Rápido, furioso y sin comida

Rápido

Corrían los últimos minutos de las dos de la madrugada, cuando desperté, después de una noche muy oscura, tétrica y de pesadillas estomacales. Con una fuerza de voluntad desconocida decidí poner mis pies sobre la tierra. Me levanté rápido. Sin hacer ruido para no despertar a mi compañera. Me fui al baño. Me cepillé después de orinar. Antes de lavarme la cara, me observé rapidito en el espejo. Me sorprendí al ver mi rostro ajado y envejecido, como un trapo viejo. Atrás había dejado aquella cara sonriente y lozana que irradiaba alegría por los cuatro costados. "Carajo –me dije para mis adentros— esto es lo que queda de aquel hombre 4X4 que había parido mi madre hacía unos cuantos años… ¿Este soy yo? No puede ser, c…". Casi golpeo el espejo que, quieto como una estatua de pueblo abandonado, me devolvía mi imagen con indulgencia. Salí con el espinazo doblado, pero con la suficiente fuerza como para vestirme rápido y abandonar mi hogar para ir al encuentro de una cola que larga debía estar a esas horas. El cafecito negro lo compraría a un "termero" en la cola a precio de un ojo de la cara. Así comenzaba el día de un hombre común y corriente que tiene que sudarse el cuerpo, desde tempranas horas de la madrugada, para perseguir un mendrugo. Cosa rara: en esas colas nunca he visto, desde hace casi tres años, a ningún burócrata, o aprendiz. ¿Cómo obtendrán su comida esta gente "poderosa"? Misterio de la ciencia, como dice el doctor Lupa.

Furioso

Cuando llegué a la cola del Bicentenario me torné furioso cuando una mujer vestida de pueblo me dijo: "Señor, usted termina de llegar y esta cola está más larga que la lengua de mi vecina…, aquí me queda un numerito. Se lo ofrezco por mil bolívares, pá que no coja tanto sol… ¿qué dice?". Le respondí: "Señora aquí dejare el pellejo, pero yo no le doy mi dinero que tanto me ha costado ganármelo con un volante haciéndome cosquillas en mi barrida. Váyase a trabajar, a mojar su pantalón con su sudor, así le apeste".

Así comencé mi calvario del día. No pasó mucho tiempo para que otra mujer se me acercara y me dijera que me vendía un número. "Usted está muy mayor mi doncito… Son apenas mil bolivaritos o bolivarcitos, como dice la gente "hay"…, ¿qué dice mi viejito lindo?... Mire que cuando el sol caliente, usted se va a poner como una plancha e chino, aproveche, mi don". No permití que mis palabras salieran de mi boca. Las ahogué para no decirle a esta mujer lo furioso que estaba. Me las tragué. Cogí pausa y me hice el loco… Esperando que apareciera un "termero" vendiendo cafecito negro, aguarapado, a precio de dólar "Tudei". Había llegado gente como arroz después de mí. Viejos, viejitas, mujeres embarazadas, personas en sillas de rueda, hombres viejos con bastón. Hasta llegué a ver a un hombre con una bolsa plástica en la mano, cuyo conducto le salía de la bragueta. Seguro que era un recién operado de próstata. "Dios mío" —me dije entre los dientes —, ¿qué país es este? ¿Qué ha pasado en tan pocos años? ¿No puede ser, no lo puedo creer? Mi furia creció, y con ella la cola. Mientras ya el sol comenzaba a quemar, y, de pronto sentí un llamado de mi estómago. Eran las 9 de la mañana y la cola estática. Y las voces se agruparon en un coro de lamentos, de cuentos pobres, de miseria humana, de bachaqueo. Oí una señora que decía que habían tres clases de bachaqueros: los de cuello blanco, los del medio y los de abajo. Casi me duermo parado oyendo los cuentos de los pobres.

 

Sin comida

Por fin, a esos de las 10 de la mañana, pude dar tres pasitos hacia delante. Ya comenzaba a rodar el sudor desde mi frente. De pronto un hombre entrado en edad me dijo casi rozando mi cuello: "Camarada y usted por quien va a votar el 6D?" A lo que respondí: "Hermano, en primer lugar, no soy su camarada… eso que queda claro. Y respecto al 6D, votaré por quienes van a ganar y punto". El hombre se quedó mudo. Mientras tanto la cola había avanzado un buen trecho, pero aún estaba lejos del Bicentenario. El mediodía me cogió sudado hasta, usted sabe dónde. El estomago vacío, pues el dinerito que llevaba era para compra aceite, harina pan, leche y tal vez un desodorante. Miré hacia el cielo y vi unas nubes negras moviéndose de San Félix hacia Puerto Ordaz. "Carajo, es lo que me falta… Que ahora venga a llover… Pero una gritería me sacó de mis pensamientos. La cola se partió en varios toletes. La gente corría, como podía, hacia los lados. Cuando oí a un hombre gritar: "Hay viene la guardia echando plan… corran". Una señora se tropezó y se cayó, mientras gritaba: "Esta es la revolución bonita, carajo. Ojalá Maduro estuviera viendo esta vaina".

Hasta allí llegaron mis aspiraciones. Corrí también. Mejor dicho apuré el paso, mientras me tambaleaba, bajo el peso de mis ochenta años. Cuando llegué a mi hogar, cansado, con el estómago pegado de mi espinazo, sudado y jadeante, mi mujer corrió a socorrerme. Me dio un vaso de agua fría, y me soltó: "Mi amor, qué te pasó… y la comida". Respondí: "Nada, mi amor… casi me ahogo y la comida se hundió en el mar de la felicidad".



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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