La conmoción generada por el caso de Joaquín Pérez Becerra pica y se extiende. Uno de sus efectos más importantes ha sido colocar la discusión en el plano ético versus el absoluto pragmatismo de una razón de Estado.
En las revueltas filas bolivarianas, se ha disparado una necesidad interpretativa que se desliza entre la crítica a la decisión y el futuro del proceso frente a la aceptación pasiva de la misma sin proyección alguna de sus consecuencias.
El asumir la responsabilidad, nos resulta una interesante jugada del presidente Chávez, que recuerda el famoso episodio del "Por ahora" en 1992 y sus efectos históricos y en la memoria colectiva del país.
La responsabilidad de la decisión en la figura del comandante presidente y líder del proceso despierta diversas interrogantes sobre sus efectos: ¿Contribuye a amainar la postura crítica? ¿Favorece la comprensión y aceptación de la decisión? ¿Cierra la discusión? No necesariamente, más bien ha tenido un interesante efecto al permitir distinguir entre revolucionarios y oficialistas y caracterizar a estos últimos.
El oficialista, hombre o mujer, se encuentra instalado en una mediocridad pasiva y conformista. El culto a la personalidad, en tanto devoción exagerada y adulación excesiva al líder, los convierte en receptores acríticos de las directrices políticas con propensión a la estigmatización y persecución de la crítica. Ya comienzan a caer las primeras víctimas.
Aquejados de una suerte de "autismo político", se aseguran un entorno que los protege y reafirma, alimenta y blinda el pensamiento único. Se impone la solidaridad automática con el microentorno y los mezquinos intereses en detrimento de los fines que persigue un proceso de transformación.
Se convierten en ritualistas burocráticos al anteponer los medios a los fines y perderse en los vericuetos burocráticos, convencidos que son los perfectos revolucionarios. Perfectos mediocres en los que impera una doble moral, que viola cualquier principio de justicia e imparcialidad.
Incapaces de aplicar a todas las personas los mismos criterios sin parcialidad ni favoritismo, justifican y legitiman el doble rasero utilizando criterios morales diferentes o cerrando cualquier discusión con el "chapeo" de alto jerarca o del propio Presidente de la República.
Los y las oficialistas nos recuerdan aquellos monitos: uno que se tapa los ojos, otro los oídos y un tercero, la boca.
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