¡Cómo ha cambiado mi Caracas!

El sol se oculta tras las montañas y las sombras caen sobre Santiago de León. Un temor aprensivo se apodera de sus habitantes. Un temor: a los políticos, a los maduristas, a los banqueros, a los pulperos, a los bachacos y otras hierbas.

Mujer: (Apremiante) Niños, niños métanse para dentro. ¿No ven que está oscureciendo?

Un anciano venerable con voz premiosa, ordena a los sirvientes:

Suban el puente levadizo, cierren bien puertas y ventanas, suelten los perros, cada quien a su puesto.

Mujer: (Alarmada) ¿Y dónde está mi hijo Diego?

Anciano: Fue al concierto musical de gringolandia; me prometió estar de vuelta antes de la hora nona…

Mujer: (Angustiada) ¡Qué contrariedad! Con lo peligrosas que están las cosas.

Anciano: No desesperes, mujer, Diego, además de ser fuerte y bien entrenado, va armado hasta los dientes. ¡Además no fue solo, lo acompañan cinco amigos!

Mujer: Es lo menos que se necesita en estos tiempos para andar por Caracas entrado el anochecer. Dicen que la gente de Catia está muy revuelta.

Anciano: Y también la de Chacao, Los Palos Grandes y Baruta. Yo no sé cuándo habrá paz en este valle.

En un rancho cerca del cerro una india gruesa le dice a su hombre:

India: (Reclamante) ¿Y se puede saber cuánto tiempo más vas a estar echado en ese chinchorro? Ya no tenemos nada que comer.

Indio: (Con desgano) ¿Y ya se acabó lo de los pavos y el pato?

India: ¡Ay, mi amor! ¿Tú como que crees que iban a durar toda la vida, con lo que comen esos muchachos? Deja ya la flojera y vete por a’i a ver si cazas algo.

Indio: Está bien, está bien, dame acá mi cuchillo y la pistola.

India: Adiós, mijo, que tengas suerte…

Indio: (Gruñón) Todo lo arregla con que me vaya de cacería… sin importarle nada de lo que me puede pasar… así son las mujeres…

El hombre del cuchillo y la pistola baja sigiloso hasta los lados de Las Mercedes. ¡Qué noche ésta! ¡Y con el frío que está haciendo! (Con alegría) Pero, ¿qué es aquello que ven mis ojos? ¡Una cuerda de pavos, bien gordos y criados! ¡A estos los agarro facilito!

Muchacho: Si yo se lo decía: No vayamos al Hotel Tamanaco sino a otro lugar donde daban un concierto mucho mejor.

Indio: (Amenazante) ¡Quietos todos! Vayan entregándome sus celulares, sus relojes y sus carteras y también el carro… Mira pavo, no te me hagas el loco y el remolón. Caigan, caigan…

No estábamos en la Caracas de la Conquista, como ustedes seguramente creían sino en la de nuestros días.

El indio cazador regresa a su casa.

Indio: (Jubiloso) Vieja, vieja…

India: (Desdeñosa) ¿Y qué haces tú por aquí tan temprano?

Indio: Suerte que tiene el muchacho; agarré mansitos a seis pavos ricos que venían del Tamanaco… Mírame esto, dos mil dólares, seis celulares Samsung, (de los buenos) cuestan $ 525 c/u; el carro lo dejé en el taller, para que lo desguacen y venden los repuestos.

India: (Complacida) ¡Ay, mijo, pero qué bueno! Con razón dijo un chivato hace poco que los indios de aquí éramos cazadores y recolectores…

Caracas o cualquier ciudad medioeval, tal es el número de murallas, rejas y garitas que se ven por doquier. En Catia, como el municipio Chacao, municipio de Baruta o en cualquier barrio o zona residencial la gente vive en permanente zozobra, como lo demuestra la soledad de sus calles, y el temor de los que se aventuran fuera de sus casas a cualquier hora del día y, sobre todo, pasada la hora nona.

El asalto a los viandantes —como medio de existencia— va perdiendo su carácter delictivo para transformarse en una regresión profunda a los lejanos tiempos en que los hombres iban de caza según los asaltara el hambre y las necesidades.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

 

 



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Manuel Taibo


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