Inicialmente pensaba abordar la cultura de la sospecha y la desconfianza que parece instaurarse en la sociedad venezolana, como consecuencia de la ruptura del pacto de convivencia. Clima que se alimenta de la polarización, de la mediática disociada, de la incertidumbre del entorno y, por supuesto, de la crítica realidad que vivimos y del manejo político que de ella se hace.
La sospecha, una forma de categorización social, nos lleva a estigmatizar al contrario, a convertirlo en el culpable de los males que nos aquejan y portador de cualquier amenaza presente en la sociedad. En un contexto polarizado y aparentemente irreconciliable, ocurre una criminalización social bidireccional de carácter político que cumple la función de culpabilización del “otro” de determinados problemas sociales. Suerte de peloteo político que permite reforzar nuestra identidad por oposición a aquello que nos amenaza. Y finalmente, la sospecha legitima cualquier acción garante de la protección y seguridad que creemos merecer.
Conocido el asesinato de Robert Serra, dirijo la reflexión de la sospecha a la cultura de la violencia que parece instaurarse en el país. Sorprendida y atrapada en el dolor me demando si la violencia ha pasado a formar parte de la estructura de nuestro comportamiento. Me interrogo si se ha convertido en una terrible estrategia de socialización. Desestructurados nuestros marcos de convivencia, me demando si estaremos siendo socializados por el terror. Confieso que tengo miedo a las respuestas.
De la cultura de la desconfianza peligrosamente transitamos hacia una cultura de guerra donde priva y prima el uso de la violencia hasta para dirimir los conflictos cotidianos. De la eliminación simbólica o electoral del contrincante damos el salto hacia la eliminación física del adversario
La violencia pierde así su carácter extraordinario, se hace cotidiana y se banaliza. Se legitima culturalmente una ética de guerra y de no-convivencia. En el terror nos encontramos y eliminamos las diferencias. Se generan sentimientos de impotencia y de agresión contenida que destruyen la voluntad de convivir, afectando negativamente cualquier proceso de participación ciudadana y de construcción democrática