestinidad, en
definitiva, funciona a pleno rendimiento. Incluso si no parece que haya
libios entre los emigrantes, ¿tiene una relación con Libia?
No,
por ahora no existe esa relación. Existirá de nuevo, apenas vuelvan a
salir de Zuwara, presumiblemente una vez que termine la revolución. Pero
por ahora no veo ese vínculo. A Lampedusa no está llegando ningún
fugitivo de Libia. Claro, de aquí se han ido muchos extranjeros, al
menos 250.000, sobre todo egipcios y tunecinos, y también chinos,
bengalíes y otros, pero en su mayoría han regresado a casa a la espera
de poder volver a Libia. Los libios que huyen de la guerra se desplazan
de una ciudad a otra del país, buscando refugio en las zonas liberadas,
al este. A Lampedusa, en cambio, sólo han llegado hasta ahora tunecinos.
Y además originarios de Zarzis, Djerba y Tataouine. Y una vez más,
también en este caso, en el origen de la oleada migratoria no se
encuentra el caos generado en el país por la revolución, como muchos han
pretendido invocando el asilo político y hablando de prófugos. Se
trata, al contrario, de dos factores. Uno más contingente vinculado a la
crisis económica de la costa tunecina como consecuencia de la caída del
turismo tras la insurrección. El segundo, vinculado a la aventura
colectiva. De nuevo, razonar en términos de crisis es reductivo y
racista porque nos lleva a olvidar que se trata de jóvenes, iguales a
nosotros, con sus sueños y su gusto por los desafíos. Miles de jóvenes
han aprendido con la revolución que rebelarse es justo. Y quizás sin
haberlo racionalizado, han comenzado a rebelarse contra la injusticia de
la frontera. Quieren ir a París a visitar a sus parientes, quieren
trabajar unos cuantos meses, quieren ver la orilla norte, quieren
casarse con un italiana. Quieren viajar. Los motivos son asunto suyo;
después de todo, viajar no es una exclusiva de desesperados sino al
contrario una parte imprescindible de la vida de todos los jóvenes de
hoy. Y para hacerlo violan una ley que consideran injusta. A mí me
parece un acto de rebelión que entraña un enorme potencial. Por eso digo
que en el fondo no es un mal que Lampedusa esté ahora sobrepoblada.
Porque plantea cuestiones muy serias de manera explosiva. El régimen de
criminalización de la libertad de circulación debe caer, exactamente
como han caído las dictaduras del sur del Mediterráneo. Los tiempos
están maduros para eso.
Escribiendo desde Bengasi, ¿no has
tenido la impresión de ser parcial? ¿Cómo valoras la calidad de la
información sobre Libia en general y sobre Bengasi en particular? ¿Nos
han manipulado? ¿Quién? Una parte de la izquierda dice, por ejemplo, que
Gadafi nunca bombardeó desde el aire a los manifestantes y que esto
demostraría que se trata todo de un montaje mediático para justificar la
intervención. Pero también algunos respetables medios de la izquierda
-pensemos en Il Manifesto o en Telesur- han sido acusados de dar información parcial o falsa.
Claro
que soy parcial. Soy consciente y estoy orgulloso. Cada relato tiene un
punto de vista. Y es importante elegir el propio. De la misma manera
que hablo de las fronteras asumiendo el punto de vista de los emigrantes
y de las familias de los que han muertos en el mar y no el de la
burguesía europea o el de la policía de fronteras, así he contado la
revolución en Túnez y en Egipto mezclándome con los rebeldes y no con
los esbirros de los dictadores. Lo mismo en Libia. No quiero ser
portavoz de un criminal de guerra como Gadafi. Querría, eso sí, estar en
Trípoli y hablar de la resistencia en la capital, que ha desaparecido
de las noticias después de que las primeras tímidas manifestaciones
fueran reprimidas en sangre y después de que todos los periodistas
“empotrados” fueran recluidos en los hoteles y obligados a cubrir sólo
las noticias previamente seleccionadas por el régimen. Por lo tanto sí,
soy parcial y prefiero estar de parte de quienes luchan por la libertad y
no de quien emplea tropas mercenarias y lanzamisiles para atacar al
propio pueblo porque no quiere dejar el poder después de 42 años de
dictadura. Y bien, la izquierda ha entrado en crisis porque Gadafi ha
sido un símbolo para un cierto socialismo y un cierto tercermundismo. Y
hoy tiene todavía muchos amigos. Entre ellos Chávez y por lo tanto
Telesur, y Valentino Parlato y por lo tanto Il Manifesto. De
manera que no citaría estos dos medios como buenos ejemplos de
periodismo con respecto a la cuestión de Libia. Como tampoco citaría al
canal Al-Arabiya, que hizo circular la cifra falsa de 10.000
muertos ni a todos los demás medios que lanzaron sin pruebas la noticia
de los bombardeos sobre la multitud de los manifestantes y la de las
fosas comunes llegando incluso a usar de manera disparatada la palabra
genocidio. Aquí emerge por enésima vez la escasa calidad del periodismo
de hoy, sobre todo del italiano. Y sobre todo cuando se trata de contar
fenómenos que escapan a las usuales categorías de pensamiento. El
socialismo y la dictadura, la guerra y la paz, el islam y la democracia.
Precisamente por eso me parece importante estar aquí y escribir a
partir de las historias de los verdaderos protagonistas de esta
revolución. Los jóvenes de la nueva generación libia.