Para desarrollar esta corta disertación debo partir por definir los tres aspectos más importantes que se mueven dentro del argumentar de este artículo.
Obligación moral: Es un deber “impuesto” por la consciencia de la misma persona, fundado en los valores que impone la sociedad misma.
Conflicto moral: escenario en el cual una persona humana debe actuar ante la confrontación de dos o más de sus obligaciones morales.
Dilema Moral: Es un problema moral vivido por un ser humano, en el que se presenta un conflicto moral, ya que dicho problema tiene varias soluciones posibles que entran en conflicto unas con otras. Esta dificultad para elegir una opción, exige una reflexión moral referente a los valores que están en juego, requiriendo una reflexión sobre el grado de importancia que proporcionamos a nuestros valores. Para que sea un verdadero Dilema Moral, ninguna de las obligaciones puede estar por encima de las otras o invalidar a las otras.
El planteamiento de los Dilemas morales no debe ser presentado bajo la óptica de los “cuentos” que nos suministra la literatura clásica griega o la novela contemporánea, porque en definitiva son solo cuentos de origen imaginativo.
Nadie, absolutamente nadie, puede justificar el asesinato, por el hecho de que se considere un deber a cumplir que representa la exigencia “legal”, no moral, de un estado, nación o sociedad en particular. O porque un “falso dios”, de esos tantos, que la ignorancia de los eruditos de la antigüedad, se dedicó a pregonar para sometimiento de los esclavos y siervos, también ingenuos e ignorantes, lo exija como condición para calmar su ira y tornar los vientos a favor del sumiso asesino en potencia.
¿Puede alguien, en la era moderna, presentar como justificación a alguno de sus crímenes de sangre, el hecho de estar “atados por la santidad del juramento”?. Los soldados de los ejércitos, juran ante la bandera y la Biblia, defender a su patria de cualquier intento de violación de la soberanía o ataque a los intereses propios de la Nación. Pero esa defensa se puede convertir en el accionar de guerra, que solo busca la destrucción del enemigo: el asesinato de personas que ni siquiera conocen.
Para que los soldados de las naciones en conflicto, actúen sin que se les presente el conflicto moral al asesinar a otros seres humanos, deben estar convencidos bajo la manipulación de su consciencia, que su acto de muerte al enemigo, no es un asesinato, sino un medio justificado por los fines.
En nuestra era moderna esa manipulación de la consciencia, ha hecho que algunas naciones, (superpotencias) hayan echado a un lado todos los valores morales tradicionales, y han convertido a sus soldados en bestias, donde los cargos de consciencia, no existen y muchas de las veces estos seres humanos terminan atentando contra sus propias vidas, después de haber utilizado su poder para cometer toda clase de crímenes contra la indemne población civil.
Un ejemplo de conflicto moral, real y verdadero, es el que se le presentó a Cassius Clay (Mohamed Ali), famoso campeón de Boxeo de EEUU. Cuando se le conminó a enrolarse al ejército para dirigirse a la guerra de Vietnam, debió de decidir entre el cumplimiento “patriota” y su convicción moral, se negó a incorporarse al ejército, alegando su condición de musulmán y de objetor de conciencia. Acusado de desertor, fue desposeído de su título, que quedó vacante.
¿Debería convertirse en asesino de su madre un hijo, por el hecho comprobado de que su madre asesinó a su padre? Pues absolutamente NO, la norma y el derecho instauran que nadie puede hacerse justicia por su propia mano. Hasta la misma ley de DIOS, implanta “No digas yo me vengaré, mía es la venganza yo daré el pago”.
El dilema que se presenta en la Biblia, en el cual Dios pide a Abraham le sacrifique a su hijo Isaac, no es un dilema cuya decisión debe ser adjudicada a Abraham, él simplemente se dedica a obedecer al Supremo y único, a consciencia de que DIOS en su suprema sabiduría, sabrá que hacer. Dios había prometido a Abraham que a través de su descendencia haría una gran Nación. Aun no se habían dictado los 10 mandamientos. Por tanto el dilema fue del mismo DIOS, el cual a su tiempo tomó la sabia decisión de detener la mano accionante de Abraham y proveyó la solución.
El controvertido dilema de la imaginada Sophie* no se hace exclusivo de los creídos la raza pura Alemana, también los de la religión romana en los tiempos de la inquisición se ufanaron de ser los verdaderos elegidos de su “dios”, cometiendo los más viles crímenes que ser humano pudiera imaginar. El dilema de Sophie no se encuentra en la decisión de salvar a uno de sus hijos, sino en cargar o no con el pecado o crimen del doctor nazi al creerse este con el poder de definir la vida o la muerte. La decisión es del asesino alemán, ese es su problema.
¿Qué puede ser más amoral y criminal?: La situación particular de un personaje ficticio o la realidad innegable del abismo inconmensurable entre los ricos muy ricos que aparecen en las páginas pornofinancieras de las revistas Forbes y Fortune, y los pobrísimos, inmoralmente pobres que pululan como zombis en las calles de las naciones “desarrolladas”. El combustible que alimenta las inmensas fortunas del capitalismo es nada más ni menos que la destripada “dignidad” de los hombres asalariados, que solo es fulgurante en las muy mencionadas declaraciones de los derechos humanos. ¿Cuál es el dilema pues?
A pesar de que se pregona que en las democracias del mundo existe completa libertad para que los seres humanos tomen sus decisiones, no deja de ser una falsa premisa, negada por la triste realidad. Los poderes económicos, con apoyo de las religiones se han adueñado del manejo de los medios de comunicación y entretenimiento, siendo utilizados para manipular las conciencias, idiotizar a sus atentos veedores o lectores e ideologizar a la masa juvenil estudiantil. En conclusión y según lo expuesto por J. Lemmon, en tales democracias, no hay espacio para la reflexión ética.
Los “deberes”, “obligaciones” y “principios morales” se han esfumado en la titánica lucha por subsistir en un mundo que parece surgido de la maquiavélica mente de los presuntos “sabios de Sión”. El soldado va a la guerra a violar, masacrar aldeas enteras, someter a la más vil tortura a los que no considera sus semejantes (igual hacían los nazis), y después son recibidos como héroes en sus países, donde hasta los exgobernates se jactan, en sus memorias, de haber ordenado la tortura del los enemigos, aun cuando esta figura en los códigos jurídicos es considerado un acto atroz y condenable.
El deber moral de cuidar a sus padres se diluye bajo la forma de centros de salud privados que se aprovechan de la enfermedad de los humanos para amasar fortunas a costa del dolor y la necesidad. Se explota entonces la obligación y se transforma en una carga que es muy difícil de llevar para las mayorías que apenas subsisten con los salarios de miseria. Y esto ocurre ante la pasiva mirada de los corruptos políticos. El dilema entonces es de la moral misma y no de los que deberían asumir sus preceptos.
Y qué no decir de las relaciones de tipo contractual, estas son aprovechadas por los constructores de vivienda para exfoliar los pocos reales de los que se hacen obligados a cancelar cuotas interminables para nunca recibir a cambio su anhelada vivienda. Pero aun así el timado agente no tiene ningún derecho de apuñalar el corazón de su engañador.
La pregunta que se hacen muchos es: ¿Ante la realidad del mundo actual, la filosofía ha fracasado en su intento no solo de dar solución a los dilemas morales, sino también en concretar un verdadero camino a la felicidad?
El mundo de ahora continúa haciendo lo que no se debe hacer, y a pesar, los actores continúan recibiendo el Nobel a la paz y siendo premiados con títulos académicos sin haber concluido o cursado por completo el exigido plan de estudios.
Los fabricantes de armas, ilustres capitalistas y héroes de guerras, siguen cediendo sus mortíferas armas para la masacre de los pueblos que no se arrodillan ante el imperio de la mentira y del dolor. Sócrates se queda difuminado en su buena decisión de no entregar el arma que le fue dada a guardar. Acaso los imperios sembradores de guerras y mortandad también no piensan en la consecuencias, esta vez atroces, de sus perennes invasiones e intromisiones en la decisiones o gobiernos de los demás pueblos.
Un político, que se digne de serlo, no debe negociar de ningún modo con un “dictador” en su máxima expresión. Chamberlain lo hizo con Hitler, parece que los resultados fueron alentadores en cuanto los objetivos que se propuso Chamberlain, pero aun de ese modo, fue obligado a cambiar el enfoque tradicional de su moral.
Ante esta afirmación: “La tradición filosófica moral ha rechazado la existencia de los auténticos dilemas morales. Solo a mediados del siglo XX, algunos filósofos han debatido esta tradición y han sostenido que los auténticos dilemas morales si son posibles” me sumo a lo expresado por Donagan: “existe una salida correcta moralmente para la solución de cada aparente dilema moral”, aunque los dilemas morales no existen para las personas que no practican la virtud, o sea, la búsqueda de lo bueno.
Aristóteles nos define qué es lo que hace que una acción sea catalogada como moral: el deseo, la libre elección y la deliberación. Al ejercer de manera adecuada estas tres etapas, convierten al sujeto en una persona buena que impide el cometer equivocaciones.”El hombre bueno juzga rectamente todas las cosas”.
Pero hombre bueno, en esta humanidad ¿Dónde lo hallaremos? Es obvio ante las máximas de Aristóteles que los gobernantes de las Naciones en esta nuestras sociedades no pueden ser catalogados de “hombres buenos”.
Kant, filosofo alemán, afirma “que dos obligaciones morales perfectas jamás podrán entrar en colisión”. La buena voluntad no existe, ya que los hombres no son poseedores de una voluntad perfecta, por ello se hace necesario establecer un “principio supremo de moralidad” del cual una ley universal sirva de guía para la toma de decisiones. Tal parece que tampoco por este lado del filósofo, la humanidad ha podido configurar su destino de felicidad o de racional desempeño que contribuya a la suma de mayor felicidad, a pesar de nuestras imperfecciones.
Mientras el hombre no comprenda que sus caminos de ahora son caminos de muerte y destrucción, que el desenfrenado egoísmo y la inmoral ambición de bienes materiales lo conducen a su inexorable desaparición terrenal, sin que la historia haya de registrar la incandescencia de su espíritu eterno, el cual también con las inmoralidades de ahora está condenado a su desaparición sin retorno.
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