Desentrampando la Patria

Pareciera que estuviésemos entrampados. Como si existieran hilos-jueces determinantes del desarrollo y desplazamiento de las sociedades. Quizá es el imperialismo. Tal vez la mayor cuota de responsabilidad recae sobre aquellos hombres y mujeres que teniendo la posibilidad de incidir en el desarrollo de algo, prefieren ajustarse-acomodarse en la opción básica pero rentable de la egoísta inercia. O puede ser que, poniéndonos un poco místicos, estemos pagando una maldición de hace más de 500 años, esputada por labios rotos de paisaje cariado portu-español.

Es una trampa de camino circular. Sí, como el uróboro. Reincidimos en ella aun cuando los esfuerzos son sobrehumanos, y llevados a cabo por superhombres. Y aun cuando algunos sostienen que todos los caminos conducen a China, otros nos recalcan que todos los caminos nos hunden en la dependencia. Esta dependencia es como una incapacidad de autoafirmación, como un Yo inerte. Todo esto es como mirarse en un espejo y observarse con una mueca ajena, extraña, y por más que intentas borrarla de tu rostro, esta se afianza y profundiza. Es más, mientras el esfuerzo por la auto representación es mayor, en esa misma medida te desdibujas, te desdoblas en el guiño de tu peor enemigo. La dependencia de la que hablo es una pesadilla experimentada en la realidad.

Puede ser que la maldición comenzara por la envidia. Pero, qué teníamos o tenemos como para que la envidia sea tal. Pues la respuesta es simple: naturaleza. Tenemos naturaleza y ese es nuestro crimen. Una absurda, rica y voluptuosa naturaleza. Y la maldición por tan aborrecible crimen consiste en despojarnos, por los siglos de los siglos, de la naturaleza; y en el tránsito de tan execrable acto, determinarnos como producto de la naturaleza misma. Esto último en un acto sencillo, repito, como si existiesen hilos-jueces, pues la naturaleza se vuelve mercancía, y esta se transforma en símbolos identitarios de profundísima carga, tan profunda que representan nuestra vida. Representan y hablan de y por nuestras vidas, recordándonos la incapacidad de autoafirmación, hundiendo el filo que endilga el guiño y la mueca y tanta mierda que hoy soportamos.

En la trampa, en la gran trampa, trastocaron a la naturaleza hasta encontrarles otras formas. La violaron en un acto de despojo de lo natural de la naturaleza. En el primitivo manoseo se le llevaron oro, cacao y café, y fue la Guipuzcoana el gendarme institucional que, arropado en el santo manifiesto, engrasaba la violenta succión. En el segundo manoseo se escucharon gritos de oronegro. ¡Cuán cruel fue la afirmación y complacencia de aquellos que creíamos nuestros y que terminaron siendo cómplices en tan atroz humillación! Por ahí se vieron correr, los acomodados presta nombres que le facilitaron el paso a la foránea maldición.

Los presta nombres engordaron, se hicieron ricos en la afirmación de la dependencia de otros. Otros, que somos nosotros y no otros abstractos, nosotros los más-muchos. Y cuando más podían hacer, por ahí en la que llamaron Venezuela Saudí, más inertes e indolentes se pusieron, hundiéndonos en la letrinezca dependencia. Y así nació y creció la dependencia y el vacío interno, porque también quisieron mostrarnos vacíos, como un cumulo de rabos lindos con coronas, coronas plateadas o doradas, hechas, ineludiblemente, de bitumen negro. Para el mundo quisieron mostrarnos como los exóticos ricos e irracionales irracionalmente incultos.

Trampa. Historia entrampada esta que cuando intenta emanciparse, más atada se encuentra así misma. Cuando intenta bifurcar los caminos productivos de la vida, pues más necesita y se entrampa en la renta del único camino hasta ahora conocido: el de la naturaleza.

Trampa, entendamos la trampa para burlarla. Busquemos en la historia los pinceles tramposos, los responsables de trazar las siluetas de las grandes cadenas para no dejarles retoñar; indaguemos hasta descifrar la lógica arcaica de la dependencia, y no atendamos a las puñaladas simplonas hasta lograrlas transformar; estudiemos la forma de cruzar el camino de pesadumbres que creó el monstruo de mil cabezas con figuras nacionales de la facho reacción, y ayudemos a los muchos a cruzar; empinémonos, como el maestro Brito nos dijo, y sobrepongamos los caminos de la fuerza transformadora en esa nueva ola de consciencia y esperanza que hoy palpita en los multiplicados corazones; rompamos los hilos-jueces perpetrantes y justificadores del escupitajo renovado cuasi omnipotente; trascendamos, y como nos oriento el Gigante, busquemos el futuro para sembrarlo en el presente.


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Francisco Ojeda


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