El tema de la muerte y sus consecuencias culturales luctuosas en nuestra sociedad "occidental y cristiana", casi siempre lo evito. Evito el tema porque, sencillamente, he venido haciendo rupturas epistemológicas con una serie de asuntos que nos son impuestos como una forma de control hegemónico desde el poder capitalista. Uno de ellos es el de la muerte. Creo en la vida y en la alegría y por ambas he hecho mi opción de lucha hasta alcanzar la sociedad comunista. Por eso no me detengo mucho ante la muerte, ni siquiera ante la mía misma, que en algún momento nos alcanza, no para desaparecer, sino precisamente para seguir viviendo y hacernos eternos, en la asunción -por cierto, proclamada por el Comandante Hugo Chávez- de que, definitivamente "¡Viviremos y venceremos!".
Claro, mi explicación introductoria no me aleja de emociones y sentimientos ante muertes que nos producen sorpresa o rabia, ya sea porque les toca a gente muy joven o porque se nos olvida que "para morir no hace falta sino estar vivos", tal como diría mi madre. Esta misma semana recibí la noticia de la muerte de Barrera, a quien lo arrolló un vehículo -el pasado domingo- cuando intentaba cruzar la autopista para llegar hasta su casa en un barrio cercano al peaje de Tazón. Barrera se había convertido en un pana a quien le gustaba mucho leer, razón por la cual de vez en cuando yo le llevaba un libro para que siguiera leyendo y comentábamos del mismo. Atendía la barra de una arepera donde suelo ir en las mañanas, camino a mi lugar de trabajo. Esta muerte me impactó por la "improvisada" forma de alejarme al amigo servicial, con su palabra oportuna y su café siempre atento.
Mucho más sorpresiva fue la reciente muerte de mi hermano y camarada Carlos López Guevara, un chamo a quien conocí en la cárcel cuando ambos éramos prisioneros políticos, a finales de la década de los 70, y compartíamos los calabozos del colectivo identificado como A-4. "El gocho", como lo identificaban algunos compañeros, era un guerrero hasta en el campo de la creación. Su militancia la convirtió en poemas, en relatos y ensayos que, entre muchas otras personas, también compartió conmigo. Formó parte del Estado Mayor de la Cultura y en los últimos tiempos trabajaba muy de cerca con los compañeros que están al frente de la Casa José Martí, entre las esquinas de Veroes y Jesuitas, en el centro de Caracas.
Bueno, a Carlos López la "zancadilla" se la puso la muerte una de estas mañanas de julio, justo en el órgano que dicen es el reservorio central de los sentimientos: un fulminante infarto al miocardio lo derribó en plena calle, muy cerca de las escaleras del Calvario, allí cerquitica de la plaza Oleary. A veces me traía sus borradores a la redacción del periódico. Este repetido hábito dejó alguna vez, en mis manos, uno de sus libros inéditos que ahora mismo quisiera buscar la manera de publicárselo en una de estas editoriales que –como El Perro y La Rana- han hecho una maravillosa labor de inclusión con tantas y tantos maravillosos escritores que tiene Venezuela.
Bueno, entre arrecheras sucesivas, este miércoles 11 de julio vino a sumarse una nueva: ¡Se nos fue Panchito Prín! Joropero de la fiesta tuyera, el hijo de Pancho Prín nos regaló su talento desde muy temprana edad. Jovial y dicharachero, tenía una gran facilidad para improvisar el canto e interpretarlo.
Panchito, quien a veces nos recordaba que andaba con "las siete plagas de Egipto" encima, jamás dejó de sonreír ni rebajó su ritmo de emprendedor por ninguna circunstancia. Yo lo tenía en pauta para que dialogáramos –imagen y voz en alto, por el canal 8, VTV- en TvTodasadentro uno de estos sábados de madrugada. Se lo había advertido porque, hace unos poquitos meses, nos encontramos en la sede del Ministerio del Poder Popular para la Cultura justo cuando él llevaba –de manera más acentuada- la "procesión por dentro".
Ahora que nos dejó -el pasado miércoles 11 de julio- al enterarme de su vuelo en canto, se me ocurrió escribir este tuíter: "A esta hora cargo una arrechera inmensa con la muerte, que acaba de tenderle una zancadilla a Panchito Prin y ha conseguido derribarlo. A él que era tanta alegría y tanto joropo tuyero en su vida"... La noticia anda rodando, mientras el homenaje de su pueblo es arpa, maraca y buche. Como él mismo hasta siempre.
Bajo la inspiración poética de las Elegías escritas por Miguel Hernández en su Orihuela, repito cadencioso que "no perdono la muerte enamorada", esa muerte que, en lo personal, me dejó vacía, esta vez, la agenda de pautas.