La Revolución de la Independencia de Venezuela, cuyo Bicentenario venimos conmemorando, fue un proceso de cambio que alteró, ciertamente, las estructuras básicas de la sociedad: ideológicas, políticas, jurídicas, sociales, económicas y culturales. Sin embargo, esa aludida alteración, sólo fue en las cosas exteriores pues el espíritu colonial, el ordenamiento jurídico, las costumbres y las maneras de interrelacionarse los hombres y las mujeres, siguió imperando. Una manera de interrelación que aún pervive como telón de fondo: en la división sexual del trabajo, en la asignación de roles de género y en el ejercicio del poder político.
En tiempos de la Revolución de la Independencia de Venezuela el ideal femenino dominante estaba referido a tres aspectos fundamentales: el recogimiento en el hogar, la religiosidad y la debilidad de la condición humana, que se suponía innata en las mujeres, con todas las implicaciones que esto conllevaba, aunque la pertenencia a la clase correspondiente introduciría notas definitivas. Así por ejemplo, si bien es cierto que las mujeres criollas o mantuanas gozaban de iguales derechos que el marido en la mera gestión de los bienes comunes y el linaje de las mujeres, con el matrimonio, se mantenía frente al hombre, las mujeres estaban sometidas a un enclaustramiento marcado, sobre todo en las ciudades. Las mujeres en las ciudades sólo podían cumplir con algunas visitas o asistir a sus deberes religiosos, siempre acompañadas por alguna servidumbre y preferiblemente de día. Sin embargo, las mulatas, las cuarteronas o quinteronas, podían andar por las calles con más libertad que las mantuanas o criollas, aunque tampoco podían salir de noche.
La situación jurídica de las mujeres en Venezuela durante la Independencia y con posterioridad a ella, fue la misma heredada del derecho español. Así, el derecho español no reconocía la plena capacidad civil de la mujer. La mujer soltera, tanto en España como en las Colonias, estaba sometida a la autoridad paterna, a falta del padre al hermano mayor y, en algunos casos, a los parientes cercanos, siempre que fueran del sexo masculino.
En el caso de las mujeres africanas, introducidas como esclavas a América, sustituyeron en gran parte a las mujeres indias en el servicio doméstico, siendo utilizadas como cocineras, planchadoras, lavanderas, criadoras, amamantadoras y ayas de las niñas y los niños blancos criollos. Ese es el caso de la negra Hipólita, quien amamantó a Bolívar.
La mujer india se encontraba en la encomienda como servicio de las familias mantuanas en tanto que las mujeres esclavas se encontraban en las haciendas o casas de familias del poblado, pero ambas mujeres estaban sujetas al mismo destino de explotación de su fuerza de trabajo en calidad de servidumbre; una servidumbre que suponía no sólo la explotación como trabajadoras sino como prestadoras de servicios sexuales y reproductoras, en el caso de las esclavas.
La explotación sexual de las mujeres pone de manifiesto el tratamiento que una sociedad patriarcal, como la nuestra, da a quienes siempre ha considerado como las inferiores y dominadas. En tiempos de la Independencia, la condición social de las mujeres se manifestaba hasta en las cárceles. Las esclavas infractoras pagaban su condena en la Casa de Corrección, las indias en las cárceles indígenas y las mujeres blancas en el Hospicio y en la Cárcel de Mujeres Blancas.
Las mujeres del pueblo eran las mujeres de la clase baja, ello es, las mujeres negras, mulatas, zambas y toda aquella mujer que, en su limpieza de sangre, no pudiera demostrar la nobleza de sus orígenes. Esa discriminación va a encontrarse en todas las actividades, tanto laborales como de cualquier índole, contribuyendo tal situación a mantener una sociedad estratificada y clasificada, sin olvidar que toda clase, en cualquier momento de la historia, ha estado compuesta por los hombres y las mujeres, en una relación jerárquica primera según la cual los hombres mandan y las mujeres obedecen.
Entre los hombres, la clase estaba y está basada en su relación con los medios de producción. En otras palabras, aquellos que poseían los medios de producción podían ejercer el dominio sobre aquellos que no los poseían. Y estando los medios de producción en manos de los hombres en todo tiempo, en Venezuela y en el mundo, las mujeres estaban dominadas por ellos.
(*) Dra.