Nueva Orleans, 23 de agosto. Para los millones de estadunidenses que creían que el movimiento por los derechos civiles había llegado a su fin, el caos que siguió al huracán Katrina expuso las profundas diferencias raciales y las privaciones originadas en un racismo y una pobreza institucionalizados.
La nación se horrorizó al ver las imágenes de tropeles de rostros negros clamando por una ayuda que demoró días en llegar y al conocer historias de policías que apartaban a punta de pistola a evacuados desesperados que intentaban huir del caos.
Pero para muchos de los que crecieron en una ciudad que había sido centro neurálgico del comercio de esclavos, y que se adhirió a la segregación, el impacto inicial se transformó en ira al constatar que sus sospechas eran ciertas: al gobierno estadunidense, los negros no le importaban.
"El racismo es muy crudo aquí", dijo Barbara Major, una activista comunitaria que copresidió la comisión del alcalde llamada Bring New Orleans Back (Trae de Vuelta a Nueva Orleáns).
"La gente estaba enfurecida de que hubiera gente muriendo", señaló. "Deberían haberse enfurecido porque los niños no tenían educación decente; de que no hubiera viviendas decentes, como en cualquier otra ciudad de Estados Unidos".
Más de 140 años después de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos y a más de 50 años de un histórico fallo que determinó que la separación racial no es igualitaria, Nueva Orleáns seguía siendo una ciudad altamente segregada.
La pobreza se extendía, mientras quienes asistían a las arruinadas escuelas públicas quedaban estancados en los sectores de servicios de bajo salario, base de la industria del turismo masivo de la ciudad.
Major afirmó que antes de Katrina, que azotó la ciudad hace casi un año, no se hacía nada para corregir las enfermedades e inequidades sociales que plagaban Nueva Orleáns. La activista culpó de ello a la debilidad de los líderes locales y al racismo institucionalizado que halló cuando intentaba crear un plan de reconstrucción para la urbe.
Algunos dirigentes locales y estatales dijeron que no se podían proteger de futuras tormentas las zonas bajas de Nueva Orleáns, decisión que borraría del mapa a varios de los más arraigados vecindarios negros de la ciudad.
El subsiguiente escándalo hizo que el alcalde abandonara el plan de reconstrucción, lo que le dificultó todavía más las cosas a los residentes que no tienen los recursos para reconstruir por su propia cuenta a fin de volver.
Así, más de la mitad de la población sigue desperdigada a lo largo y ancho del país, y una ciudad que una vez fue dos tercios negra ahora es mayoritariamente blanca.
Muchos blancos de la ciudad responden a la defensiva a las preguntas sobre temas raciales. Cuando se estrenó el documental de Spike Lee When the levees broke: a requiem in four acts, sobre Katrina, el periódico de la ciudad publicó una crítica en portada en que se lamenta que el filme no haga sentir las voces de las víctimas blancas.
La decisión de abandonar el plan de reconstrucción, para reconstruir solamente las zonas de la ciudad que pueden defenderse razonablemente contra otra inundación masiva, enfureció a muchos residentes que ven en los esfuerzos de reconstrucción un desorden sin pies ni cabeza.
Y la policía rural continúa generando inquietantes titulares de prensa: en junio, el sheriff Jack Strain, del vecino condado Saint Tammany, deploró ante un reportero de la televisión la afluencia de "matones y basura de Nueva Orleáns", y advirtió a la gente con dreadlocks (rizos al estilo rastafari) que se mantenga lejos de su ciudad.
La sensación de aislamiento social y frustración ayudó a incrementar la violencia en el área, aseguró John Penny, criminólogo profesor de la predominantemente negra Universidad Southern de Nueva Orleáns.
"La única forma de cerrar la brecha que ya existía es diciéndole a la gente que es bienvenida a casa y ayudarla a volver", dijo. "Existe la sensación de que al gobierno le importa un bledo la gente pobre. Es su prioridad la guerra, comprar bombas y reconstruir otra ciudad".