18 oct. 2016 - Con la esperanza puesta en que en el este de la ciudad se encontrarán con menos colas, en la procura de productos de la cesta básica con precios regulados, muchos caraqueños se han enrumbado hacia los supermercados y cadenas de farmacias ubicadas en las urbanizaciones de ese lado de la ciudad.
No obstante, ir hasta Santa Fe, Prados del Este, Colinas de Bello Monte, Cumbres de Curumo, Santa Inés o El Cafetal, no garantiza la compra de productos.
Muchas veces, en esas urbanizaciones el camino hacia el café, la leche, el azúcar o la harina de maíz precocida es más tortuoso que en Catia o en el 23 de Enero, pues allá también están presentes los vicios, los bachaqueros y las trampas más utilizadas por los empleados de las cadenas de supermercados.
Quienes se aventuran a cruzar la ciudad rumbo a aquellos lares lo primero que se encuentran es con la estigmatización y el desprecio de las personas “bien” que residen en los condominios o quintas asentadas en las cumbres o en las colinas.
Es miércoles y un grupo de personas se agolpa frente a un local en la avenida principal de Santa Fe, en el municipio Baruta. Allí queda un supermercado El Patio, donde la tensión y los conatos de revueltas viven en el ambiente.
Están vendiendo harina precocida (cuatro kilos por persona), dos jabones de baño, un kilo de detergente en polvo y un litro de aceite a precio nuevo (Bs mil 600), así como dos envases de margarina de medio kilo (Bs mil 500 cada uno).
“Los funcionarios de la Policía de Baruta venden los cupos a mil bolívares, mientras que los guardias nacionales colean a cualquier chica bonita que les pela el diente”, denunció una mujer de unos 45 años de edad, aproximadamente, que estaba en el lugar.
Una señora denuncia que en esa zona amanece haciendo cola un grupo de mujeres. Esta afirmación parece cierta, pues en el principio de la fila comparten amigablemente unas 15 mujeres, todas con cara de trasnochadas.
“Ellas son dueñas absolutas de este supermercado. Ellas deciden quienes compran y quien no. Puras bachaqueras”, denunció la doña.
El segundo punto para compra alimentos en Santa Fe está en el centro comercial de esa urbanización, donde queda una sucursal de Excelsior Gama. Allí convergen personas que han viajado desde la periferia de la ciudad, como los Valles del Tuy, de las ciudades Guarenas, Guatire y los Altos Mirandinos. También pululan cientos de bachaqueros de oficio.
Los compradores más expertos orientan a quienes llegan al lugar por primera vez. Una mujer joven, por ejemplo, le dice a una señora mayor que cuide su puesto y que entregue su cédula de identidad a un señor moreno de boina azul cuando pase a recogerla.
Una vez que el hombre recogió treinta cédulas laminadas, pasó al frente de la cola y se las entregó al efectivo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Luego, megáfono en mano, los militares llaman a los compradores, quienes hacen hasta seis filas pequeñas e ingresan al supermercado donde los empleados le entregaron dos jabones de baño, dos kilos de arroz, cuatro kilos de harina de maíz precocida y dos rollos de papel toalé.
—Adentro la cola es descomunal, aunque uno siente que aquí afuera camina rápido. Las cajeras se demoran todo el tiempo que les da la gana, dijo una compradora que sorteó todos los escollos.
Los obstáculos de este macabro juego en busca de comida tiene su final en el Central Madeirense de La Alameda, donde una enorme fila crece bajo el sol.
“El gerente nos deja aquí todo el tiempo que quiere, y muchas veces dentro del local no hay nada”, se escuchó en la fila.
La custodia del orden está a cargo de la Policía Nacional Bolivariana, pero muchos cuestionaron su presencia y pidieron a la GNB.