Durante el 2014, hemos visto situaciones donde el valor de la vida se calcula con base al interés político. Esta compleja operación matemática, se soporta en la intencionalidad de la lectura de realidades individuales de cada país, de cada situación, bajo cada visión que desde los pretendidos centros de decisión política, dictan a discreción.
Recientemente en México, específicamente en la ciudad de Iguala del Estado de Guerrero, se ha develado un crimen brutal, abominable desde toda perspectiva humana y social, que deja hasta ahora el saldo lamentable de 49 personas fallecidas, de los cuales 43 jóvenes estuvieron desaparecidos mientras sus familiares se mantuvieron en vilo, hasta que se confirmó que fueron brutalmente asesinados, quemados y botado en un basurero. Los fallecidos, heridos y desaparecidos, eran estudiantes –verdaderos estudiantes- de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, donde la población estudiantil solo llega a 140 estudiantes de muy bajos recursos.
En este crimen, están involucrados policías y sicarios narcotraficantes, en complicidad con las autoridades políticas del municipio Iguala, por lo que el ex presidente municipal José Abarca y su esposa, están siendo buscados con órdenes de captura. Es de destacar que estaba en curso una investigación por el delito de homicidio en contra de José Luis Abarca, por el homicidio del líder de la Organización Popular de Guerrero, Arturo Hernández Cardona, ocurrido en 2013.
Pero, comparado con lo que en Venezuela sucedió durante el primer cuatrimestre del año, a todas luces hay un tratamiento distinto en como las grandes corporaciones mediáticas se lo han traducido a la comunidad internacional. Frente a lo sucedido en México, no hay hasta ahora un pronunciamiento contundente de quienes frente a lo que sucedió en Venezuela, elevaron al unísono su voz de protesta. Pareciera que sencillamente los medios de comunicación, las grandes corporaciones que los controlan, pese a lo cruel y deleznable de lo sucedido en Iguala, sencillamente al no estar marcado como un caso de escándalo social con intencionalidad política, pues pretende pasar como un acto sin mayor significancia para la comunidad internacional.
Esta vez no hubo un #prayforIguala (oremos por Iguala) que adorne una foto de algún actor famoso, algún supuesto altruista interesado por la paz. Paradójicamente, ahora no hay una Gaby Espino que habita en México pidiendo orar por el país que la acogió, ni mucho menos un anuncio de no querer vivir en donde ocurren esos actos abominables. Ni siquiera vemos en twitter una foto con los cartelitos de un Ricardo Montaner o Juanes (¡Que es un defensor de la Paz!), o manifestaciones de apoyo en algún acto público o entregas de premios. Ni siquiera un actor mexicano emigrante en los Estados Unidos, ha clamado por la justicia y la paz de su país, frente a la agresión al futuro de su patria.
No hubo un Efecto Eco de los que hoy cuentan milagrosamente sus anécdotas de esta brutal masacre. ¿Qué pasó Daniel Sarcos, Alba Roversi, Gabriela Vergara (que tanto ha trabajado en México), Fernando Osorio (tan famoso en México), Yul Burque, Escarlet Ortiz, Mónica Pasqualotto, Gledys Ibarra, Nelsón Bustamante? ¿No les conmovió los relatos de quienes sobrevivieron a la masacre de Iguala, a los jovencitos de la escuela rural, que lograron sobrevivir a la saña de unos policías asesinos –de verdad- que mataron y secuestraron a sus compañeros? Claro, su efecto eco vino de la Efecto Eco Miami, proyecto contra el gobierno venezolano que paradójicamente, ¡nació en México para apoyar a los estudiantes venezolanos, pero que se muestra silente e indolente frente a los estudiantes mexicanos!
Es que el interés por la paz, pasa primero por la orientación de quienes valoran políticamente las acciones mediáticas. Estos jóvenes, estudiantes de una escuela rural, mueren por la acción de un gobierno municipal corrompido por el narcotráfico, en donde la violencia empuñó las armas de policías que dispararon sin menoscabo contra la vida de sus propios coterráneos. Pero eso no impacta, no escandaliza, no importa, no sensibiliza. Y eso sucede porque políticamente no es requerido para deslegitimar el gobierno mexicano, con quien los Estados Unidos tiene un Acuerdo de Libre Comercio (NAFTA), y a donde de forma ilegal introducen las armas que van hacia los narcotraficantes y sicarios.
Incluso, se llegó al punto que un mexicano como Fernando del Rincón, se solidarizara asumiendo posturas fanáticas contra quienes se oponen al gobierno venezolano, pero que en esta ocasión sorprendentemente defiende al gobierno de México frente a lo que sucede en Iguala. El sacerdote mexicano Alejandro Solalinda, entrevistado en el programa que a del Rincón lo hizo famoso por sus ataques a la verdad de lo que sucedía en Venezuela, Conclusiones, le reclamó diciendo que “da la impresión de que usted es el abogado del gobierno. Una cosa es que usted quiera sacar información y otra que lo esté defendiendo. Sea más crítico”. Y es que lo más crítico, es que del Rincón, es mexicano, y aun así mantiene posturas lineales con los intereses de CNN de no cuestionar la legitimidad del gobierno mexicano frente a lo sucedido en Iguala.
Han pretendido mediatizar el valor de la vida con el interés político, de los que pretenden controlar hegemónicamente lo que debe y no escandalizar a la comunidad internacional. Y los medios son la herramienta para concretar tal operación. Es momento de reflexionar sobre la forma como nuestras opiniones, nuestros valores, a veces corresponden a quienes pretenden moldearles, con sus aparatos mediáticos, con sus industrias publicitarias, para facilitar las estrategias de dominación de quienes aún no abandonan sus planes de controlar la verdad, a través de la manipulación y la mentira.