La Administración Pública, entre nosotros, ha sido motivo de las mayores contradicciones. Como centro de trabajo tiene la misión de dirigir la cosa pública e invertir los dineros disponibles en la ejecución de los programas de gobierno.
Elemento de mayor desconcierto lo constituye el concepto popular por el cual se considera al Tesoro Nacional como fuente de socorro para auxiliar y resolver desde los más complejos asuntos del Estado hasta para resolver sus pequeños e insignificantes conflictos. Por otro lado, los personeros del gobierno puntofijista, lo utilizaban para resolver sus problemas personales.
Esa idea primitiva, se ha transformado, los gobiernos de la IV república, al pasar la lucha política al campo de la organización partidista, al utilizarse los recursos del Estado en esa especie de distribucción de ventajas a través del reparto de los cargos públicos. El juego interno lo han jugado mal y el resultado ha sido la creación de esa sociedad dual que está en el fondo del proceso de desorganización social con el cual se definió la situación actual de la nación que constituye el motivo de nuestra angustia. En primer término, se ha establecido la obligación de contribuir con una participación fija por parte del burócrata afiliado al mantenimiento del Partido que ha venido a deformar la función administrativa.
La consecuencia inmediata, ha sido, la falta de coherencia en el trabajo de los organismos oficiales y esa especie de anarquía que crece, desmesuradamente, hasta amenazar con que una total paralización de los planes gubernamentales. Se ha olvidado esa práctica sencilla por sabia de escoger personas actas y capaces para cada función, para evitar la multiplicación de los cargos que contribuyen a los déficits presupuestarios.
Ese desequilibrio de los gastos públicos se debe a una errada posición política que transforma la burocracia en un asilo de aspiraciones, ante el temor de la pérdida de los votos electorales y así se descabezan los mejores propósitos. El Libertador, referida al destino manifiesto de angloamérica con relación a las naciones de nuestra América, cambió de sujeto; pues parece ser que los venezolanos que a partir de 1959 tomaron las riendas políticas de la nación hubieran sido predestinados por la providencia para destruir a Venezuela.
Además, esa confusión, permite la infiltración de elementos descalificados, con sus oscuras ambiciones que han puesto, pese a la existencia de una prensa activa y vigilante, en marcha, la garra del peculado, en los conflictos eternos de la Administración Pública. En una rebatiña impresionante jamás vista ni en el siglo XIX cuando una facción asaltaba el poder, empezó el reparto de cargos y prebendas entre los mismos miembros del partidismo, sin distinción de si eran nuevos o viejos miembros.
Ni los tribunales, ni el recuerdo de las sanciones y de los conceptos expuestos ardorosamente por las mentes más puras del país, ni las leyes contra el enriquecimiento ilícito, han detenido a quienes amparados en falsos partidismos, arrojaron sombras en el panorama de la honestidad pública. El Diccionario de la Corrupción en Venezuela, en su tercer tomo, haciéndose eco de tal estado de la justicia, incluyó a varios de sus estamentos como sujetos involucrados en casos notorios de corrupción.
Las jerarquías superiores estaban saturadas. Sólo se ascendía por politiquería, manteniendo una situación insosteniblemente caprichosa e inmoral que lejos de enaltecer, perjudica a la institución. Por eso, la existencia de peculadores, era causa de gran expectación. Parece que decepciona saber de su existencia en los cuadros burocráticos, al desearse la decencia personal como línea de conducta que trazara la imagen de la corrección.
La vigencia de la crítica, el planteamiento y discusión de este acontecer, permite a la "democracia" alertar solemnemente de la vivencia del peculado. Su problemática envuelve la acusación plena y el castigo ejemplar, pues en la Administración Pública deben estar los hombres y mujeres que puedan responder a la más severa investigación.
Es indiscutible que el reparto de los cargos públicos en correlación a los intereses de los partidos puntofijistas adolecía de graves fallas e inconsecuencias; mediante ellas, alguien sutilmente podía escamotear y burlar la buena fe y, al ampararse en sus cuadros, robaba a costa de esa patente de corso, el cobro de comisiones y demás formas novedosas en que el ingenio delictivo ha perfeccionado para burlar y traicionar los preceptos de la honestidad.
El precio social pagado por la democracia adeco-copeyana es cruel y criminal: una juventud apática, indiferente, sin futuro, una sociedad sin seguridad ni servicios y corrompida, una economía deteriorada, un campo arruinado y subvencionado por los favores partidistas, una nación endeudada peligrosamente, un país indefenso y ocupado por oleadas de indocumentados indeseables y unas instituciones corrompidas.
Venezuela ha padecido las peores acometidas del peculado y ha visto derramar la sangre de sus hijos en las revueltas patrióticas para erradicar ese mal, origen de la dictadura y tiranía, adeco-copeyana. Así se retardó nuestra cultura y se enseñoreó el atraso del pueblo ante el paso de los aventureros del Tesoro Nacional. Esas "revoluciones", por el peculado, se convirtieron la mayoría de las veces, en simples cuartelazos del hombre de presa, y los anhelos de la decencia venezolana, quedaron marginados al transformarse por la alevosía y la violencia, en jirones las reivindicaciones.
Prever, organizar y coordinar, en una palabra, dirección o administración científica, corresponden a formas de organización. Por ello se han de abolir las preferencias y dejarse, exclusivamente, el criterio selectivo del cargo público, entre los venezolanos que pueden ser reclutados en las legiones de trabajadores eficientes, técnicos, profesionales y obreros, que existen a lo largo de la geografía nacional, así no pertenezcan a los cuadros de los partidos políticos, pero sí a los servidores de la patria en el bien entendido concepto de defender los intereses generales de la República.
Las voces de los dirigentes que han dejado oír sus preocupaciones y censuras, reclaman el castigo para los peculadores que pertenezcan a una parcialidad política e impiden la reconstrucción de la moral pública. Ésa es una misión situada en un plano de altura, especie de admonición inspirada en un genuino sentimiento de integridad ciudadana.
Los caminos de Venezuela han de encontrarse con sus distintas orientaciones sociales, en la aspiración de expulsar de sus senderos a los delincuentes de la cosa pública, pues ya se sabe que también el socialismo cuenta con nuevos peculadores… Asumir esa responsabilidad es empezar a enjuiciar un estilo diferente de la política nacional, y propiciar el anuncio público de los culpables, caiga quien caiga, es hacer justicia.
—Cito a Mario Briceño Iragorry: "Tenemos Oro, más carecemos de virtudes públicas. Con dinero podemos hacer un camino pero no una aurora. Y estamos urgidos de amaneceres. Necesitamos un alba nueva. Una alba que alumbre la fatiga de quienes han llorado a lo largo de la noche sin piedad".
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!