Anoche ví Hidden, una película de terror en la cual una pareja y su hija pequeña se esconden en el espacio confinado de un refugio subterráneo. Afuera amenazan los que respiran, unos seres indefinidos que no deben siquiera ser nombrados. La vida de la familia transcurre en un esfuerzo de preservar algo de normalidad en medio de la claustrofobia, aún a costa de escaparse hacia la fantasía. Cuando, como es inevitable, llega el desenlace y los que respiran irrumpen en el refugio, comprendemos la realidad: los monstruos, los infectados con un virus que les ha convertido en una suerte de zombies, son el hombre, la mujer y su hija. Los que respiran son agentes del Estado, que protegidos de la infección con máscaras para respirar, tienen como tarea buscar y neutralizar a los infectados.
Ayer en la madrugada una banda de niños de la calle asaltó y asesinó a puñaladas a dos funcionarios de la Guardia Nacional cuando salían de una tasca en Sabana Grande. El hecho es monstruoso, ¿pero quiénes son los monstruos? ¿Son los niños de la calle que como animales de presa, como depredadores, salen a cazar de madrugada? ¿O son los que respiran, los agentes del Estado cuya función sería proteger a la sociedad?
Hidden explora dentro de un mundo fictivo una contradicción inherente a toda sociedad real. El Estado tiene que ser al mismo tiempo protector y asesino. Esta oposición, bajo condiciones normales reprimida, confinada al inconsciente colectivo, es expresada en la película como ficción, como un horror que no nos pertenece. Y que sin embargo también nos pertenece, porque si no, ¿por qué sería un horror?
Pero lo que ocurrió ayer en la madrugada no está restringido en Venezuela al inconsciente colectivo: forma parte de la realidad cotidiana, esa que debemos enfrentar explícitamente todos los días. ¿Qué hacemos? ¿Dejamos que continúe borrándose la frontera entre inconsciente y consciente, nos resignamos a sucumbir a la psicosis colectiva?
La respuesta es no, definitivamente no. Es un imperativo –como individuos, como miembros de la raza humana, hasta como simples seres vivos– enfrentar conscientemente la realidad, con todas la fuerzas que seamos capaces de juntar.
El mito, el absurdo, el deseo irrestricto, son parte esencial de la condición humana. Pero si queremos trascender el horror tendremos que contenerlos: en un contrato social serio, realista y razonable.