Muchos de nosotros quienes discurseábamos que había que entrar en el aparato administrativo del estado para poder comenzar a operar y desarrollar nuestros planteamientos políticos e ideológicos que dieran al traste con tanta injusticia arrastrada de los viejos gobiernos.
Que desde allí, desde adentro íbamos a ayudar a emancipar al pueblo, que las instituciones si iban ahora a funcionar y darle respuestas al montón de necesidades acumuladas durante tantos años de abandono al que ha sido sometido la gran mayoría de nuestros y nuestras compatriotas.
Las preguntas surgen solas ¿Qué nos paso?, ¿que nos esta pasando?, ¿que hemos hecho? y ¿ que hemos dejado de hacer?; porque la institución sigue igual, el poder constituido marcha en condiciones similares, las leyes son supra a la norma, pero sin embargo termina por aplicarse la norma establecida a la hora de decidir sobre un caso o problemática. La estructura sigue intacta como andamiaje, a pesar de la cantidad de sujetos con visión revolucionaria que hoy conformamos equipo y ejercemos funciones de gobierno.
La deuda social es tan grande y poco saldable (al menos con los métodos que se han implementado) que amerita acelerar los cambios revolucionarios, para que realmente el pueblo gane una; como decía Ali Primera. Pero el problema, por una parte, no es solo que en la” nueva institucionalidad” se están reproduciendo viejos vicios de la administración publica, es que hay complacencia y reforzamiento de esta cultura en los niveles de alta y media gerencia del aparato burocrático del estado; por la otra es que nuestros ciudadanos siguen amparándose en la idea, y así lo desarrollan en la practica, es que son los funcionarios de las instituciones “ mayores” los que con un oficio, memorando o llamada telefónica, hacen andar a las otras instituciones “menores”. A esto se añade un tercer elemento del problema que es la atomización y especialización de funcionarios, lo que hace que los problemas sean visto y atendidos por especialistas en el ramo, lo que deviene en un reforzamiento de la superburocratizacion de los individuos.
Dos problemas de fondo confronta esta revolución: uno es que se vierte vino nuevo en vasija vieja ( aunque no existan muchos vinicultores revolucionarios llenando la vasija), implica esto que se trata de aplicar formulas revolucionarias a las resoluciones de problemas, en un estado que mantiene sus estructuras administrativas y políticas casi intactas y que no admite otras formas de gobierno que no encaje en ellas, lo que ha llevado a crear una nueva camada de “funcionarios” insensibles a veces hasta con el dolor humano de cualquier ciudadano que demande sus servicios; mal usando en ocasiones la categoría del asistencialismo gubernamental, y en algunos casos para evadir responsabilidades que les son inherentes a sus funciones laborales. El otro gran problema radica en que no se termina de asumir por una parte que hay que avanzar mas aceleradamente hacia la nueva institucionalidad ( el parlamentarismo de calle, las asambleas populares, las contralorías sociales, los diferentes comité , los Consejos Comunales ) y todas aquellas expresiones organizativas encaminadas a la construcción del poder popular, abierta al concurso para el fortalecimiento de la sociedad participativa y protagónica , que bien lo maquetea el comandante presidente Chávez en su discurso ante el inicio de sesiones de la Asamblea Nacional, en enero del 2006.
Un servidor publico en la nueva institucionalidad revolucionaria, no es un asistencialista, es por el contrario es una persona inmensamente humana preparada política e ideológicamente, profesional y laboral para cumplir el papel que le fue encomendado en esa institución. Y que en forma responsable involucra a gerentes y afectados en la construcción de salidas a las diferentes problemáticas. Ese o esa que es capaz de saltarse los viejos estamentos para achatar las burocracias existentes, quien proporciona espacios físicos y de aportes de ideas para el hacer y aprender colectivamente, quien se asume como constructor y pieza a la vez de una nueva sociedad. Eso implica comenzar a ejercitar una nueva manera de entender el espacio laboral como el territorio del hacer haciendo con la gente. En este terreno estamos obligados a desenmascarar la contradicción que emana de muchos funcionarios “voy a mi oficina o al mi centro de trabajo a cumplir con mis obligaciones “ y desde allí opera sumergiéndose en la rutina de las frías oficinas.
Se trata, pues, de ir estructurando una practica de servidor itinerante, donde el tiempo de permanencia institucional sea menor al ocupado en el terreno donde se generan los problemas.