Jacques Babel. El proceso revolucionario de la región árabe no deja de sorprender a los medios. ¿Cómo analizas los recientes acontecimientos en Egipto y Túnez?
Gilbert Achcar. Ciertamente se producen cambios cualitativos, pero el hecho mismo de que se produzcan nuevas turbulencias no podría sorprender si se ha comprendido que lo que comenzó a finales de 2010-comienzos de 2011 es un proceso revolucionario de larga duración. La idea de que las victorias electorales de fuerzas procedentes del integrismo islámico en Túnez y en Egipto iban a cerrar el proceso se ha revelado completamente falsa. Esas fuerzas estaban condenadas al fracaso en la medida en que, como los regímenes a los que suceden, tampoco tienen respuesta a los muy graves problemas sociales y económicos que están en el origen de los levantamientos. Se sitúan en la continuidad de las recetas neoliberales y no podrían por tanto resolver esos problemas que no hacen más que agravarse. El proceso revolucionario puede tomar formas sorprendentes, pero vamos a continuar mucho tiempo pasando de conmoción en conmoción a escala regional antes de una estabilización de la situación que supondría, en una hipótesis positiva, un cambio profundo de la naturaleza social de los gobiernos hacia políticas que tengan como eje los intereses de los trabajadores y trabajadoras.
¿Cómo ves el enfrentamiento en curso en Egipto?
En Egipto hay que distinguir entre dos niveles: las maniobras y conflictos alrededor del poder, y el mar de fondo popular. Éste conoce un segundo estallido después del de 2011, pero que desemboca, como el precedente, en una intervención del Ejército.
Ya en febrero de 2011 Mubarak fue apartado por los militares que tomaron entonces directamente el poder, situándose el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas en la cúspide del ejecutivo. Esta vez se han cuidado de repetir la misma operación al haberse quemado los dedos intentando gobernar el país en una situación de conmoción tal que provoca un desgaste muy rápido de cualquier gobierno que se limitara al horizonte de las políticas neoliberales. Pero los civiles designados a la cabeza del ejecutivo no pueden ocultar el hecho de que es el Ejército quien ejerce el poder. Dicho esto, el argumento según el cual, esta vez, el Ejército ha intervenido contra un gobierno democráticamente elegido remite a una concepción muy derechista de la democracia, según la cual los representantes elegidos tienen carta blanca para hacer lo que quieran durante la duración de su mandato, incluso si traicionan de forma flagrante las esperanzas de sus electores y electoras. Una concepción radical de la democracia implica el derecho a la revocación. Es esta forma la que ha tomado el movimiento en Egipto con la petición de la salida de Morsi y de nuevas elecciones que han lanzado los jóvenes del movimiento “Tamarrod” (Rebelión), que han reunido en algunos meses un número impresionante de firmas, muy superior al número de votos que había obtenido Morsi para su elección presidencial. Desde este punto de vista, su revocación era completamente legítima.
Por el contrario, el gran problema es que en vez de organizar el movimiento de masas a fin de derrocar a Morsi mediante los medios de la lucha de masas -la huelga general, la desobediencia civil, hemos visto a los dirigentes de la oposición liberal y de izquierdas ponerse de acuerdo con los militares y aplaudir su golpe de Estado, cuya lógica es en última instancia es captar el potencial de movilización popular y desviarlo en favor del regreso a un orden autoritario, como lo confirman hoy las actuaciones de los militares. Esto es extremadamente grave, y a ese nivel hay una carencia fuerte de la izquierda egipcia en sus componentes mayoritarios. Ha dado lustre al escudo del Ejército, y ofrecido una buena imagen de su comandante en jefe. Éste es el hombre fuerte del nuevo-antiguo régimen. Aunque ministro de Defensa, se ha permitido convocar a la población a manifestarse en apoyo del Ejército, ignorando totalmente al nuevo gobierno.
Hoy, incluso los jóvenes de Tamarrod comienzan a inquietarse, pero un poco tarde, del engranaje en que se han dejado atrapar ellos mismos. El golpe de Estado permite a los Hermanos Musulmanes rehacerse una juventud política presentándose como mártires, víctimas de un golpe militar. Han reconsolidado su base social, ciertamente minoritaria -ahora está claro- pero sin embargo importante. La acción de los militares has exaltado su imagen.
Así pues, ¿ha habido un desgaste muy rápido de los movimientos islamistas que han ocupado el lugar de los antiguos regímenes en Túnez y en Egipto, pero la debilidad de la izquierda plantea ahora un gran problema?
Al margen de la izquierda revolucionaria, que sigue siendo marginal en Egipto, el grueso de la izquierda se ha implicado en el Frente de Salvación Nacional. Las corrientes que provienen del movimiento comunista tradicional así como la corriente nasseriana, que sigue siendo la más importante desde el punto de vista de la influencia popular, han participado en la empresa de mistificación de la gente sobre el papel del Ejército. Es tanto más deplorable en la medida en que esas mismas fuerzas estaban en la calle contra el Ejército en los meses que precedieron a la elección de Morsi. Cuando Sabahi, el líder nasseriano, explicaba algunos días antes del 30 de junio que había sido un error haber gritado un año antes “abajo el gobierno de los militares”, sacaba las lecciones equivocadas de la historia. Lo que es un error, es arrepentirse de ello y pensar que de nuevo es necesario aplaudir al Ejército.
¿Qué piensas de los dispositivos que intentan darse los tunecinos para poner fin al poder de Ennahda?
Desgraciadamente, corremos el riesgo de tener en Túnez un escenario semejante al que conoce Egipto: una izquierda que no tiene la lucidez política para pelear por un programa de izquierdas, y que se dispone a entablar alianzas incluso con sectores del antiguo régimen presentes en Nidaa Tunes. Ese tipo de planteamiento beneficia finalmente a las fuerzas islamistas que utilizan la ocasión para denunciar el compromiso de la izquierda con los restos del antiguo régimen. Esto permite a los Hermanos Musulmanes o a Ennahda presentarse como portadores de la legitimidad y de la continuidad de la revolución.
Por consiguiente ¿hay un problema de representación política de las capas populares que participan en la revolución?
Si, el problema es que en lugar de intentar conquistar la hegemonía en el movimiento de masas luchando en primer lugar sobre la cuestión social, aún a riesgo de que se unan contra ella partidarios del neoliberalismo -que van de los integristas a los hombres del antiguo régimen pasando por los liberales- la izquierda se inscribe en alianzas de miras estrechas con sectores del antiguo régimen. En un país como Túnez, en mi opinión, la central sindical UGTT es una fuerza socialmente hegemónica y puede fácilmente llegar a serlo políticamente. Sin embargo se ha levantado una muralla entre lo sindical y lo político. La izquierda tunecina hoy a la cabeza de la UGTT, más que lanzar a la central a la batalla política con el horizonte de un gobierno de los trabajadores, parece orientarse hacia alianzas contranatura entre sus agrupamientos políticos organizados en el Frente Popular, de una parte, y los liberales y los restos del antiguo régimen del otro.
A pesar de las dificultades para encontrar salidas, las revueltas continúan en numerosos países, se ven aparecer ahora movimientos “Tamarrod” en Libia, en Bahrein...
En los seis países más profundamente afectados por los levantamientos de 2011 continúan los movimientos de masas. En Libia, hay una agitación permanente. Los medios no se hacen eco de ello, pero hay constantes movilizaciones populares, en particular contra los integristas; las instituciones elegidas están sometidas a presiones diversas de la base popular. En Yemen, el movimiento continúa, incluso si ha quedado debilitado por el compromiso en el que se han precipitado una parte de las fuerzas de oposición. Fuerzas radicales, en particular jóvenes y de izquierdas, continúan luchando contra ese simulacro de cambio. En Bahrein, el movimiento popular prosigue contra la monarquía.
Y en Siria, la guerra civil está en un punto álgido, ha alcanzado un nivel trágico hoy con una contraofensiva feroz del régimen sostenido por Rusia, Irán y el Hezbolá libanés. Siria es un caso flagrante de cinismo de las grandes potencias, que dejan masacrar un pueblo que sólo les inspira desconfianza.
Así pues, dos años y medio después del comienzo del proceso, ¿éste continúa con mucha fuerza?
Una dinámica revolucionaria se puso en marcha en 2011, un proceso de larga duración que va a conocer altos y bajos, episodios de reacción, de contrarrevolución y avances revolucionarios. Pero para una salida positiva a este proceso, será preciso que surjan fuerzas portadoras de respuestas progresistas a los problemas planteados en el plano social y económico. A falta de ello, hay otros escenarios posibles, de regresión, de reacción, de alianzas represivas contra las poblaciones entre quienes hoy parecen opuestos, militares e integristas. No hay nada decidido en un sentido u otro, es una situación abierta, en plena ebullición. La izquierda debe urgentemente afirmar una tercera vía independiente, contra los antiguos regímenes y contra los integristas, por la satisfacción de las reivindicaciones sociales de los y las que han sostenido estos levantamientos.
Entrevista realizada el 29 de julio por Jacques Babel
http://www.npa2009.org/node/38379
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR